lunes, 30 de mayo de 2011

Los rusos de la Jara





Tras una entrada imprevista cerramos mayo con este texto. Las casi 3000 visitas en estos escasos tres meses de existencia nos confirman la oportunidad de este modesto blog construido desde el marxismo-leninismo andaluz. 
 
Dedicamos esta última entrada del mes a un ejercicio de memoria histórica andaluza. "Los rusos de la Jara" narra la experiencia colectivista de unos obreros andaluces, en concreto del pueblo granadino de Gabia La Grande y su triste desenlace. Una experiencia como tantas otras olvidadas por el silencio impuesto tras la victoria del fascismo. A través de esta historia podemos observar una muestra del obstáculo que han supuesto las clases dominantes y su estado español para el desarrollo de las fuerzas productivas en nuestro país. El mensaje enviado al Pueblo Trabajador Andaluz es claro: aquel que ansíe remover el estado de cosas tendrá que pasar por encima nosotros y nuestras instituciones.


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UN KOLJOZ EN LA VEGA DE GRANADA

Los rusos de Gabia la Grande o el triunfo colectivista. Milagros de la fe socialista de unos campesinos españoles.

(...) Estamos ya en “La Jara”, en tierras de la colectividad: cuatrocientas seis hectáreas de buena labor y una hermosa casa cortijo. El 31 de agosto de 1933 se fundó la filial de arriendos colectivos de la Sociedad matriz «La Libertad". Había quebrado el cortijero de “La Jara” y se planteaba al dueño un problema. La colectividad hizo su propuesta. Si le daban facilidades se quedaría con el cortijo y todos sus elementos de cultivo y trabajos realizados: 20.000 pesetas en barbecheras, yuntas y aperos. Una fortuna para los descamisados miembros de la colectividad.
Las negociaciones para el contrato duraron quince días. Los caciques estorbaron cuanto pudieron, pero al fin se hizo él traspaso en buenas condiciones: diez años de contrato y 18.500 pesetas de renta anual.

La primer sementera de cebada, trigo y habas se hizo en diciembre de 1933 y enero de 1934. Hubo que sufrir un verdadero calvario para realizarla. Nadie quería fiarles la semilla, y cuando intentaron conseguir un préstamo entre todos los miembros de la Sociedad y sus simpatizantes, sumaron en conjunto un líquido imponible de 1.500 pesetas, inada!. Así, la semilla que obtuvieron tardíamente fue cara y mala. Pero se sembró. “A pan y berza”. Algunos, ni eso. Los caciques, los mismos caciques que lucharon contra el médico, o sus dignos retoños, miraron con malos ojos desde el principio a la colectividad y ellos fueron los que desdeñosamente les pusieron el mote que ahora llevan con orgullo los colectivistas del cortijo de «La Jara». Fuera de la finca, ya no hubo trabajo para los miembros de la colectividad. «Ya tenéis bastante con lo vuestro» -les decían socarronamente los caciques, viendo que allí no cobraban un céntimo--. Y como piadosa medida sacaron de la beneficiencia a cincuenta de ellos “porque ahora ya no sois pobres”.

Esta lucha sórdida rebajó los efectivos de la colectividad de 128 a 80, que aguantaron valientemente. A las burlas de los caciques y de sus propios compañeros descreídos se encogían
de hombros y seguían trabajando. Cuando la escarda -me dice Gil-, la mayoría venía sin capacho y a la hora del almuerzo se perdían por los barrancos para no verse en la vergüenza de decir que no traían comida o en la necesidad de tener que quitar a los demás compañeros algo de sus cuatro escasos mendrugos...

Después de mil súplicas y entrevistas con el propietario, la colectividad logró con su garantía un préstamo de 30.000 pesetas que ¡se invirtieron casi totalmente en el pago de la obligación que se tenía con el mismo propietario! La cosecha fue regular. A fuerza de trámites y gestiones movilizando amistades y aguzando el ingenio, lograron los de la colectividad vender sus productos aun precio remunerador: 100 fanegas de lentejas, a 27 pesetas -los demás agricultores no sacaron más de 25 pesetas- y 14 toneladas de yeros a 30 pesetas el quintal.

Con todo, se pagó a todo el mundo, menos mil pesetas que perdió la colectividad en este su primer ejercicio. El año siguiente sería mejor. La adversidad y las burlas habían fundido en un solo bloque a la colectividad entera. Durante el año se habían preparado magníficamente las barbecheras. El cumplimiento de todas las obligaciones colectivas les abrió el crédito de los comerciantes, ambiciosos de aprovecharse de los negocios que ofrecían unos hombres que pagaban tan bien. En el otoño hubo tres vagones de abono fiados y buena semilla de trigo de regadío recio y seleccionado. La sementera de 1934 a 1935 se hizo normalmente. Yo llegué cuando estaban terminando de recogerla. En una parte de la era corrían cinco pares de mulas, conducidas por otros tantos zagales que las arreaban desde los trillos. Más lejos aventaban el grano doce compañeros.

- ¡Hermoso trigo!
- Sí, señó... Ha engordao asín de la satisfación de haber cresío sin amo.

El cortijo está limpio y ordenado. Es un buen edificio. Los graneros desbordan del trigo recogido, y en otros departamentos se almacenan los garbanzos y las semillas de beza y yeros.

- Si tuviéramos cien ovejas-dice el compañero Gil obsesionado por su idea de ampliar la productividad del cortijo, asociando la agricultura a la ganadería-. Todavía no puede ser, porque no hay dinero para comprar el rebaño, y el que se dispone hay que gastarlo para atender necesidades más urgentes: los jornales, las yuntas.


- ¿Por qué no se lo vendes a los «rusos de La Jara»? Allí están hasiendo colesión par museo.
- Anda, te lo pagarán bien.

Y los «rusos» se enteraron un día de que en Motril vendían unas mulas que eran algo serio. Y allí se fueron, viniéndose con ellas para pasearlas por las narices de los chunguistas.

- ¡Y como prosperan estos mardinos!
- Y lo que farta..., vamo. ¡Como que vas a tené que vení toos a comprá mulas en er criadero que vamos a poné mu pronto!
- Le vamo a llamá “Er Pasmo”.

Así se cobraron los “rusos” las cuchufletas de los paisanos.(...) Cada día que se trabaja se da un vale para que los comerciantes, seguros de la solvencia de la colectividad, canjeen como si fuera dinero. Además hay unos vales especiales de pan. Se entregan hasta para tres kilos por jornada de trabajo y los panaderos disfrutan por despachar esos vales. Los fines de mes cada tahona presenta a la colectividad la factura, que suele pagarse en trigo. Es así como en poco más de un año ha mejorado la colectividad el nivel de vida de sus miembros (...).
He descansado un momento en el cuarto donde come el personal y se hacen las cuentas y linotaciones y se disponen los trabajos. Un retrato de Largo Caballero, recorte de un periódico obrero, vigila todo aquello con sus ojos azules, acerados y.perspicaces... Es una garantía de honradez y un signo de que todo marcha debidamente.

Tomado de Ricardo Zabalza, El Obrero de la Tierra, 1º de mayo de 1936.


Según Manuel Izquierda la última reunión de los socios del Cortijo de la Jara tuvo lugar el día 20 de Junio de 1936. Quién les iba decir a los “rusos de la Jara” que un mes después, el alzamiento militar iba a surgir para truncar todas estas ilusiones y acabar con esta colectividad única y con todo el trabajo y el sacrificio derrochado.

Les quitaron todo: La cosecha que guardaban en el almacén, los carros, las mulas, los aperos agrícolas, y lo más importante: la vida de muchos de sus socios. En agosto de 1936, el administrador y Presidente de la Jara Manuel Gil Sánchez “Manogil”, fue fusilado, al igual que su hijo de 19 años Antonio Gil Delgado; el Secretario de la Jara Salvador Alcoba Pertíñez “Alcobita” y los socios Salvador Jerónimo Polo “Ramoncillo”, Manuel Sánchez Beltrán “El Mangas”, Antonio Sánchez Beltrán “Chotica”, Félix Izquierdo Torres “El Liche”, Pablo Beltrán Reina “Paulino”, José García Capilla “Carlista”, Manuel Canalejo Muñoz “Pajarillo”, Pablo Martín García “Paulos” y José Polo Martínez “Jureles”.

Todos los que quedaron en el Cortijo tuvieron que huir a la zona roja para escapar de una muerte anunciada. Marcharon camino de los pueblos de la comarca del Temple granadino y allí hubo algunos socios como Cipriano Maraver Fernández “Maragulla” y Sebastián Jiménez Rodríguez “Pancasero”, que encontraron la muerte en el campo de batalla y otros muchos, que, al acabar la guerra y volver a su pueblo, fueron represaliados de una u otra manera, como en el caso de los socios José María Delgado Polo “Tomillico”, Sebastián Beltrán Castilla “Ramales”; José Pérez Jiménez “Risicas”; Tomás García Luján “El de la Sillera”; Francisco Bertos Luján “Follón”; Francisco Sánchez Sánchez “Lagarto”; Gabriel Bertos Luján “El Mitra”; Diosdado Martín Ruiz “El Colorao”; Antonio Polo Ariza “Nocheperdía”; Miguel Izquierdo Rodríguez “El sevillano”; Francisco Franco Mesa “Sollana”; Manuel Rodríguez Muñoz “El mánguez”; Antonio Izquierdo Rodríguez “Clemente”; Antonio Sánchez Franco “El Culón”; Fabián Mesa García “Talones”; José Franco Rodríguez “Tomisa”; José Rodríguez Solera “Cartujo”; José Velasco Ariza “Marara” y Manuel Alcoba López “Colorín”, que fueron sometidos a Consejos de Guerra y Expedientes para la Intervención de sus Bienes, siendo condenados en unos casos a varios años de prisión, a trabajar en campos de concentración o a la confiscación de sus bienes.