sábado, 21 de mayo de 2011

Contra las elecciones y otros opios para el pueblo andaluz



Interrumpimos nuestro programa de publicaciones para reproducir un texto del camarada Francisco Campos López, titulado "Contra las elecciones y otros opios para el pueblo andaluz". Debido a la coincidiencia con las elecciones burguesas que se celebrarán mañana 22 de mayo, encontramos de actualidad y trascendencia este texto que analiza desde una óptica andaluza, de clase y anticolonialista la celebración de las elecciones en nuestro país y la diálectica en la que se tiene que desenvolver y profundizar el marxismo-leninismo andaluz. No sólo se puede circunscribir el mensaje a la realidad andaluza, sino también a la de otros países con características específicas pero igualmente subyugados por el dominio colonial.

En este sentido, en los últimos días las diversas organizaciones políticas y juveniles de la izquierda independentista andaluza que han publicado sus posicionamientos ante la cita electoral, hemos podido comprobar cómo las posiciones van madurando en la misma dirección y se consolidan respecto a su profundidad en el análisis de clase, andaluz y antiimperialista.

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Contra las elecciones y otros opios para el pueblo andaluz

Si hay una sentencia conocida de Marx es aquella en la que catalogó a la religión como “opio del pueblo”. Cuando así lo hizo, su pretensión no era realizar una definición filosófica. Evidentemente, desde su concepción materialista de la historia y la propia existencia, no podía aceptar o tan siquiera concebir ningún tipo de trascendencia o poder superior al propio ser humano, pero su apreciación sobre el hecho religioso tenía, ante todo, en el contexto donde dicha frase fue incluida, connotaciones prácticas. El párrafo completo afirma que: La religión es la queja de la criatura en pena, el sentimiento de un mundo sin corazón y el espíritu de un estado de cosas embrutecido. Es el opio del pueblo”. (1). 

Anteriormente decía que: “Estado y sociedad, producen la religión como conciencia tergiversada del mundo”. Y, más adelante, añadirá: “La crítica de la religión desengaña al hombre, para que piense, actúe, de forma a su realidad (en conformidad con ella), como un hombre desengañado (no engañado)”. Lo trascendente para él, políticamente hablando, es su utilización por el Sistema, “Estado y sociedad”, como herramienta para obtener una “conciencia tergiversada del mundo”, “de un estado de cosas embrutecido”, el capitalismo, por parte del pueblo, “la criatura en pena”. El objetivo marxista es “desengañar”, despertarlo. Que “piense” y “actúe” en consonancia con la realidad no a una ensoñación. De ahí la denominación de “opio”. Los opiáceos se caracterizan por producir un estado de pasividad y ensoñación. Y esos son los síntomas a combatir. El estado mental inoculado a la población, facilitador de su explotación (pasividad) y la inconsciencia de ello (ensoñación). Por eso concluye subrayando que: “La crítica del cielo se transforma así en crítica de la tierra, la crítica de la religión en crítica del Derecho, la crítica de la teología en crítica de la política”. No es, por tanto, la religión en sí misma lo que preocupaba a Marx, desde un punto de vista político, sino los efectos de su uso sobre la población. Y la lucha, para él, será no tanto contra la espiritualidad per se, sino contra ella como elemento utilizado a modo de droga social. Consecuentemente, “opio del pueblo” será, igualmente, todo aquello que arrastre al pueblo al estatismo y a una percepción alterada de la realidad: La alienación. Por eso propugna su superación como “felicidad ilusoria del pueblo”. 

La Iglesia hace tiempo que perdió su carácter de moldeador social. Lo cual no quiere decir que el Sistema no use hoy anestesias colectivas, “felicidades ilusorias”, sólo que ahora utiliza otras. Si ya no es la religión el “opio” consumido, sí hay otros ideados con ese mismo fin. Se han modificado las formas, pero los fondos, las intencionalidades, permanecen inalterados. Unos pocos sólo pueden controlar a muchos mediante el temor, la ensoñación y el consiguiente consentimiento. Y desde los primeros imperios esclavistas hasta la actualidad, hasta esta “última fase” del esclavismo que es el capitalismo, la “sociedad de la esclavitud asalariada” (2), como la denominaba Lenin, los explotadores siempre se han valido de esa combinación de miedo y sugestión para obtener el dominio sobre los oprimidos. Ese es el fin último de nuestra “Civilización”, nuestra “cultura” y del “Estado de Derecho”. “Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”. (3). “La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia”. (3). La sociedad en su conjunto; beneficencia, justicia, cultura, fe, conocimiento, etc., sólo es un entramado mezcla de coerción y de distracción, larazón general que la consuela y justifica” (1), al servicio del capital, creados con el exclusivo propósito de facilitar el latrocinio. Y el Estado, el  “poder público”, su garante, el “consejo de administración”.

Es desde este punto de vista desde el que hay que analizar lo que representan las elecciones en una democracia burguesa. Como otro engranaje más de la maquinaria, mitad impositiva y mitad embaucadora, construida por el Sistema para asegurar sus intereses de clase y que, sarcásticamente, denomina: “democracia representativa”. “...Engels, con la mayor precisión, llama al sufragio universal arma de dominación de la burguesía. El sufragio universal, dice Engels, sacando evidentemente las enseñanzas de la larga experiencia de la socialdemocracia alemana, es: el índice que sirve para medir la madurez de la clase obrera. No puede ser más ni será nunca más, en el Estado actual (en las democracias burguesas)” (4). “Los demócratas pequeño-burgueses, por el estilo de nuestros social-revolucionarios (populistas radicales agrarios) y mencheviques (socialdemocracia reformista rusa), y sus hermanos carnales, todos los social-chovinistas (pseudo-izquierda al servicio del patrioterismo burgués) y oportunistas de la Europa occidental, comparten ellos mismos e inculcan al pueblo la falsa idea de que el sufragio universal es, en el Estado actual (en las democracias capitalistas), un medio capaz de expresar realmente la voluntad de la mayoría de los trabajadores y de garantizar su efectividad práctica (el logro de sus objetivos). Aquí no podemos más que señalar esta idea mentirosa”. (5). “Decidir una vez cada cierto número de años que miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías constitucionales parlamentarias, sino también en las repúblicas más democráticas”. (5). 

El leninismo fue una reacción, un enderezador golpe de timón, ante la degradación del marxismo en los años anteriores a la I Guerra Mundial. Pero la corrupción del ideario revolucionario se había iniciado antes, tras la muerte de Marx, y Engels se afanó en señalarlo y combatirlo. Tras su desaparición, Lenin tomó el relevo de encabezar la lucha por devolverle su sentido original. Y la degeneración de la socialdemocracia decimonónica se asentaba, precisamente, sobre una errónea conceptuación y valoración de los procesos electorales, de su visión del Estado Burgués, de sus organismos e instituciones, y del papel a desempeñar en su seno por parte de los representantes políticos de las clases populares. Volviendo a las citas anteriores, éstas descalifican por completo dichos procesos electorales en regímenes como el nuestro. Niegan que sean “un medio capaz de expresar la voluntad de la mayoría de los trabajadores y de garantizar su efectividad práctica”, y consideran que sólo son un “arma de dominación de la burguesía” en los que se decide, en exclusividad, “que miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento”. Sólo les otorga un relativo valor como “índice que sirve para medir la madurez de la clase obrera” (grado de concienciación). Y se afirma, de forma categórica, que “no puede ser más ni será nunca más (que eso) en el Estado actual”. En esta fiebre electoralista, que últimamente todo lo inunda, arrastra y condiciona, en la izquierda nacionalista y trasformadora andaluza, los viejos revolucionarios nos devuelven a la verdad de los basamentos ideológicos, ahora velados por la superficialidad e inconsistencia teórica de unos y las indisimuladas ambiciones personales de otros. 

El marxismo nunca intentó “mejorar” esta sociedad, nunca creyó en tal posibilidad, sólo buscó su erradicación. Nunca vio en las elecciones más que un medio de preparación y propagación de la subversión. Y nunca participó en las distintas instituciones del Estado burgués más que para utilizarlas y desestabilizarlas. Ni Marx ni Lenin pretendían alcanzar el poder, sino acabar con el Poder. No aspiraban a ganar elecciones, sino insurrecciones. Y ello era así, por la convicción de ambos del papel exclusivamente controlador y represor representado por el Estado y sus instituciones en la sociedad capitalista. Y como no es ni puede ser otra cosa, una estructura facilitadora del expolio “legal” sobre la población, es absurdo plantearse, a través de él, no ya metas sociales, sino tan siquiera avances sustanciales para la clase trabajadora. Para Marx y Lenin el aspecto controlador y represor del Estado burgués constituye su propia esencia y su única razón de ser. “Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del orden que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeño-burgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de los opresores”. (5). 

El error reformista y la traición socialdemócrata, consiste precisamente, en ver y hacer ver al pueblo el Estado burgués como algo aséptico, por encima de los intereses de la clase dominante, y a sus instituciones como útiles herramientas de transformación social. “Es lógico que un liberal hable de democracia en términos genéricos, un marxista jamás olvidará preguntar ¿para qué clase?” (6). “Cretino parlamentario, que no ve nada más allá del parlamento burgués, que no advierte nada más que los partidos gobernantes”. (6). Así definía Lenin al socialdemócrata Kautsky por su defensa de la democracia formal y del parlamentarismo como método de alcanzar sus objetivos por el pueblo. Él, en cambio, consideraba a la democracia liberal como “dictadura de la burguesía” sobre el pueblo: “...monarquía y república son formas de gobierno distintas... estas dos formas de gobierno, como todas las formas de gobierno de transición bajo el capitalismo, no son sino variedades del Estado burgués, es decir, de la dictadura de la burguesía” (6). 

Durante otra forma de dictadura burguesa más obvia, el totalitario régimen franquista, la oposición de izquierdas se dividía, estratégicamente hablando, entre los que pretendían mantener tácticas de confrontación pura y dura con respecto a aquel Estado, y los que defendían la eficacia de ciertas políticas “entristas” en sus instituciones. Los segundos, participaban en algunos procesos electorales, como los sindicales, como un medio de utilizar los engranajes del sistema contra sí mismo. Pero sólo aspiraban a socavar los cimientos del Poder desde dentro y aprovechar las rendijas de aquella “legalidad” para concienciar y “revolucionar” a la población. Ambas tendencias diferían con respecto a los medios, pero no en el fin. A ninguno de los partidarios de aquel “entrismo”, por ejemplo, se le hubiese ocurrido “ayudar a la gobernabilidad” sobre el pueblo, desde sus puestos de representación, puesto que su objetivo era levantar al pueblo contra el gobierno. Contra cualquier gobierno. No pretendían consolidar al régimen, sino acabar con la Dictadura. 

En el caso especifico andaluz, al electoralismo y al parlamentarismo hay que analizarlo desde una doble perspectiva. No sólo desde la social sino también desde la nacional. “En el afán de practicismo, Rosa Luxemburgo (marxista polaca antinacionalista) ha perdido de vista la tarea práctica principal tanto del proletariado ruso como del proletariado de toda otra nacionalidad: la tarea de la agitación y propaganda cotidianas contra toda clase de privilegios nacional-estatales, por el derecho, derecho igual de todas las naciones a su estado nacional, porque sólo así defendemos los intereses de la democracia y la unión basada en la igualdad de derechos de todos los proletarios y de todas las naciones”. (7). Para un revolucionario andaluz, aquel que pretende enfrentarse contra la doble opresión que padece nuestro pueblo, el Estado Español no sólo es el instrumento de una dictadura burguesa, sino, igualmente, de la españolista administración colonial de ocupación. ¿Hay otra forma de denominar a la estructura política impuesta por el conquistador de nuestro País? Y si es irracional creer en la posibilidad de que los oprimidos puedan lograr su emancipación utilizando los instrumentos ideados para su embaucamiento y esclavización aún lo es más considerar que los conquistados puedan arrancarse el yugo de la ocupación mediante los que le han sido impuestos por el colonizador para optimizar el expolio de nuestra tierra e imposibilitar la concienciación y el levantamiento de nuestro pueblo. En el Estado, los ayuntamientos o las “autonomías”, como instrumentos de liberación.

No me extenderé sobre lo ya expresado en anteriores artículos, pero cabría recordar sucintamente, que un nacionalista andaluz será aquel que luche por la libertad de su pueblo, por la recuperación de su soberanía nacional, de su capacidad colectiva, autónoma y absoluta de acción y elección sobre sí mismo, su territorio, su trabajo y sus recursos. De su independencia. “¿Y puede haber, para una nacionalidad como tal, mayor libertad que la libertad de separación, la libertad de formar un Estado nacional independiente?”. (7). Cabría, igualmente, recordar que quien le arrebata, le impide y le niega el ejercicio de su soberanía es España. Luego, para una izquierda nacionalista, el Estado español es sinónimo no sólo de explotación social, sino de opresión nacional. Y el Estado Español no es algo abstracto, ni hace sólo referencia a “la Corona” y su Gobierno, sino a toda la “Administración del Estado”, al conjunto de sus instituciones. Tan Estado es un ministerio como un parlamento. Tan Administración del Estado es un tribunal como un ayuntamiento. Pero, también, tan Estado Español es el “Gobierno Central” como la Junta de Andalucía. Tan Parlamento Español es el de “Madrid” como el de “Sevilla”. Todos forman el Estado. Por más que se “descentralice” no deja de ser uno y mismo. Y todas sus instituciones, desde una perspectiva nacionalista de clase, sólo son engranajes de opresión nacional y social. Andalucía no tiene ni puede tener parlamento ni gobierno “autonómicos”. Autónomo es sinónimo de independiente. Sin soberanía previa, no puede haber “poder andaluz” ni “autogobierno”. No se puede tener, mientras no se es. La soberanía nacional, es el “ser” político y jurídico de un pueblo. Por otro lado, idéntico razonamiento cabría hacer a nivel local. Un Ayuntamiento no es más que el gestor del Estado en lo municipal.

Como se deduce de la lectura de Marx; dado que “opio del pueblo” es un término extensible a todo aquello instrumentalizado por el Sistema, “Estado y sociedad”, como herramienta para obtener una “conciencia tergiversada del mundo”, alienada; toda idea que sostenga la utilidad de las instituciones españolistas-capitalistas, estatales, locales o “autonómicas”, para el logro de sus objetivos por el pueblo andaluz, desempeñan el mismo papel representado por la religión, por esa espiritualidad instrumentalizada por la clase dominante, otro “opio del pueblo”. Subterfugio destinado a mantener al pueblo pasivo y en estado de ensoñación. Y sus difusores,  son los sacerdotes de la religión de la “democracia representativa”, no son sino “camellos” del “opio” y propagadores de la drogadicción social. Si el Estado Español es una “dictadura burguesa” sobre el pueblo y una administración colonial de ocupación sobre Andalucía, la izquierda andaluza podrá divergir, como durante el fascismo, en mantener, con respecto a él y en sus instituciones, tácticas de confrontación externa o “entristas”, incluso optar por complementarlas, pero la estrategia no puede ser otra que la de “acoso y derribo”, puesto que la meta no es gobernar al pueblo sino hacer gobernar al pueblo. Ninguna “democracia participativa” se alcanza mediante las “dictaduras burguesas” sino contra las “dictaduras burguesas”. Ningún pueblo se libera participando en el gobierno colonial, sino acabando con el gobierno colonial. En el contexto nacionalista, “la burguesía coloca siempre en primer lugar sus reivindicaciones nacionales (propias) y las plantea de un modo incondicional. Los proletarios (los revolucionarios) las subordinan a los intereses de la lucha de clases (las sitúan en relación causal con las sociales)”. “Lo que más interesa a la burguesía es que una reivindicación determinada sea ““realizable””, de aquí la eterna política de transacciones con la burguesía de otras naciones en detrimento del proletariado”. (7). 

Estando en la cárcel mexicana en la que mantuvo una huelga de hambre de 57 días, el Che Guevara escribió a su madre: “Lo que realmente me aterra es tu falta de comprensión de todo esto y tus consejos sobre la moderación, el egoísmo, etc., es decir, las cualidades más execrables que pueda tener un individuo. No sólo no soy moderado sino que trataré de no serlo nunca, y cuando reconozca en mí que la llama sagrada ha dejado lugar a una tímida lucecita votiva, lo menos que pudiera hacer es ponerme a vomitar sobre mi propia mierda”. (8). Lógicamente, en el contexto en que fueron escritas, “moderado” es sinónimo de claudicación y “egoísmo” de individualismo. Esta intencionadamente distorsionadora sociedad orweliana ha deformado los conceptos hasta hacerlos irreconocibles, corrompiendo los significados hasta transformarlos en su contrario. Así, por ejemplo, ha trasmutado algo tan noble como el ser íntegro en la adjetivación “integrista”, el ir a la raíz de las causas en ser un “radical”, no apartarse de los fundamentos en ser un “fundamentalista”, mantener los principios sin adulterarlos, puros, con ser un “purista”, etc. Y es que lo que el Sistema y sus siervos pretenden inculcarnos no es que no estemos en su contra, tan siquiera les importa que lo proclamemos, sino que no actuemos, que no nos opongamos. Eso es lo que se nos vende como “racionalidad” y “adaptación a las circunstancias”; que teoricemos, que añoremos otras sociedades, pero que nuestra praxis no sea un obstáculo en el mantenimiento y consolidación de ésta. Contra eso se revela el Che. 

No soy partidario de citas, suelo rehuir incluirlas, pero esta vez las consideraba ineludibles. Diríase escritas para denunciar el confusionismo en que pretende mantener y perpetuar al pueblo trabajador andaluz, y particularmente al soberanismo revolucionario, la mentalidad reformista-regionalista, desgraciadamente preponderante hoy en la izquierda nacionalista andaluza. Comprendo que se “rasguen las vestiduras” los que, tras velos de “madurez” y “realismo”, ocultan su entreguismo. Y es que: “el oportunismo en política es tanto más peligroso cuanto más disfrazado aparece y cuanto mayor es la reputación personal que lo cubre” (9) Ésa es su responsabilidad histórica. La traición, de la que tendrán que responder y responderán ante nuestro pueblo. Y los hechos son independientes con respecto a las intencionalidades. Aplicando el axioma jurídico, al igual que “el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento”, la ignorancia de las raíces intrínsecamente antipopulares y antianluzas del estado, sus distintas administraciones y los  “procesos electorales”, no eximen de la responsabilidad del de haberlos defendido y de las consecuencias derivadas de ello.
Pero la historia es una carrera de una única dirección, siempre va hacia adelante, más o menos acelerada, con más o menos recovecos, al extremo de parecer que se paraliza o retrocede, pero siempre avanzando. Por ello, la opresión españolista, que representa la esclavitud nacional y social para Andalucía y sus clases populares, ésa España que es el nombre de la superestructura administrativa imperialista de la explotación capitalista en nuestra tierra, parece hoy más fuerte que nunca, pero en su “éxito” está implícito su fracaso. El futuro nos pertenece. Antes o después volveremos a ser lo que fuimos, hombres libres. “El capitalismo ha vencido en el mundo entero, pero esta victoria no es más que el preludio del triunfo del Trabajo sobre el Capital”. (2)

Francisco Campos López


Notas:

(1). Marx; “Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel”.                                            
(2). Lenin; “Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo”.                                                                        
(3). Marx y Engels; “Manifiesto comunista”.
(4). Engels; “Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”.
(5). Lenin; “El Estado y la Revolución”.
(6). Lenin; “La Dictadura Proletaria y el renegado Kautsky”.
(7). Lenin; “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”.
(8). “Che Guevara, pensamiento y política de la utopía”; de R. Massari.
(9). Trotski; “La revolución permanente”.