martes, 26 de junio de 2012

Movimiento de liberación nacional y política de la Internacional Comunista (IC)



Continuamos con la publicación de un fragmento de la polémica obra de F. Claudín "La crisis del movimiento comunista". El texto en cuestión, titulado "Movimiento de liberación nacional y política de la Internacional Comunista" es un análisis acerca de la política y los errores de la III Internacional con respecto al movimiento de liberación nacional. Pero también una radiografía de las limitaciones de los movimientos de liberación nacional en el momento.

Referido a la primera mitad del siglo XX, es indudable que este fragmento sugiere muchas reflexiones sobre los movimientos de liberación nacional en la actualidad y su relación con el movimiento comunista mundial.



La experiencia colonial
Movimiento de liberación nacional y política de la IC
En la sombría primavera de 1939, una vez que Franco hubo entrado en Madrid y Hitler en Praga, la única sección de importancia que le queda en pie a la IC en Europa es el partido francés. Fuera de él, sólo conservan la legalidad los pequeños partidos de Escandinavia, Inglaterra, Bélgica, Holanda y Suiza, cuya gravitación política en los respectivos países es mínima. Todas las demás secciones europeas han sido sucesivamente recluidas en la clandestinidad después de sufrir duras derrotas. A los pocos meses el Partido Comunista francés correrá la misma suerte. Y comenzará la guerra mundial.
El capitalismo pudo precipitar al mundo en la segunda gran matanza del siglo porque, en los veinte años transcurridos desde la primera, la mayoría del proletariado de los países ”avanzados” siguió volviendo la espalda a la misión revolucionaria que según el marxismo debía asumir. Lo cual significaba que la Komintern había fracasado en el objetivo número uno que se propuso al nacer: arrancar a la clase obrera del reformismo, organizarla sindical y políticamente sobre bases revolucionarias. La IC no logró dar un solo paso importante en esa dirección en los Estados Unidos, que era ya la principal metrópoli del capitalismo, ni en Inglaterra (segunda en importancia, pese a su estancamiento, dado su imperio colonial). En ambos casos, debe reconocerse, la tarea no era nada fácil, teniendo en cuenta el estado político e ideológico en que se encontraba el proletariado anglosajón cuando la IC entra en escena. Pero la Internacional fracasa también en Alemania, donde las condiciones objetivas iniciales eran muy favorables, y donde un resultado positivo hubiera podido modificar radicalmente el curso de los acontecimientos a escala mundial. Francia es el único país capitalista de primera magnitud en el que la IC, a los diez y siete años de constituirse, logra posiciones hegemónicas en la clase obrera, pero vistas las cosas retrospectivamente cabe preguntarse si el auge del comunismo francés en la segunda mitad de los años treinta fue una victoria del marxismo revolucionario o el primer paso hacia una involución socialdemócrata del movimiento comunista en el área del capitalismo desarrollado. En todo caso, una conclusión se impone con evidencia indiscutible. La Komintern no logró resolver, ni de lejos, la principal tarea que se había asignado: convertirse en el partido dirigente del proletariado occidental. En este hecho capital está la clave del fracaso histórico de la IC. Y por eso hemos concentrado el análisis crítico de su actividad en aquellos casos donde se dieron las condiciones más favorables para la resolución de dicha tarea. Pero es necesario referirse – aunque sea de la manera extremadamente sumaria que nos impone el espacio reservado a esta primera parte de nuestro estudio – a los resultados obtenidos por la Komintern en relación con otro de los objetivos fundamentales que se propuso en su fundación: dirigir la lucha de los pueblos coloniales y dependientes contra el imperialismo. El balance en este frente tampoco es muy halagüeño.
En vísperas de la segunda guerra mundial los efectivos de la IC en las colonias y países dependientes eran sumamente reducidos, con excepción de China, donde, como veremos más adelante, la fuerza que adquiere el partido comunista, a partir de los últimos años de la década del treinta, no se debe precisamente a la política de la Komintern. En la totalidad de los restantes países asiáticos había en 1939 alrededor de 22 000 comunistas. En África, 5 000 (cuya mayor parte, probablemente, eran franceses de Argelia y Marruecos, y obreros blancos de la Unión Sudafricana). Y en toda América latina 90 000(169). (Un porcentaje considerable de estos últimos fueron reclutados en el periodo que sigue al VII Congreso de la IC, cuando los partidos comunistas latinoamericanos – siguiendo las directivas de la IC – aplican una política oportunista de contemporización con el imperialismo yanqui.) La exigüidad numérica refleja fielmente, en la mayoría de los casos, el reducidísimo papel político que los partidos comunistas de las colonias y países dependientes desempeñan en el movimiento de liberación nacional. Este cobró un notable impulso entre las dos guerras mundiales, pero fue dirigido – con la excepción, ya señalada, de China, a partir de la invasión japonesa de 1937 – por los nacionalistas burgueses, cuando no feudales. (Los conceptos de ”burgués” y ”feudal” son utilizados aquí convencionalmente; en realidad recubren categorías sociopolíticas no asimilables plenamente a las correspondientes europeas.)
La primera gran dificultad con que tropieza la IC para abordar la problemática de la lucha revolucionaria en las colonias y países dependientes consistía en que hasta entonces la teoría marxista apenas se había ocupado del tema. La herencia dejada por Marx y Engels en este terreno era muy escasa, sobre todo en lo que se refiere a los aspectos estratégicos y tácticos. Cierto que la idea de la conexión entre las revoluciones en los países atrasados, explotados por el capitalismo europeo, y la revolución socialista, había sido esbozada por Marx desde 1853. La ”inmensa revolución” de los Taiping, escribe en ese año, puede contribuir a provocar la revolución en Europa ”más que cualquier otra causa política”(170). Sus juicios y análisis acerca del papel del ”factor nacional” y del ”factor campesino” en las revoluciones europeas contenían sugestiones aprovechables para el estudio de los problemas que habría de plantear el movimiento de emancipación colonial en el siglo XX. Las indagaciones de Marx sobre el ”modo de producción asiático” podían haber sido de gran utilidad a la IC para adentrarse en el conocimiento de las sociedades que el movimiento revolucionario antimperialista pretendía emancipar y transformar. Pero los principales textos marxianos sobre esa cuestión permanecieron inéditos hasta 1939. Y aquellos que se conocían fueron considerados por Plejánov y otros teóricos marxistas como hipótesis que el propio Marx había abandonado. Después de la derrota del Partido Comunista chino en 1927, se entabló en la Unión Soviética una discusión sobre este tema y el concepto de ”modo de producción asiático” fue condenado(171). En una palabra, la aportación de Marx y Engels a la problemática de la revolución en el mundo precapitalista colonizado por Europa era muy escuálida e indirecta, cosa natural teniendo en cuenta que la cuestión apenas había sido planteada por la práctica en vida de los fundadores del marxismo. Pero la lógica interna de la teoría marxiana de la revolución socialista mundial portaba en sí dos ideas de esencia europeocentrista, que habrían de tener enorme gravitación en la IC. La primera, de carácter principalmente estratégico: la liberación del mundo explotado por el capitalismo habría de ser el resultado de la revolución socialista en Occidente. La segunda, de carácter cultural, en el sentido más amplio de este concepto: la transformación socialista del mundo significaba su europeización.
Lenin parte de esta herencia teórica. Como vimos en el segundo capítulo, durante los años que siguen a la revolución rusa de 1905 toma conciencia aguda de la nueva fuerza revolucionaria que despuntaba por Oriente. Frente a la posición colonialista de la derecha de la II Internacional, y en contraste con el anticolonialismo verbal e inoperante del centro ”ortodoxo”, Lenin plantea con vigor que el proletariado revolucionario de Occidente debe hacer suya la causa de los pueblos oprimidos, apoyarla decididamente, y considerarla parte muy importante de la revolución socialista mundial, factor que contribuye a socavar decisivamente las bases del imperialismo. Pero antes de la revolución de Octubre, Lenin no aborda más que muy de pasada los problemas de la revolución en Oriente(172). El I Congreso de la IC apenas les presta atención y expresa muy claramente las ideas europeocentristas ancladas en los marxistas occidentales.
”La liberación de las colonias – dice, en efecto, el manifiesto del congreso – no es concebible más que si se realiza al mismo tiempo que la liberación de la clase obrera de las metrópolis. Los obreros y los campesinos, no sólo de Annam, de Argelia, o de Bengala, sino también de Persia y de Armenia, no podrán gozar de una existencia independiente más que el día en que los obreros de Inglaterra y de Francia, después de haber derrocado a Lloyd George y Clemenceau, tomen en sus manos el poder gubernamental”(173).
Pero entre el I y el II Congreso tienen lugar tres hechos que presionan para que el ”problema nacional y colonial” pase a ocupar una plaza relevante en las discusiones de la IC. En primer lugar, la perspectiva de la revolución proletaria en Occidente se aleja (aunque coincidiendo con el II Congreso hubiera una fugaz reanimación de la esperanza, frustrada con la detención del ejército rojo ante Varsovia); en segundo lugar, el movimiento de emancipación nacional antimperialista adquiere – contrastando con el reflujo de la revolución en Occidente – un notable impulso; en tercer lugar, el problema nacional y colonial se plantea de forma aguda dentro mismo de la revolución soviética. Por otra parte, a este II Congreso asisten por primera vez delegados representando a las organizaciones comunistas que comienzan a crearse en las colonias y semicolonias. En virtud de estas circunstancias tiene lugar la primera gran discusión dentro de la IC sobre los problemas estratégicos y tácticos del movimiento revolucionario en los países atrasados oprimidos por el capitalismo europeo. La discusión gira fundamentalmente en torno a dos puntos: a) la valoración de este movimiento como parte de la revolución mundial socialista; b) la política a seguir por la IC en ese frente (política en el sentido amplio: cuestiones estratégicas, tácticas, organizacionales, etc.). La discusión de esta problemática siguió poco después en el Congreso de los pueblos de Oriente, convocado por la IC y celebrado en Bakú, en septiembre de 1920, al que acudieron representaciones de los partidos comunistas de las colonias y semicolonias del capitalismo europeo, así como de las organizaciones comunistas de los pueblos que habían sido oprimidos por el zarismo y liberados por la revolución de Octubre. En el III Congreso de la IC el problema colonial apenas fue tocado, por las razones que más adelante veremos. Volvió a discutirse en el IV y V. En el análisis que sigue trataremos de sintetizar las posiciones adoptadas en estos cinco primeros congresos de la IC (y en el congreso de Bakú) para referirnos después a la principal experiencia colonial de la Komintern: su política en la revolución china. El análisis lo agruparemos en torno a los puntos a) y b) más arriba señalados.
a) Valoración del movimiento de liberación nacional como parte de la revolución socialista mundial. La óptica europeo-centrista extrema del 1 Congreso fue parcialmente rectificada en el II. Ante el reflujo de la revolución en Occidente, Lenin y los demás dirigentes bolcheviques estaban mejor predispuestos a captar toda la significación que para la defensa de la revolución rusa tenía el movimiento liberador antimperialista que se ponía en marcha en los países de Asia. Y los comunistas de los países asiáticos, inflamados de entusiasmo revolucionario, reflejando la intolerable situación en que el colonialismo había sumido a los pueblos que representaban, no podían admitir en modo alguno que su liberación hubiera de aguardar a que los obreros de Londres y París tomaran el poder. Más aún: algunos de esos comunistas asiáticos expresan abiertamente su escasa confianza en la perspectiva de la revolución proletaria en Occidente. El más calificado teóricamente de todos ellos, M.N. Roy, comunista indio, defiende un punto de vista asiocentrista, anticipación del maoísmo.
”El camarada Roy – dicen las actas de la comisión del congreso sobre la cuestión nacional y colonial – defiende la idea según la cual el destino del movimiento revolucionario en Europa depende enteramente del curso de la revolución en Oriente. Sin el triunfo de la revolución en los países orientales, puede estimarse que el movimiento comunista en Occidente no cuenta para nada” [...] ”En consecuencia, es indispensable transferir nuestras energías al desarrollo y el levantamiento del movimiento revolucionario en Oriente, y adoptar como tesis fundamental que el destino del comunismo mundial depende de la victoria del comunismo en Oriente.”
Roy fundamenta este punto de vista en el supuesto de que el capitalismo europeo está en condi-ciones, valiéndose de los recursos que extrae de las colonias, de llevar todo lo lejos que le sea políticamente necesario las concesiones económicas al proletariado occidental. ”La clase obrera europea – dice en las tesis que propone al congreso – no logrará derribar el orden capitalista hasta que esa fuente [de beneficios] no sea definitivamente cegada.” Lenin refuta las concepciones de Roy:
”El camarada Roy va demasiado lejos al sostener que el destino de Occidente depende exclusivamente del grado de desarrollo y de las fuerzas del movimiento revolucionario en los países orientales. Aunque en la India hay 5 millones de proletarios y 37 millones de campesinos sin tierra, los comunistas indios no han logrado todavía crear un partido comunista en su país, y este sólo hecho basta para demostrar que los puntos de vista del camarada Roy están desprovistos de fundamento en gran medida.”
Sin embargo, Lenin y el II Congreso – pese a la resistencia de algunos representantes de los partidos occidentales, como el italiano Serrati – rectifican sustancialmente el enfoque del I Congreso. Se aprueba una nueva formulación de la tesis antes citada de Roy que dice así: ”El superbeneficio obtenido por la explotación de las colonias es el sostén principal del capitalismo contemporáneo, y mientras éste no haya sido privado de esa fuente de super-beneficios a la clase obrera europea no le será fácil derrocar el orden capitalista.”(174)
Sin abandonar, en modo alguno, la concepción marxista tradicional, según la cual el proletariado del capitalismo desarrollado y su revolución socialista son la clave, la base socioeconómica y política, los agentes decisivos de la revolución mundial, el II Congreso de la Komintern asigna a la lucha emancipadora de los pueblos coloniales un papel de primer orden en el proceso revolucionario mundial, y no supedita ya la posibilidad del triunfo de la revolución colonial en tal o cual país, a la victoria del proletariado en la metrópoli. En los años siguientes este nuevo enfoque irá afirmándose, y ya vimos que en uno de sus últimos trabajos Lenin expresa la idea de que la suerte de la revolución mundial está asegurada, en última instancia, porque los pueblos de China, la India, y otros países oprimidos, junto con los pueblos soviéticos, constituyen la gran mayoría de la humanidad.
Sin embargo, esa valoración más alta del lugar que ocupaba la revolución colonial en el proceso de la revolución mundial socialista, no se traducirá en un esfuerzo sostenido de la IC, ni a nivel de la elaboración teórica y política, ni en el plano de la acción práctica. La óptica europeocentrista seguirá dominando en la dirección de la Komintern y en los partidos comunistas de las metrópolis europeas, tomando a veces una coloración colonialista. En el III Congreso, Roy hace la siguiente intervención:
”Se me han concedido cinco minutos para mi informe [sobre la India. FC.] y como este tema no puede ser agotado ni en una hora quiero aprovechar los cinco minutos para una protesta enérgica. La manera como la cuestión del Oriente ha sido tratada en este congreso es puramente oportunista, y conviene más bien a un congreso de la II Internacional. No es posible llegar a conclusiones concretas a partir de algunas frases que las delegaciones orientales han sido autorizadas a pronunciar.”(175)
En el IV Congreso, Safarov, colaborador de Lenin en los problemas del Oriente plantea: ”Pese a las decisiones del II Congreso de la IC, los partidos comunistas de los países imperialistas han hecho extraordinariamente poco para abordar las cuestiones nacionales y coloniales [...] Más aún, bajo la bandera del comunismo se esconden ideas chovinistas extrañas y hostiles al internacionalismo proletario.”(176) En el V Congreso, Katayama, representante del Partido Comunista del Japón, ”lamenta que Zinoviev haya hablado tan poco del Oriente; el informe y las tesis de Varga no tienen en cuenta más que a Europa y América”. (Zinoviev, presidente entonces de la IC, había hecho el informe central del congreso, y E. Varga el informe sobre la situación económica mundial.) El delegado del Partido Comunista de Indonesia se queja del Partido Comunista holandés y expresa la esperanza de que ”el Comité Ejecutivo de la IC preste más atención a las colonias”. El de México dice: ”La importancia de América latina para los Estados Unidos es inmensa, pero no es reconocida ni por Zinoviev, ni por los comunistas de los Estados Unidos.” La crítica más severa es formulada por Nguyen Aiquoc (Ho Chi-min), que acusa a los partidos comunistas europeos de menospreciar la significación de las colonias para la revolución mundial: ”Discutiendo de la posibilidad y los medios de realizar la revolución, preparando vuestro plan de guerra, vosotros, camaradas ingleses y franceses, y vosotros también, camaradas de otros países, habéis perdido completamente de vista este importante punto estratégico. He ahí por qué grito con todas mis fuerzas: ¡cuidado!”(177)
Pero la traducción en los hechos de la alta valoración que el II Congreso de la IC había hecho del movimiento de liberación nacional, no tropezaba sólo con la óptica europeo-centrista de los dirigentes comunistas occidentales. Desde el primer momento estuvo condicionada por consideraciones de política exterior soviética, en mayor grado aún, si cabe, que la acción de la IC en el escenario europeo. El III Congreso constituye una ilustración elocuente. El debate sobre el problema colonial fue prácticamente anulado, como se ve a través del pasaje de la intervención de Roy, más arriba reproducido. El informe central de Zinoviev no dedica más que algunas frases generales a las cuestiones del Oriente y se concentra en los problemas europeos. Sin embargo existían razones de peso para continuar y profundizar la discusión iniciada un año antes. En la revolución turca se habían producido acontecimientos significativos. También en la revolución persa. Sun Yat-sen había logrado establecer su base en Cantón y entrado en relaciones con el gobierno soviético. En la India, la lucha contra la dominación inglesa tomaba en 1921 proporciones amenazadoras. Como describe un historiador soviético: ”Una ola de mítines, manifestaciones y huelgas masivas estremeció al país entero. Los indios abandonaban el trabajo en las instituciones gubernamentales, boicoteaban los tribunales y los centros de enseñanza, quemaban las mercancías inglesas. En la acción participaban millones de trabajadores y en numerosos lugares la administración colonial quedaba prácticamente paralizada.”(178) (Este es el ”tema” que, como decía Roy, no podía agotarse en una hora, y para el cual el III Congreso de la IC le concedió cinco minutos.) Es decir, entre el II y el III Congreso se había acumulado una rica experiencia de lucha antimperialista y se planteaban nuevos problemas que requerían el examen de la IC. Particularmente significativa era la experiencia turca. En 1920 Mustafá Kemal se había dirigido a Lenin solicitando la ayuda militar y diplomática del Estado soviético, obteniendo inmediatamente una respuesta positiva. En marzo de 1921 se concluyó un pacto de amistad y ayuda. Pese a las enormes dificultades económicas y militares que entonces atravesaba la revolución soviética, Moscú hizo donativo a Kemal de 10 millones de rublos oro, y le envió cantidades importantes de armamento. Esta ayuda contribuyó eficazmente a que los turcos pudieran sostener con éxito la guerra contra la intervención armada de la Entente (llevada a cabo sirviéndose del ejército griego). Todo lo cual era lógico desde el ángulo de la lucha antimperialista, pero la cuestión se complicaba extraordinariamente a consecuencia de la política interior de los kemalistas. Al mismo tiempo, en efecto, que solicitaban la ayuda soviética los nacionalistas turcos desencadenaban una represión implacable contra el partido comunista – formado en 1920 – y contra el movimiento campesino que luchaba por la reforma agraria. Mes y medio antes de que se firmara en Moscú la alianza turco-soviética, los kemalistas detienen a los militantes comunistas más destacados (cuarenta y dos, en total). Quince de ellos (entre los que figuraba el jefe del partido, Mustafá Subji, intelectual destacado, introductor del marxismo en Turquía) son inmediatamente asesinados, estrangulados, y sus cadáveres arrojados al mar. Los restantes sometidos a juicio por ”alta traición”. ¿Debía el gobierno soviético ayudar a un movimiento nacionalista burgués que por un lado se enfrentaba con las potencias imperialistas y por otro asesinaba a los comunistas y reprimía el movimiento campesino? ¿Cuál debía ser la política de la Internacional Comunista en esa situación? La revolución turca planteaba desde el primer momento, y en los términos más tajantes y brutales, uno de los problemas cruciales de la lucha de liberación nacional: la definición y articulación de la política del Estado soviético y de la política de la Internacional – la de los comunistas en los países coloniales – respecto a los movimientos nacionalistas burgueses. El III Congreso de la IC era la gran oportunidad para abordar a fondo esta compleja cuestión, máxime cuando el desarrollo de los acontecimientos en Persia, la India, China, Indonesia, etc., podía crear en cualquier momento situaciones análogas. Cierto que el II Congreso había examinado ya algunos aspectos del problema (a ello nos referiremos más adelante), pero en términos muy generales, sin disponer aún de una experiencia tan aleccionadora como la turca. ¿Por qué no prosiguió la discusión el III Congreso? ¿Por qué concentró toda su atención en el reflujo de la revolución europea y pasó por alto el auge del movimiento antimperialista en Asia? Es posible explicárselo – y aparentemente así lo interpretaron los delegados de los países asiáticos – como efecto de la persistencia del enfoque europeocentrista, pese a las discusiones del II Congreso. Pero aunque este elemento interviniese, hay dos hechos que permiten suponer la intervención del factor ”política exterior soviética”.
El primero, que el pacto con los kemalistas fue concluido después de la matanza de comunistas turcos. Lo que subraya hasta qué punto los dirigentes soviéticos estaban interesados en una alianza que podía preservar sus fronteras meridionales, el petróleo del Cáucaso y la navegación en el Mar Negro. Someter el problema a la discusión del III Congreso de la IC era correr el riesgo de una ruptura con Kemal. Dato significativo: el congreso adopta una resolución especial de protesta por la represión que sufren los comunistas alemanes a consecuencia de ”la acción de marzo”, pero guarda silencio sobre el asesinato de los comunistas turcos.
El segundo hecho es aún más revelador. Por los mismos días que firma el pacto con Kemal, el gobierno soviético había concluido un tratado comercial con Inglaterra, por el que los dos Estados se comprometían a refrenar toda propaganda mutuamente hostil, y en particular la Rusia soviética declaraba que se abstendría de toda propaganda que pudiera incitar a los pueblos de Asia a una acción contraria a los intereses británicos(179). Si tres meses después el III Congreso de la IC, cuyos debates transcurrían bajo la dirección de Lenin, se dedicaba a examinar seriamente cómo impulsar la lucha contra el imperialismo británico, Londres podía considerar el acto como una ruptura del compromiso contraído. Para la burguesía inglesa, como para los comunistas del mundo entero, Lenin no era sólo el jefe oficial del Estado soviético sino el jefe real de la Internacional Comunista. Y no hay que olvidar que 1921 fue el año crítico de la revolución rusa, cuando se inicia la NEP y se ponen no pocas esperanzas en las inversiones de capital extranjero. ¿Podían los dirigentes soviéticos poner en peligro el primer paso importante que daban hacia un modus vivendi con el capitalismo occidental? En diciembre de 1922, cuando se reúne el IV Congreso, las citadas esperanzas se habían disipado en gran parte. La conferencia de Génova no había dado los resultados previstos, y en cambio existía ya el acuerdo de Rapallo. La Unión Soviética podía considerar con más tranquilidad el ”frente occidental”. Y por otra parte Inglaterra no renunciaba a su antisovietismo proverbial, habiéndose opuesto a la participación de la URSS en la conferencia de Lausanne que iba a tratar el problema turco. No existían, por tanto, las mismas razones diplomáticas que año y medio antes para que la IC no abordara el problema colonial. Y, en efecto, volvió a ser examinado con cierta amplitud en el IV Congreso. Pero el problema turco siguió tratándose de manera que no se provocaran dificultades con Kemal.
Si ya en tiempos de Lenin las consideraciones de política exterior soviética condicionaron en el grado que acabamos de ver la acción de la IC en el mundo colonial, no es necesario decir que la gravitación de ese factor fue en aumento durante el periodo estaliniano. Pero de ello nos ocuparemos más adelante. Antes es necesario referirse al efecto que desde el primer momento tuvo otro factor: la política de los dirigentes soviéticos en relación con el problema nacional y colonial heredado del zarismo. 
La posición de principio de Lenin en este problema es bien conocida y fue vigorosamente reafirmada en la etapa de febrero a octubre, así como inmediatamente después de la toma del poder: el derecho de las nacionalidades no rusas y de las colonias zaristas a decidir libremente de su existencia nacional, a ”autodeterminarse”, incluido el derecho a separarse de la Rusia soviética, es uno de los puntos capitales del programa bolchevique(180). Y este punto le conquistará al partido valiosos apoyos entre los pueblos oprimidos por el zarismo, defraudados por el centralismo y el colonialismo de los Kerenski y compañía; facilitará no poco la toma del poder por los bolcheviques. Pero muy pronto comenzará a volverse contra ellos. En una serie de nacionalidades, en efecto, el ”derecho de autodeterminación” se convierte en la bandera de grupos políticos de la burguesía liberal, de mencheviques y socialrevolucionarios, de nacionalistas musulmanes reaccionarios, que lo explotan para ganarse el apoyo de las masas frente al poder central ruso, encarnado ahora por los bolcheviques. La contrarrevolución blanca, la intervención de las potencias imperialistas, tratarán también, en el curso de la guerra civil, de explotar el ”derecho de autodeterminación”. El problema lo deciden las armas. Cuando se resuelve en sentido soviético-bolchevique es, o bien porque el ejército rojo tiene el apoyo de la mayoría obrera-campesina – como sucede en los territorios de población mayoritaria rusa, y probablemente en Ucrania, Bielorrusia y algunas otras regiones, donde las organizaciones bolcheviques autóctonas son fuertes –, o bien porque el ejército rojo instaura el poder soviético-bolchevique, aunque éste no cuente con el apoyo de la mayoría de la población, como fue el caso en Georgia y otras regiones. Esta práctica, que comenzaba a distanciarse cada vez más de las posiciones programáticas iniciales, llevó a algunos de los principales dirigentes bolcheviques – Stalin, Bujarin y otros – a preconizar que el partido eliminara de su programa el reconocimiento del derecho de autodeterminación nacional, y lo sustituyera por el ”derecho a la autodeterminación de las masas trabajadoras”. Lenin se opone categóricamente. La ”autodeterminación” de los trabajadores de la nación oprimida, dice, no puede resultar más que de su diferenciación de la burguesía nacional y de la lucha contra ésta. Si el proletariado de la nación que ha sido opresora – el proletariado ruso en este caso – no reconoce plenamente el ”derecho de autodeterminación” de la nación oprimida, obstaculiza, en lugar de facilitarla, dicha diferenciación. Pone el ejemplo de Finlandia: el gobierno soviético procedió justamente reconociendo su derecho de autodeterminación, pese a que fue ejercido para separarse de la Rusia soviética, porque ”la burguesía finlandesa engañaba al pueblo, engañaba a las masas trabajadoras, diciendo que los ”moscovitas”, los chovinistas, los rusos, querían ahogar a los finlandeses”. Y de la misma manera, dice Lenin, habrá que proceder en lo sucesivo. Admite la posibilidad de que Ucrania y otras nacionalidades no rusas puedan constituirse en Estados plenamente independientes. Esta discusión tiene lugar en el VIII Congreso del partido, en marzo de 1919(181). El ”derecho de autodeterminación” de las naciones seguirá inscrito en el programa del partido, pero su aplicación a la ”finlandesa” será la última. En 1921, Georgia es ocupada por el ejército rojo, pese a existir allí un gobierno menchevique elegido por sufragio universal, y de que Moscú ha firmado con él un tratado reconociendo su independencia y comprometiéndose a no ingerirse en sus asuntos internos. Pero está por medio el petróleo del Cáucaso, se trata de una zona que es vital, tanto en el sentido económico como militar, para el Estado soviético (véase nota 42 del capítulo 4). Al mismo tiempo, en las repúblicas y regiones musulmanas, a las que se ha concedido cierta autonomía dentro de la república federativa rusa, el ”derecho de autodeterminación” no corre mucha mejor suerte. Desde 1920 Stalin, en su función de comisario del pueblo para las nacionalidades, desencadena una represión sistemática, no sólo contra el nacionalismo musulmán reaccionario, sino contra los comunistas autóctonos que ven degradarse día por día la adhesión de las masas al poder soviético, y tratan de afianzar éste sobre bases nacionales. En el verano de 1922, Stalin toma la iniciativa de pasar rápidamente a la constitución de la ”Unión de repúblicas socialistas soviéticas”, lo que significaba, en la práctica, liquidar lo poco de independencia y autonomía efectivas que conservaban las nacionalidades no rusas. El derecho a la autodeterminación, incluida la separación, seguía figurando en los principios de la Unión, pero el mecanismo estatal que se ponía en pie anulaba toda posibilidad efectiva de ejercer ese derecho.
¿Cómo compaginar la insistencia de Lenin en mantener su tradicional posición de principio en la cuestión nacional, con una práctica que la desmentía sistemáticamente? A nuestro parecer, de los escritos, intervenciones orales y disposiciones de Lenin en ese periodo se deduce que para él dicha práctica fue impuesta por exigencias ineluctables de la guerra revolucionaria contra los blancos y sus auxiliares extranjeros, pero en modo alguno debía ser institucionalizada y teorizada, hasta convertirla en orientación básica del partido. En la segunda mitad de 1922 – imposibilitado ya por la enfermedad de intervenir directamente en los asuntos del Estado –, las informaciones que recibe de la periferia y el proyecto de creación de la Unión agravan sus temores de que el chovinismo ”gran ruso” llegue a impregnar las estructuras y métodos del Estado y del partido. El mismo día (30 de diciembre de 1922) que al congreso de los soviets aprueba el proyecto de Stalin, Lenin escribe una ”nota” destinada a la dirección del partido, que comienza con esta significativa autocrítica: ”Me parece que he incurrido en grave culpa ante los obreros de Rusia por no haber intervenido con la suficiente energía y dureza en el decantado problema de la autonomización, que oficialmente se denomina, creo, problema de la unión de las repúblicas socialistas soviéticas”. Se inclina ante el hecho consumado, pero pone en duda la conveniencia de la nueva estructura estatal, y plantea que posiblemente será necesario revisarla en el próximo congreso de los soviets y ”mantener la unión de las repúblicas socialistas soviéticas sólo en los aspectos militar y diplomático, restableciendo en todo lo demás la autonomía completa de los distintos Comisariados del pueblo”. La nota es una violenta requisitoria contra el chovinismo ruso, con acusaciones directas a Stalin. ””La libertad de separarse de la unión”, con la que nosotros nos justificamos – dice Lenin –, es un papel mojado, incapaz de defender a los pueblos alógenos de Rusia de la invasión del ”ruso genuino”, del gran ruso chovinista.” Le inquieta profundamente la repercusión que esta situación puede tener en los pueblos oprimidos por el imperialismo, en la acción de la Internacional Comunista: ”El daño que puede sufrir nuestro Estado por la falta de aparatos nacionales unificados con el aparato ruso es incalculablemente, infinitamente menor, que el daño que representa, no sólo para nosotros, sino para toda la Internacional, para los cientos de millones de seres de Asia, que debe avanzar al primer plano de la historia en un futuro próximo, después de nosotros.” (Se sobrentiende: el daño que representa la unificación de dichos ”aparatos” en condiciones opresivas para las nacionalidades no rusas. FC.) Y Lenin agrega: ”Sería un oportunismo imperdonable si en vísperas de esta acción del Oriente, y al principio de su despertar, quebrantásemos nuestro prestigio en él, aunque sólo fuese con la más pequeña aspereza e injusticia con respecto a nuestras propias nacionalidades no rusas [...] con actitudes imperialistas hacia las nacionalidades oprimidas [...]”(182)
En relación con esta preocupación era particularmente grave el problema de los pueblos musulmanes del Asia central, del Cáucaso y de Crimea. Población campesina, en su inmensa mayoría, representaba un porcentaje sustancial de la población incluida en el espacio soviético (casi 25 millones, de un total de 145). Estos pueblos constituían las principales colonias, en sentido estricto, del imperio zarista. Desde la revolución de 1905, se había desarrollado allí un movimiento de liberación nacional ligado al de los pueblos del cercano Oriente colonizado por Inglaterra y Francia. Inmediatamente de tomado el poder, los bolcheviques, en un ”mensaje” firmado por Lenin y Stalin, les hicieron saber a los musulmanes del eximperio zarista: ”Desde ahora vuestras creencias y vuestras costumbres, vuestras instituciones nacionales y culturales, son proclamadas libres e inviolables. Organizad vuestra vida nacional libremente, sin trabas. Tenéis el derecho.”(183) Pero las ”trabas” se manifestaron muy pronto. La colonización zarista había tomado en esas regiones – particularmente en el Turkestán (con una población musulmana de 4 millones) – una forma ”argelina”: implantación de colonos rusos, campesinos y algunos obreros, que adquirieron, como era inevitable, una mentalidad colonialista. Una vez que el poder bolchevique se afirmó en la Rusia central, esta minoría rusa de las regiones musulmanas se hizo inmediatamente ”soviética”, y en ella se reclutaron también no pocos de los ”bolcheviques” que debían asumir las funciones dirigentes en las nuevas instituciones. Los comunistas autóctonos, salidos del ala izquierda del movimiento de liberación nacional desarrollado desde 1905, empezaron a enfrentarse con este nuevo colonialismo. En 1920, Lenin envió allí a uno de sus colaboradores más directos, Safarov, para estudiar el problema sobre el terreno. 
”Era inevitable – escribió años más tarde Safarov – que la revolución rusa en el Turkestán fuera colonialista. La clase obrera turkestana, pequeña numéricamente, sin jefe, ni programa, ni partido, ni tradición revolucionaria, no podía levantarse contra la explotación colonialista. En el colonialismo zarista la pertenencia al proletariado industrial fue un privilegio de los rusos. A causa de esto la dictadura del proletariado tomó aquí un carácter típicamente colonialista.”(184)
Los comunistas autóctonos, fundamentalmente intelectuales, apoyados por los núcleos campesinos más revolucionarios, trataron de encontrar una solución al problema con la constitución de una república soviética, verdaderamente independiente, que agrupara a las poblaciones musulmanas, y en la que la ideología revolucionaria tuviera en cuenta el fondo cultural nacional. Pensaban que era posible apoyarse en el ala antimperialista del movimiento panislámico, y que una república soviética musulmana de esas características podría contribuir poderosamente a estimular y orientar la lucha de emancipación nacional y social entre los 250 millones de musulmanes de Asia y África. Contra esta tendencia se descargó lo que Lenin llama en su nota, más arriba citada, la ”saña” de Stalin contra el ”socialnacionalismo”. Las organizaciones del partido y los soviets de las regiones afectadas fueron drásticamente depurados, los cuadros nacionales sustituidos por ”proletarios” seguros, es decir, principalmente rusos, y la cultura nacional sometida a rigurosa vigilancia(185)
Era inevitable que esta política, como temía Lenin, tuviera consecuencias nefastas para la acción de la IC en los pueblos del Oriente musulmán. Un primer obstáculo importante lo fue ya la condena en bloque del panislamismo contenido en las tesis aprobadas por el II Congreso de la Internacional. Probablemente esta condena no era sólo el efecto del problema interno que el islamismo planteaba al Estado soviético, sino expresión también de la óptica cultural europeocentrista dominante en los marxistas occidentales, incluido Lenin – autor de las tesis –, que les dificultaba comprender y aprovechar las posibilidades revolucionarias insertas en movimientos antimperialistas entroncados con las culturas tradicionales. En el IV Congreso de la IC, Tan Malaka, representante del Partido Comunista de las Indias holandesas (la actual Indonesia), criticó vigorosamente la condena indiferenciada del panislamismo, explicando el significado revolucionario antimperialista de un sector considerable de este movimiento, y cómo la posición adoptada por la Komintern había sido hábilmente utilizada en las Indias holandesas por los nacionalistas burgueses para aislar a los comunistas de las masas campesinas(188). (Este aislamiento no fue la única pero sí una de las causas importantes del aplastamiento del Partido Comunista de Indonesia, por las autoridades holandesas, a finales de 1926.)
No es casual que el fracaso más rotundo de la IC en el ”frente colonial” se produjera entre los pueblos musulmanes del cercano Oriente, más ligados a las minorías musulmanas incluidas dentro del Estado soviético. Los nacionalistas burgueses que encabezaban el movimiento de liberación nacional en Turquía, Persia, Siria, Egipto y otros países de esta zona, podían explotar muy eficazmente la contradicción entre las posiciones programáticas de la Komintern y el hecho de que los musulmanes liberados por la revolución de Octubre del colonialismo zarista no pudiesen crear su Estado nacional. Los comunistas eran presentados por la propaganda nacionalista como agentes de un Estado que oprimía a una parte de la comunidad islámica. Es bien sintomático que hasta después de la segunda guerra mundial, y en bastantes casos hasta nuestros días, los partidos comunistas del cercano Oriente y del norte de África no hayan pasado del estado embrionario.
Resumiendo. Vimos que el II Congreso de la IC dio una alta valoración del papel que el movimiento de liberación colonial estaba llamado a tener en el proceso de la revolución socialista mundial. Este juicio no se modificará formalmente a lo largo de la existencia de la Komintern: figurará siempre, con ligeras variantes, en sus tesis y resoluciones. Luego hemos examinado tres factores que han contribuido desde el primer momento a rebajar esa valoración, a disminuir o deformar su expresión concreta en la actividad teórica y política de la IC: la óptica europeocentrista de los comunistas occidentales (incluidos los rusos); la supeditación de la política del Estado soviético y de la IC en el frente colonial a las exigencias de la política exterior del primero; la reducción a ”papel mojado” del ”derecho a la autodeterminación nacional, incluida la separación”, dentro del Estado soviético.
A medida que se afiance la jefatura estaliniana, el segundo factor será el que tenga un efecto más determinante, pero con ello se amplificará también el efecto de los otros dos. En la época del frente popular el enfoque europeocentrista del problema colonial tendrá su máximo desarrollo en la IC, precisamente porque concordará admirablemente con las exigencias de la política exterior soviética en ese periodo. En cuanto al tercer factor, no se limita a influir como ejemplo negativo, que quebranta la irradiación de la revolución de Octubre, y por tanto de la IC, en los movimientos de emancipación colonial. Stalin y sus colaboradores eran también los jefes efectivos de la Komintern, y la mentalidad ”granrusa” con que abordaban el problema de las nacionalidades no rusas de la URSS, y en particular de las más atrasadas, no podía por menos de reflejarse en su manera de abordar la cuestión colonial fuera de las fronteras soviéticas. Esa mentalidad tenía que predisponerles forzosamente a ver en los pueblos coloniales, en sus movimientos de emancipación, y en los débiles núcleos comunistas que forcejeaban por abrirse paso en ellos, sujetos subalternos de la creación histórica.
Por lo demás, la concepción estratégica global, según la cual el papel dirigente de la revolución mundial correspondía al proletariado de Occidente, la hegemonía dentro de ese proletariado al proletariado ruso, y la dirección de éste al partido bolchevique, facilitaba que las astucias de la mentalidad ”granrusa” pudieran revestirse de respetables justificaciones doctrinales. En todo caso, cada vez fue más evidente, como iremos comprobando, que en la jerarquía estaliniana de ”subordinaciones” el movimiento emancipador de las colonias y semicolonias ocupaba el último escalón.
b) Política de la IC en el frente colonial. El problema más importante que desde el primer momento se plantea a la IC, cuando se apresta a intervenir en la lucha de los pueblos coloniales por su emancipación, es que esa lucha tiene ya una estructura, una orientación, una dirección, en los principales países oprimidos. En todos ellos ”los pioneros de los movimientos revolucionarios coloniales – dirán las tesis del IV Congreso de la IC – han sido la burguesía y los intelectuales indígenas”. Además, estos intelectuales ”asumen al principio un papel director en la acción y la organización sindical embrionaria de la clase obrera”, a fin de movilizarla en la lucha contra el imperialismo. La revolución de Octubre, mostrando en la práctica la posibilidad de vencer a las potencias occidentales en un país atrasado, semiasiático, tuvo profundo impacto en todos los movimientos de liberación de los pueblos oprimidos; los mismos nacionalistas burgueses vieron en el nuevo Estado un posible aliado contra el imperialismo. Pero por otra parte, dicen las mismas tesis, ”los representantes del nacionalismo burgués explotan la autoridad política y moral de la Rusia de los soviets, y adaptándose al instinto de clase de los obreros recubren sus aspiraciones democrático-burguesas de ”socialismo” y ”comunismo”, a fin de desviar los primeros órganos embrionarios del proletariado de sus deberes clasistas”(187).
Oué posición adoptar en relación con esos movimientos nacionalistas que eran antimperialistas y al mismo tiempo burgueses, que veían en la Rusia soviética un posible aliado, y al mismo tiempo se cubrían con los oropeles de la revolución de Octubre para mejor asentar su influencia burguesa en las masas campesinas y en los medios obreros? Tal era el problema que se presentaba ante el Estado soviético y la IC en el ”frente colonial”. Y se presentaba a varios niveles: relación de la Rusia soviética, como Estado, con dichos movimientos en tanto que representantes de la nación oprimida; relación de la IC, en tanto que representante del proletariado revolucionario del Occidente capitalista, con esos mismos movimientos; y relación con ellos de la IC, en tanto que organización comunista colonial, antagonista clasista de los movimientos existentes.
En el II Congreso de la IC se aborda esta cuestión táctica – podría decirse estratégica, puesto que se trata de fijar una orientación política de largo alcance – sobre la base de dos proyectos de tesis que reflejan enfoques distintos y conclusiones divergentes. Uno de Lenin y el otro de Roy(188) Lenin enfoca el problema dando prioridad a los dos primeros niveles que acabamos de indicar. Roy lo ve preferentemente desde el tercero. Lenin considera que lo esencial es aprovechar la posibilidad objetiva de que la Rusia soviética agrupe en torno a ella las naciones oprimidas, enfrentadas con el imperialismo en tanto que naciones. Y que la IC, como representante del proletariado revolucionario occidental, ”selle una alianza temporal con la democracia burguesa de los países coloniales y atrasados”. Roy plantea que en esos países ”existen dos movimientos que cada día se separan más; el primero es el movimiento nacionalista burgués-democrático, con un programa de independencia política bajo un orden burgués; el otro es el de la acción de las masas campesinas y obreras, ignorantes y pobres, por su emancipación de toda especie de explotación. El primero intenta controlar al segundo, y a menudo lo consigue en cierta medida. Pero la Internacional Comunista y los partidos adheridos deben combatir ese control y favorecer el desarrollo de la conciencia de clase independiente en las masas trabajadoras de las colonias”. Roy no habla para nada en su proyecto de colaboración con el movimiento nacionalista burgués, y plantea que la tarea ”más importante y más necesaria” de la IC es ”la formación de partidos comunistas que organicen a los obreros y campesinos para conducirlos a la revolución y a la instauración de repúblicas soviéticas”. Roy admite que la revolución en las colonias no podrá ser comunista en sus primeras etapas, y en el curso de éstas deberá realizar ”un programa comportando buen número de reformas pequeño burguesas, como el reparto de las tierras, etc.” ”Pero de ahí no se deduce en absoluto – agrega – que la dirección de la revolución deba ser abandonada a los demócratas burgueses”. En las tesis de Lenin está subyacente, aunque no se diga explícitamente, que al menos durante una larga etapa la dirección de la revolución colonial estará localmente en manos de la burguesía nacional, aunque a escala mundial el proletariado de los países capitalistas avanzados y el Estado soviético sean los que lleven la dirección en la lucha antimperialista. En las tesis de Roy se reconoce también este papel dirigente, a escala internacional, del proletariado de Occidente, pero sobre la base de apoyarse directamente en las masas explotadas de las colonias, sin pasar por la mediación del movimiento nacionalista burgués. En las tesis de Lenin se plantea ”la necesidad de apoyar especialmente el movimiento campesino en los países atrasados contra los terratenientes, contra la gran propiedad territorial, contra toda clase de manifestaciones o resabios del feudalismo, y esforzarse por dar al movimiento campesino el carácter más revolucionario, realizando una alianza estrechísima entre el proletariado comunista de la Europa occidental y el movimiento revolucionario de los campesinos en el Oriente, en los países coloniales y en los países atrasados en general”. Pero esto no es obstáculo, desde el punto de vista leniniano, a la alianza con el movimiento nacionalista burgués porque para Lenin los campesinos son el componente esencial de la ”democracia burguesa”; de lo que se trata es de imprimir a esta democracia una orientación radical. Toda la concepción estratégica de Lenin se apoya básicamente en dos supuestos. El primero, que la contradicción entre los objetivos fundamentales del movimiento nacional democrático-burgués – independencia nacional y desarrollo económico capitalista propio –, y los intereses del imperialismo, es suficientemente profunda como para que, pese a las vacilaciones de la burguesía nacional, la alianza entre dicho movimiento, por un lado, y la Rusia soviética más el proletariado del capitalismo avanzado, por otro, tenga un fundamento objetivo de relativa solidez. El segundo supuesto consiste en que, dada su extrema debilidad numérica, económica e ideológica, la clase obrera de las colonias no podrá ejercer durante un largo periodo funciones hegemónicas en el movimiento de liberación nacional. A este respecto es bien significativa la siguiente frase de su discurso en el II Congreso de la IC, a propósito del problema colonial:
”Es indudable que todo movimiento nacional sólo puede ser democrático-burgués, pues la masa fundamental de la población en los países atrasados está compuesta de campesinos, que representa las relaciones burguesas-capitalistas. Sería utópico pensar que los partidos proletarios, si es que en general pueden surgir en estos países atrasados, puedan aplicar una táctica y una política comunistas sin mantener unas relaciones determinadas con el movimiento campesino y sin apoyarlo prácticamente.”
La intención principal de este juicio es fundamentar la necesidad, para los partidos proletarios de las colonias, de ”mantener relaciones” y de ”apoyar” – Lenin no habla de ”dirigir”, y no es un lapsus, evidentemente – el movimiento campesino portador de las relaciones burguesas-capitalistas, o lo que es lo mismo, de ”apoyar” el movimiento nacional democrático-burgués. Pero al mismo tiempo Lenin pone en duda la posibilidad misma de que tales partidos puedan crearse. Y es lógico que así sea dadas las características que un partido debe tener, según la concepción bolchevique, para que pueda ser considerado como ”proletario”. En el esquema de Roy esta dificultad es eludida. Si por un lado preconiza como necesario y posible que la vanguardia comunista tome en sus manos la dirección de la revolución colonial desde la primera fase, por otro reconoce en las mismas tesis que el proletariado industrial apenas existe en las colonias, y que la masa de proletarios agrícolas, de obreros de las escasas industrias ligeras o extractivas, etc., se encuentra sumida en la ignorancia a consecuencia de la política colonialista. ”El resultado de esta política – dicen las tesis de Roy – es que en aquellos países donde se manifiesta el espíritu revolucionario, éste se expresa en la clase media cultivada.” Roy resuelve la dificultad recurriendo a la dirección del proletariado de los países capitalistas avanzados. Con lo que su esquema asiocentrista de la revolución se revela bastante inconsistente: al proletariado de Occidente, al que supone incapaz de hacer la revolución socialista en su casa, en virtud de que la plusvalía extraída de las colonias permite a los capitalistas inculcarle un espíritu conformista, a este proletariado, Roy le asigna la misión de educar, organizar y movilizar para la lucha revolucionaria a las masas explotadas de las colonias. Lenin toma las cosas como se presentan por el momento, y como supuestamente seguirán presentándose – vistas bajo el prisma de la teoría leniniana de la revolución – mientras en las colonias no exista la base social que permita la creación de un partido proletario, tipo bolchevique, suficientemente sólido. El esquema asiocentrista de Roy expresa subjetivamente el potencial revolucionario del Oriente, pero sin mostrar las vías y los instrumentos de su despliegue. Pasada una década del II Congreso de la IC, algunos comunistas chinos comenzarán a descubrirlos, aleccionados por una rica y dura experiencia. Pero es interesante registrar que Lenin, si bien conserva en sus tesis la concepción del ”partido proletario” estilo occidental, y por eso ve problemática su creación en las colonias – de donde se desprende la inevitabilidad de que durante una larga etapa el movimiento de liberación esté bajo la égida de la burguesía nacional –, al mismo tiempo comienza a interrogarse sobre la validez de esa concepción en los países coloniales. En unas notas rápidas, escritas durante el II Congreso, que han permanecido inéditas hasta su reciente publicación en la quinta edición rusa de las obras de Lenin, se encuentra la siguiente reflexión: será necesario ”adaptar el partido comunista [su composición, tareas particulares], al nivel de los países campesinos del Oriente colonial”(189). La sugestión no tuvo consecuencias. El Partido Comunista chino sería el primero en hacerle eco, pero sin saberlo.
La discusión en el II Congreso de los proyectos de tesis de Lenin y Roy dio por resultado la enmienda de ambos en un sentido que atenuaba las divergencias. Lenin aceptó que allí donde preconizaba el apoyo al ”movimiento democrático-burgués” de las colonias se dijese apoyo al ”movimiento nacional-revolucionario”. Todo movimiento de liberación colonial, explicaría Lenin al congreso, tiene forzosamente un carácter ”democrático-burgués”, en virtud de que la mayoría aplastante de la población es campesina, pero puede ser reformista o revolucionario. El sentido de la sustitución efectuada en las tesis – aclara Lenin –, ”consiste en que los comunistas debemos apoyar y apoyaremos los movimientos burgueses de liberación en las colonias únicamente cuando estos movimientos sean realmente revolucionarios, cuando sus representantes no nos impidan educar y organizar en el espíritu revolucionario a los campesinos y a las grandes masas de explotados. Si no existen esas condiciones, los comunistas deben luchar en dichos países contra la burguesía reformista [...]”(190). Los años y los acontecimientos se encargarían de revelar lo difícil que era dar con ese mirlo blanco: un movimiento burgués de liberación dispuesto a no impedir que los comunistas educasen y organizasen revolucionaria-mente a las masas explotadas. Pero por otra parte la experiencia turca demostró bien pronto que los dirigentes soviéticos no hacían de esa condición cuestión de gabinete.
Otra condición que las tesis ponían – no a los movimientos burgueses de liberación, sino a la misma IC y a los partidos comunistas – es que la alianza con los movimientos nacional-revolucionarios se llevara a cabo ”sin fusionarse jamás con ellos, conservando siempre el carácter independiente del movimiento proletario, incluso en su forma embrionaria”; se planteaba también que los comunistas ”debían combatir enérgicamente las tentativas que hacían los movimientos emancipadores de presentarse con coloración comunista sin ser en realidad ni comunistas ni revolucionarios” (lo que no compagina muy bien con el calificativo de ”nacional-revolucionarios” que, por otro lado, se les da en las tesis).
El II Congreso aprobó una importante proposición teórica, suscitada por Roy, que Lenin hizo suya, presentándola en los siguientes términos: ”La Internacional Comunista debe formular y fundamentar teóricamente la tesis de que, con ayuda del proletariado de los países avanzados, los países atrasados pueden pasar al régimen soviético y, a través de determinadas fases de desarrollo, al comunismo, eludiendo la fase capitalista.” Marx había ya formulado una hipótesis análoga refiriéndose a Rusia(191). Apoyándose en las primeras experiencias que proporcionaba la sovietización de las regiones más atrasadas del eximperio zarista, Lenin llegaba a la conclusión que sigue: ”La idea de la organización soviética es sencilla, y puede aplicarse no sólo a las relaciones proletarias sino también a las relaciones campesinas feudales y semifeudales. Nuestra experiencia a este respecto no es todavía grande, pero los debates en la comisión, en los que han tomado parte varios representantes de las colonias, nos han demostrado de manera totalmente irrefutable que en las tesis de la Internacional Comunista es necesario señalar que los soviets campesinos, los soviets de explotados, son un medio válido, no sólo para los países capitalistas, sino también para los países con relaciones precapitalistas [...]”
Tal es el núcleo esencial de las orientaciones y directivas adoptadas por el II Congreso de la IC en relación con el problema colonial. El IV Congreso – último en el que participa Lenin – vuelve a examinar el problema, y a la luz de la experiencia acumulada en los dos años y medio transcurridos, profundiza en ciertos aspectos básicos de la revolución colonial, particularmente en el aspecto agrario. Esta profundización y el comportamiento práctico de la burguesía nacional en una serie de países asiáticos, su tendencia a la conciliación con el imperialismo, lleva al Congreso a acentuar netamente las posiciones críticas frente al movimiento nacionalista burgués. En la mayoría de los países del Oriente, dicen las tesis aprobadas por el Congreso, ”la cuestión agraria presenta una importancia de primer orden en la lucha por la emancipación del despotismo metropolitano [...] Sólo una revolución agraria que tenga por objetivo la expropiación de la gran propiedad feudal, es capaz de poner en pie a las masas campesinas y de adquirir una influencia decisiva en la lucha contra el imperialismo [...] El movimiento revolucionario en los países atrasados del Oriente no puede ser coronado con el éxito más que si se basa en la acción de las multitudes campesinas.” Y las tesis señalan un hecho de gran importancia para comprender la actitud de la burguesía nacional: ”Los nacionalistas burgueses tienen miedo de las reivindicaciones agrarias y las recortan todo lo que pueden (India, Persia, Egipto, etc.), lo que prueba la estrecha ligazón existente entre la burguesía indígena y la gran propiedad feudal o feudal-burguesa; lo que prueba, también, que política e ideológicamente los nacionalistas dependen de la propiedad agraria.” (El ”olvido” de esta circunstancia será, como veremos, una de las causas del naufragio de la política de la IC en la revolución china.)
Esa característica interna de la revolución colonial, unida al hecho de que su realización atenta a las bases mismas del imperialismo, que ”su victoria decisiva es incompatible con la dominación del imperialismo mundial” – como dicen las tesis – lleva al congreso a la siguiente conclusión de gran alcance: ”Las tareas objetivas de la revolución colonial rebasan el marco de la democracia burguesa.” Lo que fundamenta esta otra conclusión: ”Las clases dirigentes de los países coloniales y semicoloniales no tienen ni la capacidad ni la voluntad de dirigir la lucha contra el imperialismo a medida que esta lucha se transforma en un movimiento revolucionario de masas.” Partiendo de estas premisas, el IV Congreso plantea con mucho más vigor e insistencia que el II la necesidad de que el ”joven proletariado de las colonias” luche por conquistar una posición autónoma dentro del ”frente único antimperialista”, y se proponga llegar a ser la fuerza hegemónica. (La fórmula ”frente único antimperialista” es otra manera de denominar a la alianza con el movimiento nacional-revolucionario, preconizada por el II Congreso, pero como el IV transcurre en los tiempos del ”frente único proletario” en Occidente, el vocabulario colonial de la IC no podía por menos de pagar su pequeño tributo europeísta.) La táctica que deben aplicar los partidos comunistas de las colonias y semicolonias se resume en el siguiente planteamiento de las tesis:
”La negativa de los comunistas de las colonias a participar en la lucha contra la opresión imperialista bajo el pretexto de ‘defensa’ exclusiva de los intereses de clase, refleja un oportunismo de la peor especie, que sólo puede desacreditar la revolución proletaria en Oriente. No menos nociva es la tentativa de ponerse al margen de la lucha por los intereses cotidianos e inmediatos de la clase obrera en nombre de una ‘unificación nacional’ o de una ‘paz social’ con los demócratas burgueses. A los partidos comunistas coloniales y semi-coloniales les incumben dos tareas confundidas en una sola: por un lado, luchan por una solución radical de los problemas de la revolución democrático-burguesa, teniendo por fin la conquista de la independencia política; por otro lado, organizan las masas obreras y campesinas para que puedan luchar por los intereses particulares de su clase, y utilizan a este efecto todas las contradicciones del régimen nacionalista democrático-burgués [...] La clase obrera de las colonias y semicolonias debe saber firmemente que sólo la extensión y la intensificación de la lucha contra el yugo imperialista de las metrópolis pueden darle un papel director en la revolución, y que sólo la organización económica y política, la educación política, de la clase obrera y de los elementos semiproletarios, pueden incrementar la amplitud revolucionaria del combate contra el imperialismo.”
En otro lugar de las tesis se subraya la necesidad de que el proletariado se gane el apoyo de las masas campesinas: sólo así puede convertirse verdaderamente en la vanguardia de la revolución colonial(192)
La inconsistencia principal de las tesis del IV Congreso residía, lo mismo que en las adoptadas por el II, en que ese proletariado, al que se le asignaban tareas tan complejas y titánicas, era, en la sociedad colonial, un grupo sumamente débil, como se reconocía en las propias tesis de Roy. Incluso en los países asiáticos donde se había producido un cierto desarrollo de la industria, como China, la India, las Indias holandesas, el porcentaje de obreros en el conjunto de la población era ínfimo. Era, además, una clase obrera de formación muy reciente, sin tradiciones revolucionarias ni experiencia política, y con un nivel cultural extremadamente bajo. Su gran mayoría era analfabeta. Muy pronto dio muestras de combatividad, pero este rasgo no era suficiente para desempeñar el papel que las resoluciones de la IC le asignaban. Por otra parte no era raro que esta clase obrera, al menos ciertas capas pertenecientes a las empresas más modernas, tuviera una situación material privilegiada en comparación con la gran masa pobre de la población, lo que facilitaba la penetración de corrientes reformistas y gremialistas en las organizaciones sindicales. Si la composición social de los partidos comunistas en las colonias había de ser fundamentalmente proletaria, según el modelo europeo, difícilmente podían estar en condiciones de cumplir la misión de vanguardia teórica y política del movimiento nacional revolucionario. En la práctica los partidos comunistas coloniales que se formaron durante los primeros años de la IC estaban compuestos por estudiantes e intelectuales, junto con algunos pequeños núcleos obreros. Y los cuadros dirigentes eran, salvo raras excepciones, intelectuales. Pero la IC consideraba que este predominio intelectual constituía la debilidad principal de los partidos comunistas coloniales: su preocupación mayor era ”proletarizarlos”. Lo que desde luego no entraba en el campo visual de la IC era que la revolución colonial pudiera ser llevada a término bajo la dirección de un partido esencialmente campesino, en cuanto a la masa de sus militantes, y esencialmente intelectual, por la composición de su plana mayor. Lo único que aparece claro en las sucesivas tesis coloniales de la IC es la falta de claridad acerca de cómo resolver el problema. Por lo general es eludido.
Aparte este problema crucial, las tesis del IV Congreso reflejan un cierto esfuerzo de profundiza-ción, que traduce la experiencia y conocimientos acumulados en los dos años y medio transcurridos desde el II Congreso. Pero no escapan a una de las características principales de estas últimas: permanecen en un plano excesivamente abstracto, con fórmulas que recubren realidades muy complejas y diversas. En la intervención de Roy se alude a esta cuestión:
”Hemos pensado que por el simple hecho de que todos [los países del Oriente] eran política, económica y socialmente atrasados, podía metérseles a todos en un mismo saco y tratar el problema como un problema general. Pero era un error. Hoy sabemos que los países orientales no pueden ser considerados – ni política, ni económica, ni socialmente – como un todo homogéneo. Por consiguiente, esta cuestión del Oriente es para la Internacional Comunista – suponiendo que quiera tomarla en serio – de mucha mayor complejidad que la lucha en Occidente.”(193)
Pero en las tesis del IV Congreso sigue dominando la indiferenciación. Pese a existir experiencias inmediatas tan importantes como las revoluciones turca y persa, los movimientos de la India y de Egipto, el congreso no hace un análisis fundamental de ninguna de ellos. Como todos los de la IC tiene puesta su atención principal en el Occidente. Y si aquí el sistema de un partido mundial ultra-centralizado choca con la diversidad nacional, esa contradicción se manifestará de manera aún mucho más aguda en la dirección teórica y práctica de la lucha revolucionaria en las colonias.
El V Congreso, celebrado en el verano de 1924, al poco tiempo de la muerte de Lenin, está aún más centrado en los problemas europeos, lo que provocará las críticas de los delegados de las colonias, como en otros congresos. El informe de Manuilski sobre ”la cuestión nacional y colonial” se dedicará fundamentalmente a los casos de opresión nacional creados en Europa como consecuencia de la guerra del catorce, y una buena parte se consagra a exaltar la solución del problema nacional y colonial en la URSS. ”Un notable artículo de nuestra Constitución, dice Manuilski, permite a cada nacionalidad adherida a la URSS salirse de ella en no importa qué momento. Este derecho no está limitado por ninguna formalidad; se realiza por un acto unilateral del miembro adherido.”(194) A los delegados de los partidos comunistas extranjeros se les oculta cuidadosamente la crítica hecha por Lenin en diciembre de 1922, su inquietud de que ese ”notable artículo” no sea más que ”papel mojado”; se les oculta que si el derecho a la separación no está limitado, en efecto, por ninguna formalidad, es porque está sujeto a una limitación absoluta, nada formal: la imposibilidad práctica de ejercerlo. En lugar de un análisis sincero de la experiencia soviética en este terreno colonial, que hubiera sido muy instructivo para los comunistas extranjeros, Manuilski se entrega a una apología mistificadora.
La principal innovación que el V Congreso introduce en la orientación adoptada por el IV, es atenuar considerablemente la posición crítica que este último recomendaba a los partidos comunistas coloniales frente a la burguesía nacional. El V Congreso pone el acento en la colaboración con dicha burguesía. Las posiciones de Roy son severamente criticadas. Se entra en el periodo en el que la política exterior soviética tendrá como eje la alianza tácita con Alemania y considerará como enemigo principal al imperialismo anglofrancés. Según Stalin, existe un peligro grave de guerra, dirigido contra la URSS, e Inglaterra maneja los hilos del nuevo complot anti-soviético. Frente a este peligro, Stalin busca aliados en la ”retaguardia” misma del enemigo. Al oeste cree encontrarlos en los jefes de las Trade Unions, que frente a la radicalización del movimiento obrero inglés en ese periodo tienen interés en exhibir cordiales relaciones con los jefes sindicales soviéticos; en el este, los únicos aliados de peso posibles – vistas las cosas con el realismo estaliniano – son los movimientos nacionalistas burgueses que están enzarzados en la lucha contra el imperialismo anglofrancés. Si Stalin es escéptico sobre la capacidad revolucionaria de los partidos comunistas occidentales (ya vimos sus opiniones de 1923 sobre el partido alemán), lo es mucho más sobre la de los partidos comunistas coloniales, que efectivamente desempeñan un papel ínfimo en ese momento. A la altura del V Congreso hay en toda Asia (incluyendo Egipto y excluyendo la Mongolia exterior, que de hecho es una ”marca” soviética) 9 secciones de la Komintern, en los países que enumeramos a continuación y con el número de militantes que indicamos entre paréntesis: China (800); Java (2 000); Persia (600); Egipto (700); Palestina (100); Turquía (600); Japón y Corea, donde hay pequeños grupos ilegales, y la India, donde el partido aún no está estructurado nacionalmente y sólo existen células dispersadas con muy pocos efectivos.(195)

No es extraño, por consiguiente, que Stalin pusiera todas sus esperanzas en la ”burguesía nacional” de las colonias. Particularmente en aquella que a partir de 1923-1924 parecía dispuesta a realizar plenamente su revolución nacional y ”democrática-burguesa” en el país asiático de mayor importancia para los intereses estratégicos del Estado soviético; una revolución que se enfrentaba con los dos imperialismos más peligrosos en aquel periodo para la seguridad de la URSS: el inglés, amenazante en Europa y Asia, y el japonés, riesgo permanente para el Extremo Oriente soviético. El señuelo de una China unificada nacionalmente por Sun Yatsen y su partido, el Kuomintang; por Sun Yat-sen que se proclamaba amigo ferviente de la revolución rusa y buscaba la ayuda del Estado soviético para su empresa liberadora, era suficientemente tentador como para que Stalin supeditara a la alianza con la ”burguesía nacional” china, supuestamente representada por Sun Yat-sen, cualquier otra consideración doctrinal o política. Y, desde luego, para que relegara al olvido las tesis del IV Congreso de la IC.