Continuamos con la publicación de un fragmento de la polémica obra de F. Claudín "La crisis del movimiento comunista". El texto en cuestión, titulado "Movimiento de liberación nacional y política de la Internacional Comunista" es un análisis acerca de la política y los errores de la III Internacional con respecto al movimiento de liberación nacional. Pero también una radiografía de las limitaciones de los movimientos de liberación nacional en el momento.
Referido a la primera mitad del siglo XX, es indudable que este fragmento sugiere muchas reflexiones sobre los movimientos de liberación nacional en la actualidad y su relación con el movimiento comunista mundial.
La
experiencia colonial
Movimiento
de liberación nacional y política de la IC
En la
sombría primavera de 1939, una vez que Franco hubo entrado en Madrid y Hitler
en Praga, la única sección de importancia que le queda en pie a la IC en Europa
es el partido francés. Fuera de él, sólo conservan la legalidad los pequeños
partidos de Escandinavia, Inglaterra, Bélgica, Holanda y Suiza, cuya
gravitación política en los respectivos países es mínima. Todas las demás
secciones europeas han sido sucesivamente recluidas en la clandestinidad
después de sufrir duras derrotas. A los pocos meses el Partido Comunista
francés correrá la misma suerte. Y comenzará la guerra mundial.
El
capitalismo pudo precipitar al mundo en la segunda gran matanza del siglo
porque, en los veinte años transcurridos desde la primera, la mayoría del
proletariado de los países ”avanzados” siguió volviendo la espalda a la misión
revolucionaria que según el marxismo debía asumir. Lo cual significaba que la
Komintern había fracasado en el objetivo número uno que se propuso al nacer:
arrancar a la clase obrera del reformismo, organizarla sindical y políticamente
sobre bases revolucionarias. La IC no logró dar un solo paso importante en esa
dirección en los Estados Unidos, que era ya la principal metrópoli del
capitalismo, ni en Inglaterra (segunda en importancia, pese a su estancamiento,
dado su imperio colonial). En ambos casos, debe reconocerse, la tarea no era
nada fácil, teniendo en cuenta el estado político e ideológico en que se
encontraba el proletariado anglosajón cuando la IC entra en escena. Pero la
Internacional fracasa también en Alemania, donde las condiciones objetivas
iniciales eran muy favorables, y donde un resultado positivo hubiera podido
modificar radicalmente el curso de los acontecimientos a escala mundial.
Francia es el único país capitalista de primera magnitud en el que la IC, a los
diez y siete años de constituirse, logra posiciones hegemónicas en la clase
obrera, pero vistas las cosas retrospectivamente cabe preguntarse si el auge
del comunismo francés en la segunda mitad de los años treinta fue una victoria
del marxismo revolucionario o el primer paso hacia una involución
socialdemócrata del movimiento comunista en el área del capitalismo
desarrollado. En todo caso, una conclusión se impone con evidencia
indiscutible. La Komintern no logró resolver, ni de lejos, la principal tarea
que se había asignado: convertirse en el partido dirigente del proletariado
occidental. En este hecho capital está la clave del fracaso histórico de la IC.
Y por eso hemos concentrado el análisis crítico de su actividad en aquellos
casos donde se dieron las condiciones más favorables para la resolución de
dicha tarea. Pero es necesario referirse – aunque sea de la manera
extremadamente sumaria que nos impone el espacio reservado a esta primera parte
de nuestro estudio – a los resultados obtenidos por la Komintern en relación
con otro de los objetivos fundamentales que se propuso en su fundación: dirigir
la lucha de los pueblos coloniales y dependientes contra el imperialismo. El
balance en este frente tampoco es muy halagüeño.
En
vísperas de la segunda guerra mundial los efectivos de la IC en las colonias y
países dependientes eran sumamente reducidos, con excepción de China, donde,
como veremos más adelante, la fuerza que adquiere el partido comunista, a
partir de los últimos años de la década del treinta, no se debe precisamente a
la política de la Komintern. En la totalidad de los restantes países asiáticos
había en 1939 alrededor de 22 000 comunistas. En África, 5 000 (cuya mayor
parte, probablemente, eran franceses de Argelia y Marruecos, y obreros blancos
de la Unión Sudafricana). Y en toda América latina 90 000(169). (Un porcentaje
considerable de estos últimos fueron reclutados en el periodo que sigue al VII
Congreso de la IC, cuando los partidos comunistas latinoamericanos – siguiendo
las directivas de la IC – aplican una política oportunista de contemporización
con el imperialismo yanqui.) La exigüidad numérica refleja fielmente, en la
mayoría de los casos, el reducidísimo papel político que los partidos
comunistas de las colonias y países dependientes desempeñan en el movimiento de
liberación nacional. Este cobró un notable impulso entre las dos guerras
mundiales, pero fue dirigido – con la excepción, ya señalada, de China, a
partir de la invasión japonesa de 1937 – por los nacionalistas burgueses,
cuando no feudales. (Los conceptos de ”burgués” y ”feudal” son utilizados aquí
convencionalmente; en realidad recubren categorías sociopolíticas no asimilables
plenamente a las correspondientes europeas.)
La primera gran dificultad con que
tropieza la IC para abordar la problemática de la lucha revolucionaria en las
colonias y países dependientes consistía en que hasta entonces la teoría
marxista apenas se había ocupado del tema. La herencia dejada por Marx y Engels
en este terreno era muy escasa, sobre todo en lo que se refiere a los aspectos
estratégicos y tácticos. Cierto que la idea de la conexión entre las
revoluciones en los países atrasados, explotados por el capitalismo europeo, y
la revolución socialista, había sido esbozada por Marx desde 1853. La ”inmensa
revolución” de los Taiping, escribe en ese año, puede contribuir a provocar la
revolución en Europa ”más que cualquier otra causa política”(170). Sus juicios
y análisis acerca del papel del ”factor nacional” y del ”factor campesino” en
las revoluciones europeas contenían sugestiones aprovechables para el estudio
de los problemas que habría de plantear el movimiento de emancipación colonial
en el siglo XX. Las indagaciones de Marx sobre el ”modo de producción asiático”
podían haber sido de gran utilidad a la IC para adentrarse en el conocimiento
de las sociedades que el movimiento revolucionario antimperialista pretendía
emancipar y transformar. Pero los principales textos marxianos sobre esa
cuestión permanecieron inéditos hasta 1939. Y aquellos que se conocían fueron
considerados por Plejánov y otros teóricos marxistas como hipótesis que el
propio Marx había abandonado. Después de la derrota del Partido Comunista chino
en 1927, se entabló en la Unión Soviética una discusión sobre este tema y el
concepto de ”modo de producción asiático” fue condenado(171). En una palabra,
la aportación de Marx y Engels a la problemática de la revolución en el mundo
precapitalista colonizado por Europa era muy escuálida e indirecta, cosa
natural teniendo en cuenta que la cuestión apenas había sido planteada por la
práctica en vida de los fundadores del marxismo. Pero la lógica interna de la
teoría marxiana de la revolución socialista mundial portaba en sí dos ideas de
esencia europeocentrista, que habrían de tener enorme gravitación en la IC. La
primera, de carácter principalmente estratégico: la liberación del mundo
explotado por el capitalismo habría de ser el resultado de la revolución
socialista en Occidente. La segunda, de carácter cultural, en el sentido más
amplio de este concepto: la transformación socialista del mundo significaba su europeización.
Lenin
parte de esta herencia teórica. Como vimos en el segundo capítulo, durante los
años que siguen a la revolución rusa de 1905 toma conciencia aguda de la nueva
fuerza revolucionaria que despuntaba por Oriente. Frente a la posición
colonialista de la derecha de la II Internacional, y en contraste con el
anticolonialismo verbal e inoperante del centro ”ortodoxo”, Lenin plantea con
vigor que el proletariado revolucionario de Occidente debe hacer suya la causa
de los pueblos oprimidos, apoyarla decididamente, y considerarla parte muy
importante de la revolución socialista mundial, factor que contribuye a socavar
decisivamente las bases del imperialismo. Pero antes de la revolución de
Octubre, Lenin no aborda más que muy de pasada los problemas de la revolución
en Oriente(172). El I Congreso de la IC apenas les presta atención y expresa
muy claramente las ideas europeocentristas ancladas en los marxistas
occidentales.
”La
liberación de las colonias – dice, en efecto, el manifiesto del congreso – no
es concebible más que si se realiza al mismo tiempo que la liberación de la
clase obrera de las metrópolis. Los obreros y los campesinos, no sólo de Annam,
de Argelia, o de Bengala, sino también de Persia y de Armenia, no podrán gozar
de una existencia independiente más que el día en que los obreros de Inglaterra
y de Francia, después de haber derrocado a Lloyd George y Clemenceau, tomen en
sus manos el poder gubernamental”(173).
Pero entre el I y el II Congreso
tienen lugar tres hechos que presionan para que el ”problema nacional y
colonial” pase a ocupar una plaza relevante en las discusiones de la IC. En
primer lugar, la perspectiva de la revolución proletaria en Occidente se aleja
(aunque coincidiendo con el II Congreso hubiera una fugaz reanimación de la
esperanza, frustrada con la detención del ejército rojo ante Varsovia); en
segundo lugar, el movimiento de emancipación nacional antimperialista adquiere
– contrastando con el reflujo de la revolución en Occidente – un notable
impulso; en tercer lugar, el problema nacional y colonial se plantea de forma
aguda dentro mismo de la revolución soviética. Por otra parte, a este II
Congreso asisten por primera vez delegados representando a las organizaciones
comunistas que comienzan a crearse en las colonias y semicolonias. En virtud de
estas circunstancias tiene lugar la primera gran discusión dentro de la IC
sobre los problemas estratégicos y tácticos del movimiento revolucionario en
los países atrasados oprimidos por el capitalismo europeo. La discusión gira
fundamentalmente en torno a dos puntos: a) la valoración de este movimiento
como parte de la revolución mundial socialista; b) la política a seguir por la
IC en ese frente (política en el sentido amplio: cuestiones estratégicas,
tácticas, organizacionales, etc.). La discusión de esta problemática siguió
poco después en el Congreso de los pueblos de Oriente, convocado por la IC y
celebrado en Bakú, en septiembre de 1920, al que acudieron representaciones de
los partidos comunistas de las colonias y semicolonias del capitalismo europeo,
así como de las organizaciones comunistas de los pueblos que habían sido
oprimidos por el zarismo y liberados por la revolución de Octubre. En el III
Congreso de la IC el problema colonial apenas fue tocado, por las razones que
más adelante veremos. Volvió a discutirse en el IV y V. En el análisis que
sigue trataremos de sintetizar las posiciones adoptadas en estos cinco primeros
congresos de la IC (y en el congreso de Bakú) para referirnos después a la
principal experiencia colonial de la Komintern: su política en la revolución
china. El análisis lo agruparemos en torno a los puntos a) y b) más arriba
señalados.
a) Valoración
del movimiento de liberación nacional como parte de la revolución socialista
mundial. La óptica europeo-centrista extrema del 1 Congreso fue
parcialmente rectificada en el II. Ante el reflujo de la revolución en
Occidente, Lenin y los demás dirigentes bolcheviques estaban mejor
predispuestos a captar toda la significación que para la defensa de la
revolución rusa tenía el movimiento liberador antimperialista que se ponía en marcha
en los países de Asia. Y los comunistas de los países asiáticos, inflamados de
entusiasmo revolucionario, reflejando la intolerable situación en que el
colonialismo había sumido a los pueblos que representaban, no podían admitir en
modo alguno que su liberación hubiera de aguardar a que los obreros de Londres
y París tomaran el poder. Más aún: algunos de esos comunistas asiáticos
expresan abiertamente su escasa confianza en la perspectiva de la revolución
proletaria en Occidente. El más calificado teóricamente de todos ellos, M.N.
Roy, comunista indio, defiende un punto de vista asiocentrista, anticipación
del maoísmo.
”El camarada Roy – dicen las actas
de la comisión del congreso sobre la cuestión nacional y colonial – defiende la
idea según la cual el destino del movimiento revolucionario en Europa depende
enteramente del curso de la revolución en Oriente. Sin el triunfo de la
revolución en los países orientales, puede estimarse que el movimiento
comunista en Occidente no cuenta para nada” [...] ”En consecuencia, es
indispensable transferir nuestras energías al desarrollo y el levantamiento del
movimiento revolucionario en Oriente, y adoptar como tesis fundamental que el
destino del comunismo mundial depende de la victoria del comunismo en Oriente.”
Roy
fundamenta este punto de vista en el supuesto de que el capitalismo europeo
está en condi-ciones, valiéndose de los recursos que extrae de las colonias, de
llevar todo lo lejos que le sea políticamente necesario las concesiones
económicas al proletariado occidental. ”La clase obrera europea – dice en las
tesis que propone al congreso – no logrará derribar el orden capitalista hasta
que esa fuente [de beneficios] no sea definitivamente cegada.” Lenin refuta las
concepciones de Roy:
”El
camarada Roy va demasiado lejos al sostener que el destino de Occidente depende
exclusivamente del grado de desarrollo y de las fuerzas del movimiento
revolucionario en los países orientales. Aunque en la India hay 5 millones de
proletarios y 37 millones de campesinos sin tierra, los comunistas indios no
han logrado todavía crear un partido comunista en su país, y este sólo hecho
basta para demostrar que los puntos de vista del camarada Roy están
desprovistos de fundamento en gran medida.”
Sin
embargo, Lenin y el II Congreso – pese a la resistencia de algunos
representantes de los partidos occidentales, como el italiano Serrati –
rectifican sustancialmente el enfoque del I Congreso. Se aprueba una nueva
formulación de la tesis antes citada de Roy que dice así: ”El superbeneficio
obtenido por la explotación de las colonias es el sostén principal del
capitalismo contemporáneo, y mientras éste no haya sido privado de esa fuente
de super-beneficios a la clase obrera europea no le será fácil derrocar el
orden capitalista.”(174)
Sin abandonar, en modo alguno, la
concepción marxista tradicional, según la cual el proletariado del capitalismo
desarrollado y su revolución socialista son la clave, la base socioeconómica y
política, los agentes decisivos de la revolución mundial, el II Congreso de la
Komintern asigna a la lucha emancipadora de los pueblos coloniales un papel de
primer orden en el proceso revolucionario mundial, y no supedita ya la
posibilidad del triunfo de la revolución colonial en tal o cual país, a la
victoria del proletariado en la metrópoli. En los años siguientes este nuevo
enfoque irá afirmándose, y ya vimos que en uno de sus últimos trabajos Lenin
expresa la idea de que la suerte de la revolución mundial está asegurada, en
última instancia, porque los pueblos de China, la India, y otros países
oprimidos, junto con los pueblos soviéticos, constituyen la gran mayoría de la
humanidad.
Sin
embargo, esa valoración más alta del lugar que ocupaba la revolución colonial
en el proceso de la revolución mundial socialista, no se traducirá en un
esfuerzo sostenido de la IC, ni a nivel de la elaboración teórica y política,
ni en el plano de la acción práctica. La óptica europeocentrista seguirá
dominando en la dirección de la Komintern y en los partidos comunistas de las
metrópolis europeas, tomando a veces una coloración colonialista. En el III
Congreso, Roy hace la siguiente intervención:
”Se me
han concedido cinco minutos para mi informe [sobre la India. FC.] y como este
tema no puede ser agotado ni en una hora quiero aprovechar los cinco minutos
para una protesta enérgica. La manera como la cuestión del Oriente ha sido
tratada en este congreso es puramente oportunista, y conviene más bien a un
congreso de la II Internacional. No es posible llegar a conclusiones concretas
a partir de algunas frases que las delegaciones orientales han sido autorizadas
a pronunciar.”(175)
En el
IV Congreso, Safarov, colaborador de Lenin en los problemas del Oriente
plantea: ”Pese a las decisiones del II Congreso de la IC, los partidos
comunistas de los países imperialistas han hecho extraordinariamente poco para
abordar las cuestiones nacionales y coloniales [...] Más aún, bajo la bandera
del comunismo se esconden ideas chovinistas extrañas y hostiles al
internacionalismo proletario.”(176) En el V Congreso, Katayama, representante
del Partido Comunista del Japón, ”lamenta que Zinoviev haya hablado tan poco
del Oriente; el informe y las tesis de Varga no tienen en cuenta más que a
Europa y América”. (Zinoviev, presidente entonces de la IC, había hecho el
informe central del congreso, y E. Varga el informe sobre la situación
económica mundial.) El delegado del Partido Comunista de Indonesia se queja del
Partido Comunista holandés y expresa la esperanza de que ”el Comité Ejecutivo
de la IC preste más atención a las colonias”. El de México dice: ”La
importancia de América latina para los Estados Unidos es inmensa, pero no es
reconocida ni por Zinoviev, ni por los comunistas de los Estados Unidos.” La
crítica más severa es formulada por Nguyen Aiquoc (Ho Chi-min), que acusa a los
partidos comunistas europeos de menospreciar la significación de las colonias
para la revolución mundial: ”Discutiendo de la posibilidad y los medios de
realizar la revolución, preparando vuestro plan de guerra, vosotros, camaradas
ingleses y franceses, y vosotros también, camaradas de otros países, habéis
perdido completamente de vista este importante punto estratégico. He ahí por
qué grito con todas mis fuerzas: ¡cuidado!”(177)
Pero
la traducción en los hechos de la alta valoración que el II Congreso de la IC
había hecho del movimiento de liberación nacional, no tropezaba sólo con la
óptica europeo-centrista de los dirigentes comunistas occidentales. Desde el
primer momento estuvo condicionada por consideraciones de política exterior
soviética, en mayor grado aún, si cabe, que la acción de la IC en el escenario
europeo. El III Congreso constituye una ilustración elocuente. El debate sobre
el problema colonial fue prácticamente anulado, como se ve a través del pasaje
de la intervención de Roy, más arriba reproducido. El informe central de
Zinoviev no dedica más que algunas frases generales a las cuestiones del
Oriente y se concentra en los problemas europeos. Sin embargo existían razones
de peso para continuar y profundizar la discusión iniciada un año antes. En la
revolución turca se habían producido acontecimientos significativos. También en
la revolución persa. Sun Yat-sen había logrado establecer su base en Cantón y
entrado en relaciones con el gobierno soviético. En la India, la lucha contra
la dominación inglesa tomaba en 1921 proporciones amenazadoras. Como describe
un historiador soviético: ”Una ola de mítines, manifestaciones y huelgas
masivas estremeció al país entero. Los indios abandonaban el trabajo en las
instituciones gubernamentales, boicoteaban los tribunales y los centros de
enseñanza, quemaban las mercancías inglesas. En la acción participaban millones
de trabajadores y en numerosos lugares la administración colonial quedaba
prácticamente paralizada.”(178) (Este es el ”tema” que, como decía Roy, no
podía agotarse en una hora, y para el cual el III Congreso de la IC le concedió
cinco minutos.) Es decir, entre el II y el III Congreso se había acumulado una
rica experiencia de lucha antimperialista y se planteaban nuevos problemas que
requerían el examen de la IC. Particularmente significativa era la experiencia
turca. En 1920 Mustafá Kemal se había dirigido a Lenin solicitando la ayuda
militar y diplomática del Estado soviético, obteniendo inmediatamente una
respuesta positiva. En marzo de 1921 se concluyó un pacto de amistad y ayuda.
Pese a las enormes dificultades económicas y militares que entonces atravesaba
la revolución soviética, Moscú hizo donativo a Kemal de 10 millones de rublos
oro, y le envió cantidades importantes de armamento. Esta ayuda contribuyó
eficazmente a que los turcos pudieran sostener con éxito la guerra contra la
intervención armada de la Entente (llevada a cabo sirviéndose del ejército
griego). Todo lo cual era lógico desde el ángulo de la lucha antimperialista,
pero la cuestión se complicaba extraordinariamente a consecuencia de la
política interior de los kemalistas. Al mismo tiempo, en efecto, que
solicitaban la ayuda soviética los nacionalistas turcos desencadenaban una
represión implacable contra el partido comunista – formado en 1920 – y contra
el movimiento campesino que luchaba por la reforma agraria. Mes y medio antes
de que se firmara en Moscú la alianza turco-soviética, los kemalistas detienen
a los militantes comunistas más destacados (cuarenta y dos, en total). Quince
de ellos (entre los que figuraba el jefe del partido, Mustafá Subji,
intelectual destacado, introductor del marxismo en Turquía) son inmediatamente
asesinados, estrangulados, y sus cadáveres arrojados al mar. Los restantes
sometidos a juicio por ”alta traición”. ¿Debía el gobierno soviético ayudar a
un movimiento nacionalista burgués que por un lado se enfrentaba con las
potencias imperialistas y por otro asesinaba a los comunistas y reprimía el
movimiento campesino? ¿Cuál debía ser la política de la Internacional Comunista
en esa situación? La revolución turca planteaba desde el primer momento, y en
los términos más tajantes y brutales, uno de los problemas cruciales de la
lucha de liberación nacional: la definición y articulación de la política del
Estado soviético y de la política de la Internacional – la de los comunistas en
los países coloniales – respecto a los movimientos nacionalistas burgueses. El
III Congreso de la IC era la gran oportunidad para abordar a fondo esta
compleja cuestión, máxime cuando el desarrollo de los acontecimientos en
Persia, la India, China, Indonesia, etc., podía crear en cualquier momento
situaciones análogas. Cierto que el II Congreso había examinado ya algunos
aspectos del problema (a ello nos referiremos más adelante), pero en términos
muy generales, sin disponer aún de una experiencia tan aleccionadora como la
turca. ¿Por qué no prosiguió la discusión el III Congreso? ¿Por qué concentró
toda su atención en el reflujo de la revolución europea y pasó por alto el auge
del movimiento antimperialista en Asia? Es posible explicárselo – y
aparentemente así lo interpretaron los delegados de los países asiáticos – como
efecto de la persistencia del enfoque europeocentrista, pese a las discusiones
del II Congreso. Pero aunque este elemento interviniese, hay dos hechos que
permiten suponer la intervención del factor ”política exterior soviética”.
El
primero, que el pacto con los kemalistas fue concluido después de la
matanza de comunistas turcos. Lo que subraya hasta qué punto los dirigentes
soviéticos estaban interesados en una alianza que podía preservar sus fronteras
meridionales, el petróleo del Cáucaso y la navegación en el Mar Negro. Someter
el problema a la discusión del III Congreso de la IC era correr el riesgo de
una ruptura con Kemal. Dato significativo: el congreso adopta una resolución
especial de protesta por la represión que sufren los comunistas alemanes a
consecuencia de ”la acción de marzo”, pero guarda silencio sobre el asesinato
de los comunistas turcos.
El
segundo hecho es aún más revelador. Por los mismos días que firma el pacto con
Kemal, el gobierno soviético había concluido un tratado comercial con
Inglaterra, por el que los dos Estados se comprometían a refrenar toda
propaganda mutuamente hostil, y en particular la Rusia soviética declaraba que
se abstendría de toda propaganda que pudiera incitar a los pueblos de Asia a
una acción contraria a los intereses británicos(179). Si tres meses después el
III Congreso de la IC, cuyos debates transcurrían bajo la dirección de Lenin,
se dedicaba a examinar seriamente cómo impulsar la lucha contra el imperialismo
británico, Londres podía considerar el acto como una ruptura del compromiso
contraído. Para la burguesía inglesa, como para los comunistas del mundo
entero, Lenin no era sólo el jefe oficial del Estado soviético sino el jefe
real de la Internacional Comunista. Y no hay que olvidar que 1921 fue el año
crítico de la revolución rusa, cuando se inicia la NEP y se ponen no pocas
esperanzas en las inversiones de capital extranjero. ¿Podían los dirigentes
soviéticos poner en peligro el primer paso importante que daban hacia un modus
vivendi con el capitalismo occidental? En diciembre de 1922, cuando se
reúne el IV Congreso, las citadas esperanzas se habían disipado en gran parte.
La conferencia de Génova no había dado los resultados previstos, y en cambio
existía ya el acuerdo de Rapallo. La Unión Soviética podía considerar con más
tranquilidad el ”frente occidental”. Y por otra parte Inglaterra no renunciaba
a su antisovietismo proverbial, habiéndose opuesto a la participación de la
URSS en la conferencia de Lausanne que iba a tratar el problema turco. No
existían, por tanto, las mismas razones diplomáticas que año y medio antes para
que la IC no abordara el problema colonial. Y, en efecto, volvió a ser
examinado con cierta amplitud en el IV Congreso. Pero el problema turco siguió
tratándose de manera que no se provocaran dificultades con Kemal.
Si ya
en tiempos de Lenin las consideraciones de política exterior soviética
condicionaron en el grado que acabamos de ver la acción de la IC en el mundo
colonial, no es necesario decir que la gravitación de ese factor fue en aumento
durante el periodo estaliniano. Pero de ello nos ocuparemos más adelante. Antes
es necesario referirse al efecto que desde el primer momento tuvo otro factor:
la política de los dirigentes soviéticos en relación con el problema nacional y
colonial heredado del zarismo.
La posición de principio de Lenin en este problema es bien
conocida y fue vigorosamente reafirmada en la etapa de febrero a octubre, así
como inmediatamente después de la toma del poder: el derecho de las
nacionalidades no rusas y de las colonias zaristas a decidir libremente de su
existencia nacional, a ”autodeterminarse”, incluido el derecho a separarse de
la Rusia soviética, es uno de los puntos capitales del programa
bolchevique(180). Y este punto le conquistará al partido valiosos apoyos entre
los pueblos oprimidos por el zarismo, defraudados por el centralismo y el
colonialismo de los Kerenski y compañía; facilitará no poco la toma del poder
por los bolcheviques. Pero muy pronto comenzará a volverse contra ellos. En una
serie de nacionalidades, en efecto, el ”derecho de autodeterminación” se
convierte en la bandera de grupos políticos de la burguesía liberal, de
mencheviques y socialrevolucionarios, de nacionalistas musulmanes
reaccionarios, que lo explotan para ganarse el apoyo de las masas frente al
poder central ruso, encarnado ahora por los bolcheviques. La contrarrevolución
blanca, la intervención de las potencias imperialistas, tratarán también, en el
curso de la guerra civil, de explotar el ”derecho de autodeterminación”. El
problema lo deciden las armas. Cuando se resuelve en sentido soviético-bolchevique
es, o bien porque el ejército rojo tiene el apoyo de la mayoría
obrera-campesina – como sucede en los territorios de población mayoritaria
rusa, y probablemente en Ucrania, Bielorrusia y algunas otras regiones, donde
las organizaciones bolcheviques autóctonas son fuertes –, o bien porque el
ejército rojo instaura el poder soviético-bolchevique, aunque éste no cuente
con el apoyo de la mayoría de la población, como fue el caso en Georgia y otras
regiones. Esta práctica, que comenzaba a distanciarse cada vez más de las
posiciones programáticas iniciales, llevó a algunos de los principales
dirigentes bolcheviques – Stalin, Bujarin y otros – a preconizar que el partido
eliminara de su programa el reconocimiento del derecho de autodeterminación
nacional, y lo sustituyera por el ”derecho a la autodeterminación de las masas
trabajadoras”. Lenin se opone categóricamente. La ”autodeterminación” de los
trabajadores de la nación oprimida, dice, no puede resultar más que de su
diferenciación de la burguesía nacional y de la lucha contra ésta. Si el
proletariado de la nación que ha sido opresora – el proletariado ruso en este
caso – no reconoce plenamente el ”derecho de autodeterminación” de la nación
oprimida, obstaculiza, en lugar de facilitarla, dicha diferenciación. Pone el
ejemplo de Finlandia: el gobierno soviético procedió justamente reconociendo su
derecho de autodeterminación, pese a que fue ejercido para separarse de la
Rusia soviética, porque ”la burguesía finlandesa engañaba al pueblo, engañaba a
las masas trabajadoras, diciendo que los ”moscovitas”, los chovinistas, los
rusos, querían ahogar a los finlandeses”. Y de la misma manera, dice Lenin,
habrá que proceder en lo sucesivo. Admite la posibilidad de que Ucrania y otras
nacionalidades no rusas puedan constituirse en Estados plenamente
independientes. Esta discusión tiene lugar en el VIII Congreso del partido, en
marzo de 1919(181). El ”derecho de autodeterminación” de las naciones seguirá
inscrito en el programa del partido, pero su aplicación a la ”finlandesa” será
la última. En 1921, Georgia es ocupada por el ejército rojo, pese a existir
allí un gobierno menchevique elegido por sufragio universal, y de que Moscú ha
firmado con él un tratado reconociendo su independencia y comprometiéndose a no
ingerirse en sus asuntos internos. Pero está por medio el petróleo del Cáucaso,
se trata de una zona que es vital, tanto en el sentido económico como militar,
para el Estado soviético (véase nota 42 del capítulo 4). Al mismo tiempo, en
las repúblicas y regiones musulmanas, a las que se ha concedido cierta
autonomía dentro de la república federativa rusa, el ”derecho de
autodeterminación” no corre mucha mejor suerte. Desde 1920 Stalin, en su
función de comisario del pueblo para las nacionalidades, desencadena una represión
sistemática, no sólo contra el nacionalismo musulmán reaccionario, sino contra
los comunistas autóctonos que ven degradarse día por día la adhesión de las
masas al poder soviético, y tratan de afianzar éste sobre bases nacionales. En
el verano de 1922, Stalin toma la iniciativa de pasar rápidamente a la
constitución de la ”Unión de repúblicas socialistas soviéticas”, lo que
significaba, en la práctica, liquidar lo poco de independencia y autonomía
efectivas que conservaban las nacionalidades no rusas. El derecho a la
autodeterminación, incluida la separación, seguía figurando en los principios
de la Unión, pero el mecanismo estatal que se ponía en pie anulaba toda
posibilidad efectiva de ejercer ese derecho.
¿Cómo
compaginar la insistencia de Lenin en mantener su tradicional posición de
principio en la cuestión nacional, con una práctica que la desmentía
sistemáticamente? A nuestro parecer, de los escritos, intervenciones orales y
disposiciones de Lenin en ese periodo se deduce que para él dicha práctica fue
impuesta por exigencias ineluctables de la guerra revolucionaria contra los
blancos y sus auxiliares extranjeros, pero en modo alguno debía ser
institucionalizada y teorizada, hasta convertirla en orientación básica del
partido. En la segunda mitad de 1922 – imposibilitado ya por la enfermedad de
intervenir directamente en los asuntos del Estado –, las informaciones que
recibe de la periferia y el proyecto de creación de la Unión agravan sus
temores de que el chovinismo ”gran ruso” llegue a impregnar las estructuras y
métodos del Estado y del partido. El mismo día (30 de diciembre de 1922) que al
congreso de los soviets aprueba el proyecto de Stalin, Lenin escribe una ”nota”
destinada a la dirección del partido, que comienza con esta significativa
autocrítica: ”Me parece que he incurrido en grave culpa ante los obreros de
Rusia por no haber intervenido con la suficiente energía y dureza en el
decantado problema de la autonomización, que oficialmente se denomina, creo,
problema de la unión de las repúblicas socialistas soviéticas”. Se inclina ante
el hecho consumado, pero pone en duda la conveniencia de la nueva estructura
estatal, y plantea que posiblemente será necesario revisarla en el próximo
congreso de los soviets y ”mantener la unión de las repúblicas socialistas
soviéticas sólo en los aspectos militar y diplomático, restableciendo en todo
lo demás la autonomía completa de los distintos Comisariados del pueblo”. La
nota es una violenta requisitoria contra el chovinismo ruso, con acusaciones directas
a Stalin. ””La libertad de separarse de la unión”, con la que nosotros nos
justificamos – dice Lenin –, es un papel mojado, incapaz de defender a los
pueblos alógenos de Rusia de la invasión del ”ruso genuino”, del gran ruso
chovinista.” Le inquieta profundamente la repercusión que esta situación puede
tener en los pueblos oprimidos por el imperialismo, en la acción de la
Internacional Comunista: ”El daño que puede sufrir nuestro Estado por la falta
de aparatos nacionales unificados con el aparato ruso es incalculablemente,
infinitamente menor, que el daño que representa, no sólo para nosotros, sino
para toda la Internacional, para los cientos de millones de seres de Asia, que
debe avanzar al primer plano de la historia en un futuro próximo, después de
nosotros.” (Se sobrentiende: el daño que representa la unificación de dichos
”aparatos” en condiciones opresivas para las nacionalidades no rusas. FC.) Y
Lenin agrega: ”Sería un oportunismo imperdonable si en vísperas de esta acción
del Oriente, y al principio de su despertar, quebrantásemos nuestro prestigio
en él, aunque sólo fuese con la más pequeña aspereza e injusticia con respecto
a nuestras propias nacionalidades no rusas [...] con actitudes imperialistas
hacia las nacionalidades oprimidas [...]”(182)
En
relación con esta preocupación era particularmente grave el problema de los
pueblos musulmanes del Asia central, del Cáucaso y de Crimea. Población
campesina, en su inmensa mayoría, representaba un porcentaje sustancial de la
población incluida en el espacio soviético (casi 25 millones, de un total de
145). Estos pueblos constituían las principales colonias, en sentido estricto,
del imperio zarista. Desde la revolución de 1905, se había desarrollado allí un
movimiento de liberación nacional ligado al de los pueblos del cercano Oriente
colonizado por Inglaterra y Francia. Inmediatamente de tomado el poder, los
bolcheviques, en un ”mensaje” firmado por Lenin y Stalin, les hicieron saber a
los musulmanes del eximperio zarista: ”Desde ahora vuestras creencias y
vuestras costumbres, vuestras instituciones nacionales y culturales, son
proclamadas libres e inviolables. Organizad vuestra vida nacional libremente,
sin trabas. Tenéis el derecho.”(183) Pero las ”trabas” se manifestaron muy
pronto. La colonización zarista había tomado en esas regiones – particularmente
en el Turkestán (con una población musulmana de 4 millones) – una forma
”argelina”: implantación de colonos rusos, campesinos y algunos obreros, que
adquirieron, como era inevitable, una mentalidad colonialista. Una vez que el
poder bolchevique se afirmó en la Rusia central, esta minoría rusa de las
regiones musulmanas se hizo inmediatamente ”soviética”, y en ella se reclutaron
también no pocos de los ”bolcheviques” que debían asumir las funciones dirigentes
en las nuevas instituciones. Los comunistas autóctonos, salidos del ala
izquierda del movimiento de liberación nacional desarrollado desde 1905,
empezaron a enfrentarse con este nuevo colonialismo. En 1920, Lenin envió allí
a uno de sus colaboradores más directos, Safarov, para estudiar el problema
sobre el terreno.
”Era inevitable – escribió años más tarde Safarov – que la
revolución rusa en el Turkestán fuera colonialista. La clase obrera turkestana,
pequeña numéricamente, sin jefe, ni programa, ni partido, ni tradición
revolucionaria, no podía levantarse contra la explotación colonialista. En el
colonialismo zarista la pertenencia al proletariado industrial fue un
privilegio de los rusos. A causa de esto la dictadura del proletariado tomó
aquí un carácter típicamente colonialista.”(184)
Los
comunistas autóctonos, fundamentalmente intelectuales, apoyados por los núcleos
campesinos más revolucionarios, trataron de encontrar una solución al problema
con la constitución de una república soviética, verdaderamente independiente,
que agrupara a las poblaciones musulmanas, y en la que la ideología
revolucionaria tuviera en cuenta el fondo cultural nacional. Pensaban que era
posible apoyarse en el ala antimperialista del movimiento panislámico, y que una
república soviética musulmana de esas características podría contribuir
poderosamente a estimular y orientar la lucha de emancipación nacional y social
entre los 250 millones de musulmanes de Asia y África. Contra esta tendencia se
descargó lo que Lenin llama en su nota, más arriba citada, la ”saña” de Stalin
contra el ”socialnacionalismo”. Las organizaciones del partido y los soviets de
las regiones afectadas fueron drásticamente depurados, los cuadros nacionales
sustituidos por ”proletarios” seguros, es decir, principalmente rusos, y la
cultura nacional sometida a rigurosa vigilancia(185)
Era
inevitable que esta política, como temía Lenin, tuviera consecuencias nefastas
para la acción de la IC en los pueblos del Oriente musulmán. Un primer
obstáculo importante lo fue ya la condena en bloque del panislamismo contenido
en las tesis aprobadas por el II Congreso de la Internacional. Probablemente
esta condena no era sólo el efecto del problema interno que el islamismo
planteaba al Estado soviético, sino expresión también de la óptica cultural
europeocentrista dominante en los marxistas occidentales, incluido Lenin –
autor de las tesis –, que les dificultaba comprender y aprovechar las
posibilidades revolucionarias insertas en movimientos antimperialistas entroncados
con las culturas tradicionales. En el IV Congreso de la IC, Tan Malaka,
representante del Partido Comunista de las Indias holandesas (la actual
Indonesia), criticó vigorosamente la condena indiferenciada del panislamismo,
explicando el significado revolucionario antimperialista de un sector
considerable de este movimiento, y cómo la posición adoptada por la Komintern
había sido hábilmente utilizada en las Indias holandesas por los nacionalistas
burgueses para aislar a los comunistas de las masas campesinas(188). (Este
aislamiento no fue la única pero sí una de las causas importantes del
aplastamiento del Partido Comunista de Indonesia, por las autoridades
holandesas, a finales de 1926.)
No es
casual que el fracaso más rotundo de la IC en el ”frente colonial” se produjera
entre los pueblos musulmanes del cercano Oriente, más ligados a las minorías
musulmanas incluidas dentro del Estado soviético. Los nacionalistas burgueses
que encabezaban el movimiento de liberación nacional en Turquía, Persia, Siria,
Egipto y otros países de esta zona, podían explotar muy eficazmente la
contradicción entre las posiciones programáticas de la Komintern y el hecho de
que los musulmanes liberados por la revolución de Octubre del colonialismo
zarista no pudiesen crear su Estado nacional. Los comunistas eran presentados
por la propaganda nacionalista como agentes de un Estado que oprimía a una
parte de la comunidad islámica. Es bien sintomático que hasta después de la
segunda guerra mundial, y en bastantes casos hasta nuestros días, los partidos
comunistas del cercano Oriente y del norte de África no hayan pasado del estado
embrionario.
Resumiendo.
Vimos que el II Congreso de la IC dio una alta valoración del papel que el
movimiento de liberación colonial estaba llamado a tener en el proceso de la
revolución socialista mundial. Este juicio no se modificará formalmente a lo
largo de la existencia de la Komintern: figurará siempre, con ligeras
variantes, en sus tesis y resoluciones. Luego hemos examinado tres factores que
han contribuido desde el primer momento a rebajar esa valoración, a disminuir o
deformar su expresión concreta en la actividad teórica y política de la IC: la
óptica europeocentrista de los comunistas occidentales (incluidos los rusos);
la supeditación de la política del Estado soviético y de la IC en el frente
colonial a las exigencias de la política exterior del primero; la reducción a
”papel mojado” del ”derecho a la autodeterminación nacional, incluida la
separación”, dentro del Estado soviético.
A medida que se afiance la jefatura estaliniana, el segundo
factor será el que tenga un efecto más determinante, pero con ello se
amplificará también el efecto de los otros dos. En la época del frente popular
el enfoque europeocentrista del problema colonial tendrá su máximo desarrollo
en la IC, precisamente porque concordará admirablemente con las exigencias de
la política exterior soviética en ese periodo. En cuanto al tercer factor, no
se limita a influir como ejemplo negativo, que quebranta la irradiación de la revolución
de Octubre, y por tanto de la IC, en los movimientos de emancipación colonial.
Stalin y sus colaboradores eran también los jefes efectivos de la Komintern, y
la mentalidad ”granrusa” con que abordaban el problema de las nacionalidades no
rusas de la URSS, y en particular de las más atrasadas, no podía por menos de
reflejarse en su manera de abordar la cuestión colonial fuera de las fronteras
soviéticas. Esa mentalidad tenía que predisponerles forzosamente a ver en los
pueblos coloniales, en sus movimientos de emancipación, y en los débiles
núcleos comunistas que forcejeaban por abrirse paso en ellos, sujetos
subalternos de la creación histórica.
Por lo
demás, la concepción estratégica global, según la cual el papel dirigente de la
revolución mundial correspondía al proletariado de Occidente, la hegemonía
dentro de ese proletariado al proletariado ruso, y la dirección de éste al
partido bolchevique, facilitaba que las astucias de la mentalidad ”granrusa”
pudieran revestirse de respetables justificaciones doctrinales. En todo caso,
cada vez fue más evidente, como iremos comprobando, que en la jerarquía
estaliniana de ”subordinaciones” el movimiento emancipador de las colonias y
semicolonias ocupaba el último escalón.
b)
Política de la IC en el frente colonial. El
problema más importante que desde el primer momento se plantea a la IC, cuando
se apresta a intervenir en la lucha de los pueblos coloniales por su
emancipación, es que esa lucha tiene ya una estructura, una orientación, una
dirección, en los principales países oprimidos. En todos ellos ”los pioneros de
los movimientos revolucionarios coloniales – dirán las tesis del IV Congreso de
la IC – han sido la burguesía y los intelectuales indígenas”. Además, estos
intelectuales ”asumen al principio un papel director en la acción y la
organización sindical embrionaria de la clase obrera”, a fin de movilizarla en
la lucha contra el imperialismo. La revolución de Octubre, mostrando en la
práctica la posibilidad de vencer a las potencias occidentales en un país
atrasado, semiasiático, tuvo profundo impacto en todos los movimientos de
liberación de los pueblos oprimidos; los mismos nacionalistas burgueses vieron
en el nuevo Estado un posible aliado contra el imperialismo. Pero por otra
parte, dicen las mismas tesis, ”los representantes del nacionalismo burgués
explotan la autoridad política y moral de la Rusia de los soviets, y
adaptándose al instinto de clase de los obreros recubren sus aspiraciones
democrático-burguesas de ”socialismo” y ”comunismo”, a fin de desviar los
primeros órganos embrionarios del proletariado de sus deberes clasistas”(187).
Oué posición adoptar en relación con
esos movimientos nacionalistas que eran antimperialistas y al mismo tiempo
burgueses, que veían en la Rusia soviética un posible aliado, y al mismo tiempo
se cubrían con los oropeles de la revolución de Octubre para mejor asentar su
influencia burguesa en las masas campesinas y en los medios obreros? Tal era el
problema que se presentaba ante el Estado soviético y la IC en el ”frente
colonial”. Y se presentaba a varios niveles: relación de la Rusia soviética,
como Estado, con dichos movimientos en tanto que representantes de la
nación oprimida; relación de la IC, en tanto que representante del proletariado
revolucionario del Occidente capitalista, con esos mismos movimientos; y
relación con ellos de la IC, en tanto que organización comunista colonial,
antagonista clasista de los movimientos existentes.
En el
II Congreso de la IC se aborda esta cuestión táctica – podría decirse estratégica,
puesto que se trata de fijar una orientación política de largo alcance – sobre
la base de dos proyectos de tesis que reflejan enfoques distintos y
conclusiones divergentes. Uno de Lenin y el otro de Roy(188) Lenin enfoca el
problema dando prioridad a los dos primeros niveles que acabamos de indicar.
Roy lo ve preferentemente desde el tercero. Lenin considera que lo esencial es
aprovechar la posibilidad objetiva de que la Rusia soviética agrupe en torno a
ella las naciones oprimidas, enfrentadas con el imperialismo en tanto que
naciones. Y que la IC, como representante del proletariado revolucionario
occidental, ”selle una alianza temporal con la democracia burguesa de los
países coloniales y atrasados”. Roy plantea que en esos países ”existen dos movimientos
que cada día se separan más; el primero es el movimiento nacionalista
burgués-democrático, con un programa de independencia política bajo un orden
burgués; el otro es el de la acción de las masas campesinas y obreras,
ignorantes y pobres, por su emancipación de toda especie de explotación. El
primero intenta controlar al segundo, y a menudo lo consigue en cierta medida.
Pero la Internacional Comunista y los partidos adheridos deben combatir ese
control y favorecer el desarrollo de la conciencia de clase independiente en
las masas trabajadoras de las colonias”. Roy no habla para nada en su proyecto
de colaboración con el movimiento nacionalista burgués, y plantea que la tarea
”más importante y más necesaria” de la IC es ”la formación de partidos comunistas
que organicen a los obreros y campesinos para conducirlos a la revolución y a
la instauración de repúblicas soviéticas”. Roy admite que la revolución en las
colonias no podrá ser comunista en sus primeras etapas, y en el curso de éstas
deberá realizar ”un programa comportando buen número de reformas pequeño
burguesas, como el reparto de las tierras, etc.” ”Pero de ahí no se deduce en
absoluto – agrega – que la dirección de la revolución deba ser abandonada a los
demócratas burgueses”. En las tesis de Lenin está subyacente, aunque no se diga
explícitamente, que al menos durante una larga etapa la dirección de la
revolución colonial estará localmente en manos de la burguesía nacional, aunque
a escala mundial el proletariado de los países capitalistas avanzados y el
Estado soviético sean los que lleven la dirección en la lucha antimperialista.
En las tesis de Roy se reconoce también este papel dirigente, a escala
internacional, del proletariado de Occidente, pero sobre la base de apoyarse
directamente en las masas explotadas de las colonias, sin pasar por la
mediación del movimiento nacionalista burgués. En las tesis de Lenin se plantea
”la necesidad de apoyar especialmente el movimiento campesino en los
países atrasados contra los terratenientes, contra la gran propiedad
territorial, contra toda clase de manifestaciones o resabios del feudalismo, y
esforzarse por dar al movimiento campesino el carácter más revolucionario,
realizando una alianza estrechísima entre el proletariado comunista de la
Europa occidental y el movimiento revolucionario de los campesinos en el
Oriente, en los países coloniales y en los países atrasados en general”. Pero
esto no es obstáculo, desde el punto de vista leniniano, a la alianza con el
movimiento nacionalista burgués porque para Lenin los campesinos son el
componente esencial de la ”democracia burguesa”; de lo que se trata es de
imprimir a esta democracia una orientación radical. Toda la concepción
estratégica de Lenin se apoya básicamente en dos supuestos. El primero, que la
contradicción entre los objetivos fundamentales del movimiento nacional
democrático-burgués – independencia nacional y desarrollo económico capitalista
propio –, y los intereses del imperialismo, es suficientemente profunda como
para que, pese a las vacilaciones de la burguesía nacional, la alianza entre
dicho movimiento, por un lado, y la Rusia soviética más el proletariado del
capitalismo avanzado, por otro, tenga un fundamento objetivo de relativa
solidez. El segundo supuesto consiste en que, dada su extrema debilidad
numérica, económica e ideológica, la clase obrera de las colonias no podrá
ejercer durante un largo periodo funciones hegemónicas en el movimiento de
liberación nacional. A este respecto es bien significativa la siguiente frase
de su discurso en el II Congreso de la IC, a propósito del problema colonial:
”Es
indudable que todo movimiento nacional sólo puede ser democrático-burgués, pues
la masa fundamental de la población en los países atrasados está compuesta de
campesinos, que representa las relaciones burguesas-capitalistas. Sería utópico
pensar que los partidos proletarios, si es que en general pueden surgir en
estos países atrasados, puedan aplicar una táctica y una política
comunistas sin mantener unas relaciones determinadas con el movimiento
campesino y sin apoyarlo prácticamente.”
La
intención principal de este juicio es fundamentar la necesidad, para los
partidos proletarios de las colonias, de ”mantener relaciones” y de ”apoyar” –
Lenin no habla de ”dirigir”, y no es un lapsus, evidentemente – el
movimiento campesino portador de las relaciones burguesas-capitalistas, o lo
que es lo mismo, de ”apoyar” el movimiento nacional democrático-burgués. Pero
al mismo tiempo Lenin pone en duda la posibilidad misma de que tales partidos
puedan crearse. Y es lógico que así sea dadas las características que un
partido debe tener, según la concepción bolchevique, para que pueda ser
considerado como ”proletario”. En el esquema de Roy esta dificultad es eludida.
Si por un lado preconiza como necesario y posible que la vanguardia comunista
tome en sus manos la dirección de la revolución colonial desde la primera fase,
por otro reconoce en las mismas tesis que el proletariado industrial apenas
existe en las colonias, y que la masa de proletarios agrícolas, de obreros de
las escasas industrias ligeras o extractivas, etc., se encuentra sumida en la
ignorancia a consecuencia de la política colonialista. ”El resultado de esta
política – dicen las tesis de Roy – es que en aquellos países donde se manifiesta
el espíritu revolucionario, éste se expresa en la clase media cultivada.” Roy
resuelve la dificultad recurriendo a la dirección del proletariado de los
países capitalistas avanzados. Con lo que su esquema asiocentrista de la
revolución se revela bastante inconsistente: al proletariado de Occidente, al
que supone incapaz de hacer la revolución socialista en su casa, en virtud de
que la plusvalía extraída de las colonias permite a los capitalistas inculcarle
un espíritu conformista, a este proletariado, Roy le asigna la misión de
educar, organizar y movilizar para la lucha revolucionaria a las masas
explotadas de las colonias. Lenin toma las cosas como se presentan por el
momento, y como supuestamente seguirán presentándose – vistas bajo el prisma de
la teoría leniniana de la revolución – mientras en las colonias no exista la
base social que permita la creación de un partido proletario, tipo bolchevique,
suficientemente sólido. El esquema asiocentrista de Roy expresa subjetivamente
el potencial revolucionario del Oriente, pero sin mostrar las vías y los
instrumentos de su despliegue. Pasada una década del II Congreso de la IC,
algunos comunistas chinos comenzarán a descubrirlos, aleccionados por una rica
y dura experiencia. Pero es interesante registrar que Lenin, si bien conserva
en sus tesis la concepción del ”partido proletario” estilo occidental, y por
eso ve problemática su creación en las colonias – de donde se desprende la
inevitabilidad de que durante una larga etapa el movimiento de liberación esté bajo
la égida de la burguesía nacional –, al mismo tiempo comienza a interrogarse
sobre la validez de esa concepción en los países coloniales. En unas notas
rápidas, escritas durante el II Congreso, que han permanecido inéditas hasta su
reciente publicación en la quinta edición rusa de las obras de Lenin, se
encuentra la siguiente reflexión: será necesario ”adaptar el partido
comunista [su composición, tareas particulares], al nivel de los países campesinos
del Oriente colonial”(189). La sugestión no tuvo consecuencias. El Partido
Comunista chino sería el primero en hacerle eco, pero sin saberlo.
La
discusión en el II Congreso de los proyectos de tesis de Lenin y Roy dio por
resultado la enmienda de ambos en un sentido que atenuaba las divergencias.
Lenin aceptó que allí donde preconizaba el apoyo al ”movimiento
democrático-burgués” de las colonias se dijese apoyo al ”movimiento
nacional-revolucionario”. Todo movimiento de liberación colonial, explicaría
Lenin al congreso, tiene forzosamente un carácter ”democrático-burgués”, en
virtud de que la mayoría aplastante de la población es campesina, pero puede
ser reformista o revolucionario. El sentido de la sustitución efectuada en las
tesis – aclara Lenin –, ”consiste en que los comunistas debemos apoyar y apoyaremos
los movimientos burgueses de liberación en las colonias únicamente cuando estos
movimientos sean realmente revolucionarios, cuando sus representantes no nos
impidan educar y organizar en el espíritu revolucionario a los campesinos y a
las grandes masas de explotados. Si no existen esas condiciones, los comunistas
deben luchar en dichos países contra la burguesía reformista [...]”(190). Los
años y los acontecimientos se encargarían de revelar lo difícil que era dar con
ese mirlo blanco: un movimiento burgués de liberación dispuesto a no impedir
que los comunistas educasen y organizasen revolucionaria-mente a las masas
explotadas. Pero por otra parte la experiencia turca demostró bien pronto que
los dirigentes soviéticos no hacían de esa condición cuestión de gabinete.
Otra
condición que las tesis ponían – no a los movimientos burgueses de liberación,
sino a la misma IC y a los partidos comunistas – es que la alianza con los
movimientos nacional-revolucionarios se llevara a cabo ”sin fusionarse jamás
con ellos, conservando siempre el carácter independiente del movimiento
proletario, incluso en su forma embrionaria”; se planteaba también que los
comunistas ”debían combatir enérgicamente las tentativas que hacían los
movimientos emancipadores de presentarse con coloración comunista sin ser en
realidad ni comunistas ni revolucionarios” (lo que no compagina muy bien con el
calificativo de ”nacional-revolucionarios” que, por otro lado, se les da en las
tesis).
El II
Congreso aprobó una importante proposición teórica, suscitada por Roy, que
Lenin hizo suya, presentándola en los siguientes términos: ”La Internacional
Comunista debe formular y fundamentar teóricamente la tesis de que, con ayuda
del proletariado de los países avanzados, los países atrasados pueden pasar al
régimen soviético y, a través de determinadas fases de desarrollo, al
comunismo, eludiendo la fase capitalista.” Marx había ya formulado una
hipótesis análoga refiriéndose a Rusia(191). Apoyándose en las primeras
experiencias que proporcionaba la sovietización de las regiones más atrasadas
del eximperio zarista, Lenin llegaba a la conclusión que sigue: ”La idea de la
organización soviética es sencilla, y puede aplicarse no sólo a las relaciones
proletarias sino también a las relaciones campesinas feudales y semifeudales.
Nuestra experiencia a este respecto no es todavía grande, pero los debates en
la comisión, en los que han tomado parte varios representantes de las colonias,
nos han demostrado de manera totalmente irrefutable que en las tesis de la Internacional
Comunista es necesario señalar que los soviets campesinos, los soviets de
explotados, son un medio válido, no sólo para los países capitalistas, sino
también para los países con relaciones precapitalistas [...]”
Tal es el núcleo esencial de las
orientaciones y directivas adoptadas por el II Congreso de la IC en relación
con el problema colonial. El IV Congreso – último en el que participa Lenin –
vuelve a examinar el problema, y a la luz de la experiencia acumulada en los
dos años y medio transcurridos, profundiza en ciertos aspectos básicos de la
revolución colonial, particularmente en el aspecto agrario. Esta profundización
y el comportamiento práctico de la burguesía nacional en una serie de países
asiáticos, su tendencia a la conciliación con el imperialismo, lleva al
Congreso a acentuar netamente las posiciones críticas frente al movimiento
nacionalista burgués. En la mayoría de los países del Oriente, dicen las tesis
aprobadas por el Congreso, ”la cuestión agraria presenta una importancia de
primer orden en la lucha por la emancipación del despotismo metropolitano [...]
Sólo una revolución agraria que tenga por objetivo la expropiación de la gran
propiedad feudal, es capaz de poner en pie a las masas campesinas y de adquirir
una influencia decisiva en la lucha contra el imperialismo [...] El movimiento
revolucionario en los países atrasados del Oriente no puede ser coronado con el
éxito más que si se basa en la acción de las multitudes campesinas.” Y las
tesis señalan un hecho de gran importancia para comprender la actitud de la
burguesía nacional: ”Los nacionalistas burgueses tienen miedo de las
reivindicaciones agrarias y las recortan todo lo que pueden (India, Persia,
Egipto, etc.), lo que prueba la estrecha ligazón existente entre la burguesía
indígena y la gran propiedad feudal o feudal-burguesa; lo que prueba, también,
que política e ideológicamente los nacionalistas dependen de la propiedad
agraria.” (El ”olvido” de esta circunstancia será, como veremos, una de las
causas del naufragio de la política de la IC en la revolución china.)
Esa
característica interna de la revolución colonial, unida al hecho de que su
realización atenta a las bases mismas del imperialismo, que ”su victoria decisiva
es incompatible con la dominación del imperialismo mundial” – como dicen
las tesis – lleva al congreso a la siguiente conclusión de gran alcance: ”Las
tareas objetivas de la revolución colonial rebasan el marco de la democracia
burguesa.” Lo que fundamenta esta otra conclusión: ”Las clases dirigentes de
los países coloniales y semicoloniales no tienen ni la capacidad ni la voluntad
de dirigir la lucha contra el imperialismo a medida que esta lucha se
transforma en un movimiento revolucionario de masas.” Partiendo de estas
premisas, el IV Congreso plantea con mucho más vigor e insistencia que el II la
necesidad de que el ”joven proletariado de las colonias” luche por conquistar
una posición autónoma dentro del ”frente único antimperialista”, y se proponga
llegar a ser la fuerza hegemónica. (La fórmula ”frente único antimperialista”
es otra manera de denominar a la alianza con el movimiento
nacional-revolucionario, preconizada por el II Congreso, pero como el IV
transcurre en los tiempos del ”frente único proletario” en Occidente, el
vocabulario colonial de la IC no podía por menos de pagar su pequeño tributo
europeísta.) La táctica que deben aplicar los partidos comunistas de las
colonias y semicolonias se resume en el siguiente planteamiento de las tesis:
”La negativa de los comunistas de las colonias a participar
en la lucha contra la opresión imperialista bajo el pretexto de ‘defensa’
exclusiva de los intereses de clase, refleja un oportunismo de la peor especie,
que sólo puede desacreditar la revolución proletaria en Oriente. No menos
nociva es la tentativa de ponerse al margen de la lucha por los intereses
cotidianos e inmediatos de la clase obrera en nombre de una ‘unificación
nacional’ o de una ‘paz social’ con los demócratas burgueses. A los partidos
comunistas coloniales y semi-coloniales les incumben dos tareas confundidas en
una sola: por un lado, luchan por una solución radical de los problemas de la
revolución democrático-burguesa, teniendo por fin la conquista de la
independencia política; por otro lado, organizan las masas obreras y campesinas
para que puedan luchar por los intereses particulares de su clase, y utilizan a
este efecto todas las contradicciones del régimen nacionalista
democrático-burgués [...] La clase obrera de las colonias y semicolonias debe
saber firmemente que sólo la extensión y la intensificación de la lucha contra
el yugo imperialista de las metrópolis pueden darle un papel director en la
revolución, y que sólo la organización económica y política, la educación
política, de la clase obrera y de los elementos semiproletarios, pueden
incrementar la amplitud revolucionaria del combate contra el imperialismo.”
En
otro lugar de las tesis se subraya la necesidad de que el proletariado se gane
el apoyo de las masas campesinas: sólo así puede convertirse verdaderamente en
la vanguardia de la revolución colonial(192)
La inconsistencia principal de las
tesis del IV Congreso residía, lo mismo que en las adoptadas por el II, en que
ese proletariado, al que se le asignaban tareas tan complejas y titánicas, era,
en la sociedad colonial, un grupo sumamente débil, como se reconocía en las
propias tesis de Roy. Incluso en los países asiáticos donde se había producido
un cierto desarrollo de la industria, como China, la India, las Indias
holandesas, el porcentaje de obreros en el conjunto de la población era ínfimo.
Era, además, una clase obrera de formación muy reciente, sin tradiciones
revolucionarias ni experiencia política, y con un nivel cultural extremadamente
bajo. Su gran mayoría era analfabeta. Muy pronto dio muestras de combatividad,
pero este rasgo no era suficiente para desempeñar el papel que las resoluciones
de la IC le asignaban. Por otra parte no era raro que esta clase obrera, al
menos ciertas capas pertenecientes a las empresas más modernas, tuviera una
situación material privilegiada en comparación con la gran masa pobre de la
población, lo que facilitaba la penetración de corrientes reformistas y
gremialistas en las organizaciones sindicales. Si la composición social de los
partidos comunistas en las colonias había de ser fundamentalmente proletaria,
según el modelo europeo, difícilmente podían estar en condiciones de cumplir la
misión de vanguardia teórica y política del movimiento nacional revolucionario.
En la práctica los partidos comunistas coloniales que se formaron durante los
primeros años de la IC estaban compuestos por estudiantes e intelectuales,
junto con algunos pequeños núcleos obreros. Y los cuadros dirigentes eran,
salvo raras excepciones, intelectuales. Pero la IC consideraba que este
predominio intelectual constituía la debilidad principal de los partidos
comunistas coloniales: su preocupación mayor era ”proletarizarlos”. Lo que
desde luego no entraba en el campo visual de la IC era que la revolución
colonial pudiera ser llevada a término bajo la dirección de un partido
esencialmente campesino, en cuanto a la masa de sus militantes, y esencialmente
intelectual, por la composición de su plana mayor. Lo único que aparece claro
en las sucesivas tesis coloniales de la IC es la falta de claridad acerca de
cómo resolver el problema. Por lo general es eludido.
Aparte
este problema crucial, las tesis del IV Congreso reflejan un cierto esfuerzo de
profundiza-ción, que traduce la experiencia y conocimientos acumulados en los
dos años y medio transcurridos desde el II Congreso. Pero no escapan a una de
las características principales de estas últimas: permanecen en un plano
excesivamente abstracto, con fórmulas que recubren realidades muy complejas y
diversas. En la intervención de Roy se alude a esta cuestión:
”Hemos
pensado que por el simple hecho de que todos [los países del Oriente] eran
política, económica y socialmente atrasados, podía metérseles a todos en un
mismo saco y tratar el problema como un problema general. Pero era un error.
Hoy sabemos que los países orientales no pueden ser considerados – ni política,
ni económica, ni socialmente – como un todo homogéneo. Por consiguiente, esta
cuestión del Oriente es para la Internacional Comunista – suponiendo que quiera
tomarla en serio – de mucha mayor complejidad que la lucha en Occidente.”(193)
Pero en las tesis del IV Congreso sigue dominando la
indiferenciación. Pese a existir experiencias inmediatas tan importantes como
las revoluciones turca y persa, los movimientos de la India y de Egipto, el
congreso no hace un análisis fundamental de ninguna de ellos. Como todos los de
la IC tiene puesta su atención principal en el Occidente. Y si aquí el sistema
de un partido mundial ultra-centralizado choca con la diversidad nacional, esa
contradicción se manifestará de manera aún mucho más aguda en la dirección
teórica y práctica de la lucha revolucionaria en las colonias.
El V
Congreso, celebrado en el verano de 1924, al poco tiempo de la muerte de Lenin,
está aún más centrado en los problemas europeos, lo que provocará las críticas
de los delegados de las colonias, como en otros congresos. El informe de
Manuilski sobre ”la cuestión nacional y colonial” se dedicará fundamentalmente
a los casos de opresión nacional creados en Europa como consecuencia de la
guerra del catorce, y una buena parte se consagra a exaltar la solución del
problema nacional y colonial en la URSS. ”Un notable artículo de nuestra
Constitución, dice Manuilski, permite a cada nacionalidad adherida a la URSS
salirse de ella en no importa qué momento. Este derecho no está limitado por
ninguna formalidad; se realiza por un acto unilateral del miembro
adherido.”(194) A los delegados de los partidos comunistas extranjeros se les
oculta cuidadosamente la crítica hecha por Lenin en diciembre de 1922, su
inquietud de que ese ”notable artículo” no sea más que ”papel mojado”; se les
oculta que si el derecho a la separación no está limitado, en efecto, por
ninguna formalidad, es porque está sujeto a una limitación absoluta, nada
formal: la imposibilidad práctica de ejercerlo. En lugar de un análisis sincero
de la experiencia soviética en este terreno colonial, que hubiera sido muy
instructivo para los comunistas extranjeros, Manuilski se entrega a una
apología mistificadora.
La principal innovación que el V
Congreso introduce en la orientación adoptada por el IV, es atenuar
considerablemente la posición crítica que este último recomendaba a los
partidos comunistas coloniales frente a la burguesía nacional. El V Congreso
pone el acento en la colaboración con dicha burguesía. Las posiciones de Roy
son severamente criticadas. Se entra en el periodo en el que la política
exterior soviética tendrá como eje la alianza tácita con Alemania y considerará
como enemigo principal al imperialismo anglofrancés. Según Stalin, existe un
peligro grave de guerra, dirigido contra la URSS, e Inglaterra maneja los hilos
del nuevo complot anti-soviético. Frente a este peligro, Stalin busca aliados
en la ”retaguardia” misma del enemigo. Al oeste cree encontrarlos en los jefes
de las Trade Unions, que frente a la radicalización del movimiento obrero
inglés en ese periodo tienen interés en exhibir cordiales relaciones con los
jefes sindicales soviéticos; en el este, los únicos aliados de peso posibles –
vistas las cosas con el realismo estaliniano – son los movimientos
nacionalistas burgueses que están enzarzados en la lucha contra el imperialismo
anglofrancés. Si Stalin es escéptico sobre la capacidad revolucionaria de los
partidos comunistas occidentales (ya vimos sus opiniones de 1923 sobre el partido
alemán), lo es mucho más sobre la de los partidos comunistas coloniales, que
efectivamente desempeñan un papel ínfimo en ese momento. A la altura del V
Congreso hay en toda Asia (incluyendo Egipto y excluyendo la Mongolia exterior,
que de hecho es una ”marca” soviética) 9 secciones de la Komintern, en los
países que enumeramos a continuación y con el número de militantes que
indicamos entre paréntesis: China (800); Java (2 000); Persia (600); Egipto
(700); Palestina (100); Turquía (600); Japón y Corea, donde hay pequeños grupos
ilegales, y la India, donde el partido aún no está estructurado nacionalmente y
sólo existen células dispersadas con muy pocos efectivos.(195)