El Pueblo Trabajador Andaluz ha sido víctima doblemente del regionalismo pequeñoburgués, con sus limitaciones políticas, y del nacionalismo español, en sus múltiples expresiones políticas. Ambos han deformado y reconstruído la historía de Andalucía y de sus mejores luchadores/as a conveniencia de los intereses del aristocrático-burgués estado español y de sus valedores internacionales. Uno de estos luchadores ha sido Blas Infante.
Por ello traemos a colación un trabajo publicado recientemente en el número 55 de la revista Independencia titulado "La ética revolucionaria de Blas Infante" de Carlos Ríos. Un texto que sitúa a Blas Infante, su vivencia revolucionaria, la complejidad de su pensamiento, en una perspectiva doble: en el contexto revolucionario internacional de su época y en la línea de luchadores antiimperialistas que ha dado el siglo XX. Reflexión imprescindible para conocer un fragmento esencial de la lucha por la liberación de Andalucía y su pueblo trabajador.
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LA ÉTICA REVOLUCIONARIA EN BLAS INFANTE
Sirvan estas páginas para destacar una de las
facetas que más llaman la atención del pensamiento de Blas Infante: la
dimensión ética y moral que para él ha de tener la nueva sociedad. Este
aspecto, central en las concepciones políticas del protosocialismo infantista,
es desarrollado por Blas Infante de forma amplia. Especialmente en su obra “La
dictadura pedagógica”, aunque es una constante que atraviesa todo el
pensamiento infantiano. Una constante de marcado carácter rupturista, que
entronca de forma directa con las reflexiones que desde el marxismo realizó
Ernesto “Che” Guevara sobre la ética de la Revolución y el revolucionario.
ASPIRANTES A SER COMUNISTAS...
En ocasiones, Blas Infante ha sido considerado injustamente como un político burgués por parte de la izquierda
españolista y cegata. Su programa político tiene como eje central de reflexión
la consideración de Andalucía como un sujeto colectivo con un devenir histórico
propio y determinado. El análisis de una realidad concreta y unas
circunstancias concretas. Lo expresa en una entrevista en el año 1919:
“Nosotros venimos a vaciar nuestras ideas y sentimientos en los moldes
del dolor de nuestra Andalucía hambrienta y vilipendiada, esclava de caciques y
prostituta de toreros. Y de esos moldes salieron construidos nuestra doctrina,
nuestra organización y nuestro programa. “
Aplíquesele al notario de Casares el beneficio de la duda al menos y
adentrémonos en su pensamiento político muy alejado del que nos ha querido
vender el sistema.
El Blas Infante burgués, tan querido y propagado por el régimen actual,
es falso. Aquellos que lo falsearon, fueron en primera instancia el andalucismo
regionalista predominante en los años 80, que pretendían acomodar la obra del
andaluz de Casares a su proyecto institucional, regionalista y social-liberal.
Moldearon y recortaron el pensamiento infantista. Como en el mito griego del
lecho de Procusto, alargaron aquello que les interesaba y mutilaron lo que
“sobraba”, lo que no les interesaba. Ante esta situación el nacionalismo
español las tenía todas consigo para arrinconar a Blas Infante en un párrafo
final de los libros de historia de los escolares andaluces.
El proyecto infantista fue
esencialmente transformador, revolucionario. Si tuviera que juzgar el carácter
de su obra y su programa, me acogería gustoso a la reflexión de Ernesto Guevara
cuando analiza la ideología de la Revolución cubana:
“la Revolución puede hacerse si se interpreta correctamente la
realidad histórica y se utilizan correctamente las fuerzas que interviene en
ella, aún sin conocer la teoría “.
El andalucismo de Infante es revolucionario y popular. Por mucho que
desde el poder y las instituciones se pretenda mostrar al Padre de la Patria
Andaluza como un elemento descafeinado y burgués, Infante se identifica
inequívocamente con la aspiración a una sociedad nueva, una sociedad comunista.
En sus trabajos distingue, profundizando el significado de llamarse comunista,
entre dos tipos de comunistas:
“hay dos clases de comunistas, la de aquellos que aspiran, mediante el
esfuerzo propio a engrandecer su vida para darla toda a la comunidad; y la de
aquellos que esperan en que una
colectividad, formalmente comunista, venga
a satisfacer las exigencias de su propia vida individual...
...Comunistas que aspiran a dar y comunistas que aspiran a recibir.”
Introduce aquí una diferencia entre el sujeto partidario de un nuevo
modelo de organización social por las necesidades materiales más inmediatas y
evidentes y los elementos de vanguardia. Los militantes que de forma
premeditada, consciente y planificada sostienen una actividad política durante
décadas para preparar al momento revolucionario por una parte y por otra al
pueblo que hace las revoluciones y tumba tiranos que ha soportado durante años.
Infante se sitúa entre los comunistas que aspiran a recibir siguiendo sus propias palabras:
“Somos o aspiramos a ser comunistas de la primera especie. Y decimos,
aspiramos a ser, porque nuestra modestia se resiste a conferirnos con este
nombre de comunistas, expresión cuyo concepto verdadero es la esencia de una
pura y excelsa santidad”
La expresión vislumbra la consideración del proyecto revolucionario que
tiene Infante, que se adelanta a su tiempo dándole el peso que requiere a los
aspectos éticos de la acción transformadora. El ser comunista implica para él
una entrega a lo colectivo que califica de santidad. Por ello se atribuye el título de aspirante a
comunista de esta especie. Ernesto “Che” Guevara hablándole a la juventud
cubana cuatro décadas después, también elige curiosamente la misma denominación
para sí mismo:
“Acordarse, como debemos acordarnos nosotros, aspirantes a comunistas
aquí en Cuba, que es un ejemplo real y palpable para toda nuestra América, y
más aún que para nuestra América, para otros países del mundo que luchan
también en otros continentes por su libertad, contra el colonialismo, contra el
neocolonialismo.”
En los inicios de los años 20 no oculta Infante sus críticas con los
primeros pasos vacilantes de la Revolución de Octubre, que es acechada por los
gobiernos burgueses del planeta como el primer gobierno de “los desheredados”.
Ve la misma con recelo, ante la lentitud de las transformaciones que el país de
los soviets pone en marcha. Manifiesta su desacuerdo con las primeras medidas
de 1918 que considera insuficientes, especialmente las referidas al mantenimiento
inicial de la estructura de la propiedad:
“La Dictadura del Proletariado por conservarse, en vez de operar la
socialización fundamental; esto es, la de las tierras, individualiza de hecho,
formas colectivas de la propiedad como la zadruga y el mir... ... porque las
tierras de aquellas instituciones, así como grandes propiedades nacionalizadas,
fueron repartidas en porciones entre soldados y campesinos. “
La postura, más allá del extenso debate acerca de los rumbos primigenios
de la sociedad soviética y las circunstancias internas e internacionales que
los condicionaron, sitúa a nuestro personaje en una postura abiertamente
partidaria de la colectivización inmediata. Porque para el Blas Infante que
existió realmente la necesidad de revolucionar la estructura de la propiedad de
la tierra es constante e imprescindible. La tierra para el Pueblo Trabajador
Andaluz en un sentido económico, pero también profundamente político. En fechas
aún iniciales de su actividad política, aproximadamente en 1915, escribe:
“Del solar andaluz ha de manar, principalmente, la vida de Andalucía,
que fue grande cuando su solar fue espléndido y hermoso. Y para que vuelva a
serlo hay que arrancarlo al actual régimen tiránico de propiedad; tomarlo de
los señores que, en horrible experiencia de lustros de siglos, han demostrado
convierte su acción en eriales y desiertos, los pobres campos que hoy sienten
la nostalgia de sus galas de jardines, y nacionalizarlo o regionalizarlo; es
decir, entregarlo al pueblo, para que, del mismo modo que en felices edades
pasadas, lo ame y fecunde. “
La interpretación de la realidad histórica andaluza hecha por Infante lo
lleva no solo a criticar las medidas de Lenin sino que apela a la acción
política entre sus coetáneos. De forma coherente llama a la ejecución de lo que considera “el
paso primero” previo a cualquier otra medida política a tomar en Andalucía.
La conferencia que pronuncia en 1916 en el Centro Obrero Socialista, en la
calle Cruz Verde de Sevilla, es reveladora de ese orden de prioridades. Sitúa
el pensamiento de Infante en una radicalidad superior a la izquierda reconocida
de entonces y hace palidecer el Infante que desde las instituciones,
especialmente desde la Junta, se proyecta a l@s trabajadores/as andaluces/zas:
“Vosotros que aspiráis al comunismo integral, a socializarlo todo,
¿por qué no empezáis a socializar la tierra? ¿Es que la socialización de la
tierra os iba a impedir alcanzar la socialización absoluta? ¿No es verdad que
al socializar la tierra habríais conseguido la parte principal de vuestro
programa? ¿Es que al tomar parte en esa cruzada de la socialización del suelo
exige siquiera la abdicación de vuestros ideales absolutos?
Qué creéis, ¿Qué todo debe socializarse, pues qué perdéis por alcanzar la
socialización principal, la de la tierra? Si conseguida no os satisface podréis
seguir trabajando por socializarlo todo. Pues que, el creer que una cosa debe
realizarse por entero es obstáculo para empezar su realización parte.”
La Reforma Agraria es una necesidad imperiosa en un país fundamentalmente
agrario y sumergido en el subdesarrollo como Andalucía. Esta necesidad guía sus
críticas vehementes. Una muestra del fondo profundamente transformador del
proyecto político infantista. Proyecto revolucionario en la teoría y sobre todo
en la práctica. La necesidad de revolucionar la estructura de la propiedad en
Andalucía le hace acercarse al georgismo y, tal como se introduce en este
movimiento, ser expulsado por las concepciones excesivamente radicalizadas de
Infante. No cabe duda que esta es una de las razones de la animadversión que la
burguesía andaluza, asentada en el latifundio como forma de dominación del
Pueblo Trabajador Andaluz y hacia esta tierra, manifestó hacia Infante.
EL PROBLEMA DE LOS DIRIGENTES
Infante plantea su concepto de Dictadura Pedagógica como una digresión al
concepto leninista de dictadura del proletariado. Con esta conceptualización
pretende incidir en la necesaria capacitación no solo técnica o política, sino
ante todo ética, moral, de los dirigentes. Para Infante lo fundamental es
generar una dirigencia capaz de asumir moralmente la dirección social de la
empresa revolucionaria. Y paralelamente la principal acción de los
destacamentos organizados del proletariado ha de ser de preparación ética y
moral:
“El ejército del proletariado debe ordenarse como instrumento para la
creación del alma comunista; o lo que es lo mismo, del poder capacitado para
llevar a cabo esta misión.”
Blas Infante conoce a Marx principalmente a través de fuentes indirectas,
pero sus concepciones sobre la necesidad de una Dictadura Pedagógica que sea
capaz de generar cuadros dirigentes para la sociedad comunista vienen a
coincidir en el tiempo con las reflexiones que realiza el propio Vladimir Ilich
Lenin a propósito de las perspectivas que se le abren al primer gobierno
proletario de la humanidad. Aproximadamente en las mismas fechas en que Infante
escribe los artículos que darán lugar a su obra La dictadura Pedagógica, Lenin
en su artículo de 1923 titulado “Sobre la cooperación”, reflexiona sobre el
peligro de burocratización y anuncia la necesidad de que el socialismo llegue
al medio rural soviético a través de las cooperativas de campesinos, en
semejanza al concepto de “control obrero” que desarrolla en las ciudades. Partiendo
de presupuestos distintos Lenin llega a una conclusión sobre la posibilidad de
implantar este modelo:
“Propiamente hablando sólo nos queda una cosa: elevar a nuestra
población a tal grado de “civilización”, que comprenda las ventajas de la
participación de todos en las cooperativas, y que organice esta participación,
“solo” eso. No necesitamos ahora ninguna otra clase de sabiduría para pasar al
socialismo. Mas para realizar ese “solo”, es necesaria toda una revolución,
toda una etapa de desarrollo cultural de la masa del pueblo”.
Hay un paralelismo entre la revolución cultural que Lenin se plantea para
el medio rural ruso y el concepto que formula Blas Infante de “Dictadura
Pedagógica”, si bien en Infante pesan de forma especial las influencias libertarias
que recibiría a través de amistades como el doctor Pedro Vallina y del
anarcosindicalismo muy presente en el ambiente obrero andaluz de principios de
siglo. Blas Infante lo plantea así:
“Este es el problema: porque repetimos nuestro dogma. Todas las
creaciones orgánico-sociales que vinieran a establecer cualquier Revolución,
encaminada hacia el fin de instaurar el comunismo social, serían completamente
inútiles, en el estado de conciencia social que alcanzan actualmente los
individuos humanos. El grado actual de desarrollo de los instintos vendría a
reflejarse enseguida en la organización social, pese a todas las combinaciones
y previsiones orgánicorevolucionarias; y en definitiva, una misma esencia; un
mismo alma; y a la postre una semejante estructura orgánica, vendría a tener la
Sociedad que así se construyera”.
Blas Infante se plantea el problema de la conciencia del revolucionario y
de los dirigentes de la Revolución. Su inquietud está justificada por su
posición con respecto al concepto de dictadura del proletariado. Una postura
definida en primer término por su convencimiento de una victoria segura del
socialismo sobre la dictadura del capital:
“La Revolución proletaria y su fórmula la Dictadura del Proletariado,
en plazo más o menos lejano, pero siempre breve, dentro de la magnitud de los
términos seculares de la Historia, llegará a dominar el mundo.”
Y en segundo lugar por su profunda aspiración a una sociedad sin clases,
en la que han de ser vanguardia dirigente aquellos elementos de la sociedad más
cualificados moral y éticamente para ello:
“Así se formará el núcleo de los mejores hijos del pueblo. El pueblo
vendrá a ser regido por sus hijos mejores, único modo de autogobernarse.
Tendremos la forma de gobierno natural: gobierno del pueblo por sí mismo,
representado por sus hijos mejores.”
Una concepción que se acerca a las
concepciones leninistas, expresadas de forma más exacta y menos ecléctica por
el Lenin que por Blas Infante, pero con una idea de fondo común:
“Se comprende que mientras subsista el régimen capitalista, del que
son compañeros inseparables la miseria y el atraso de las masas populares, el
proletariado no podrá elevarse todo él hasta el nivel deseado de conciencia, y
que, por tanto, se precisa un grupo de dirigentes conscientes, que instruya en
los principios socialistas al ejército de los proletarios, lo agrupe y lo
dirija durante la lucha...”
A pesar de sus críticas, Infante ya vislumbra en los primeros años tras
la Revolución de Octubre esta tarea en el proceso revolucionario abierto en
territorio soviético. Contempla en la revolución bolchevique los primeros
elementos que habrían de dar lugar a la sociedad comunista futura:
“Nosotros aseguramos que, además,
es la dictadura del proletariado la más transitoria de todas ¿No veis a
Lenin, apenas iniciada la revolución de la conciencia rusa, pasada la reacción
contra el régimen zarista, convertido ya en dictador pedagógico?”
Así viene a conectar Infante, de forma inconsciente pero certera, con la
problemática que se plantea en las mismas fechas el dirigente ruso.
EL COMUNISMO ES UN FENÓMENO DE CONCIENCIA
En la dimensión ética del pensamiento político de Infante se encuentran
muchas similitudes con la importancia que Ernesto Guevara le confiere a la
conciencia, como elemento vertebrador del proceso y la acción revolucionaria.
Dice el “Che”:
“Desde nuestro punto de vista el comunismo es un fenómenos de
conciencia, y no solamente un fenómeno de producción. No se puede llegar al
comunismo por la simple acumulación mecánica de cantidades de productos puestos
a disposición del pueblo. No se puede llegar a lo que Marx define como
comunismo si el hombre no es consciente, si no tiene una conciencia nueva ante
la sociedad. Para ello tenemos que separarnos lo más posible de los estímulos
materiales sin dejar de reconocer los estímulos materiales como necesarios en
estos momentos, sin plantearnos una situación ideal o ilusa. Tenemos que
reconocer esa herencia capitalista como un mal y este es el punto fundamental
en el que disentimos del llamado “estímulo económico en el cálculo económico”.
Para nosotros el interés moral es una cosa básica y el interés material un mal
reconocido.”
La dimensión ética del comunista se plasma en el concepto de trabajo
voluntario que décadas después implantará Ernesto Guevara de la Serna en Cuba.
El trabajo voluntaria era definido como:
“una escuela creadora de conciencia, es el esfuerzo realizado en la
sociedad y por la sociedad como aporte individual y colectivo y va formando esa
alta conciencia que nos permite acelerar el proceso de tránsito.”
Una frase del Padre de la Patria Andaluza expresa en forma mucho más
sintética la cuestión de la conciencia. El fondo es el mismo que expresaba en
1963 el argentino Guevara, aunque formulado 40 años antes:
“El actual problema es ante todo, problema de inspiración espiritual:
de metafísica, de Moral”
¿Es esta coincidencia casual? En la historia pocas cosas ocurren fruto
del azar. Hay un elemento común a las sociedades en las que tanto el andaluz
como el argentino-cubano se desenvolvieron. Hay un factor que determina ambas
sociedades, la Andalucía de principios de siglo y la Cuba que acaba de
despertar en una revolución. Este no es otro que el subdesarrollo. El
subdesarrollo que ha gravado en ambas sociedades, aún encontrándose en momentos
históricos diferentes, generaciones de trabajadores que no puedes satisfacer
sus necesidades materiales más inmediatas.
Tampoco es casualidad que como Ernesto “Che” Guevara Blas Infante, en su
crítica a la Revolución Rusa por lo que él considera un excesivo moderantismo,
muestre su desagrado ante los estímulos materiales y otros resortes a los que
recurre. Aunque reconoce el lastre que supone la degradación material a la que
ha sido sometido los pueblos trabajadores bajo la bota del imperio zarista:
“la Dictadura del Proletariado tienen necesidad de acudir a idénticos
resortes o estimulantes que la Dictadura burguesa,respondiendo al grado actual
de evolución del espíritu de los hombres; comprando con premios, cintajos o
bisuterías las motivaciones santas.”
Su desacuerdo parte de una visión dialéctica del comunismo. Si hablábamos
más arriba de su distinción entre dos tipos de comunistas, también diferencia
entre dos tipos de ordenación socialista de la sociedad. Entre un comunismo de
los valores sociales (“un problema de actual justicia económica”) y el
comunismo de los valores individuales (“un problema de reforma espiritual:
de máxima consciencia”). Para Blas Infante el conflicto procede de su
presupuesto de que será el comunismo de valores individuales, como un fenómeno
de conciencia, el requisito previo indispensable para la construcción de la
sociedad comunista. Para él la semilla generadora de la nueva sociedad es la
ética. Repite la misma idea, formulada de otra manera:
“El Ideal que venga a crear la Sociedad comunista, ha de ser, pues, de
índole religiosa o moral”.
Una ética que ha de guiar la acción política puesta al servicio del
pueblo trabajador:
“Dimos una norma altruista inspiradora de un proceder práctico,
convirtiendo la acción política en acción social y de defensa concreta de los
intereses del pueblo.”
Esta concepción ética revolucionaria, enmarca y vertebra su proyecto de
Andalucía. Un proyecto tan nacionalista como, finalmente, internacionalista. No
podía ser de otra forma si por encima de las consideraciones económicas o
políticas el programa infantista prioriza la ética revolucionaria:
“El fin natural de la existencia de un pueblo es, como el de la
existencia de un individuo, el de engrandecerse
por sí, pero no para sí, sino para la solidaridad entre los hombres, es decir:
para los demás pueblos de la Tierra.”
LA DIMENSIÓN ÉTICA DE INFANTE EN LA ANDALUCÍA ACTUAL
Llegados a este punto, es de interés preguntarse ¿Tiene alguna vigencia
la dimensión ética del andalucismo infantista en la Andalucía actual? Y si la
tiene ¿de qué nos puede servir esta perspectiva en la construcción de una
Andalucía libre?
La Andalucía actual ha cambiado mucho con respecto a la Andalucía de
inicios del siglo XX, sin dejar de ser la misma. No es contradictoria esta
consideración. Si bien ha habido un progreso material en cuanto a las
necesidades vitales más inmediatas del Pueblo Trabajador Andaluz, la Andalucía
actual sigue sufriendo internamente una polarización profunda de la propiedad y
de la riqueza. La riqueza que poseen de forma ostensible unas clases dominantes
que han cambiado muy poco en los últimos cien años. En muchos caso son las
mismas familias, los mismos apellidos, los que ocupan los primeros cargos de
relevancia en la vida política, económica y cultural de Andalucía, de sus
pueblos y ciudades. Pero no solo hay continuidades en su propia estructura
interna. Externamente Andalucía sigue jugando el papel secular de nación
oprimida, de soberanía usurpada, y sometida a los dictados y necesidades de la
economía española, europea y mundial. Es decir de la oligarquía española y del
imperialismo. No podía ser de otra manera, que lo externo y lo interno
evolucionen de forma similar, si en ambos casos Andalucía y sus habitantes son
recursos para el sistema imperialista mundial.
Por lo tanto, si las transformaciones no han sido profundas sino
superficiales los problemas fundamentales han de seguir siendo muy
parecidos. Y Blas Infante no se
equivocaba al hablar de la transformación de las conciencias como elemento
imprescindible para la transformación social. Si observamos Andalucía en los
últimos 75 años los hechos no han hecho sino darle la razón.
Fijémonos para ilustrar esta afirmación en dos ámbitos distintos pero
bien representativos de la realidad del país andaluz, los sindicatos y los
ayuntamientos.
Tras más de 30 años de legalidad, las centrales sindicales “mayoritarias”
(es decir CCOO y UGT), donde se ha ubicado desde la transición buena parte de
la izquierda en Andalucía, se caracterizan por estar más cercanas al régimen
que a los propios trabajadores. Han desaparecido los mínimos éticos y morales
en las prácticas de unos sindicatos (especialmente CCOO ya que es donde algunos
se reivindican aún como comunistas) que en nombre de los intereses de los
trabajadores/as actúan en beneficio de los suyos propios, traicionando una y
mil veces las luchas obreras. Valga como ejemplo el apoyo de la sucursal
andaluza de CCOO al reciente Acuerdo Social y Económico o a las distintas
Reformas Laborales que se están implementando. La eliminación de las asambleas
de trabajadores/as, la delegación en los liberados profesionalizados y
perpetuos, la dirección por parte de burocracias sindicales, la falta de
control obrero o simplemente el no conocer quiénes firman los convenios de
sector porque nunca han aparecido en los tajos de las empresas pequeñas y
medianas son elementos definitorios el sindicalismo del régimen. Una vez que ya
no hace falta consultar a los trabajadores/as, los chanchullos, los “arreglos”
y el dejarse sobornar son mucho más fáciles y han dejado campo abierto para las
prácticas burocráticas y corruptas del sindicalismo oficialista. La
financiación que el Estado Español y la patronal facilitan a su sindicalismo
“conciliador” y “responsable” es motor de las traiciones de unos sindicalistas
que han perdido cualquier atisbo de conciencia, cualquier sentido de la ética.
Como bien señalara Blas Infante, el problema es fundamentalmente de conciencia,
“de carácter moral”.
En los ayuntamientos se ha vivido un proceso similar. La mayoría de los
ayuntamientos están dominados por las prácticas corruptas y clientelares del
caciquismo de antaño. De derecha a izquierda, en la mayoría de los
ayuntamientos el acceso al gobierno local es una lucha en definitiva por
ampliar y controlar a un mayor número de población con la que se establecen
relaciones de interés y dependencia a corto plazo. Los ayuntamientos y las
concejalías se han convertido en un mero instrumento de control social por
parte de las minorías de profesionales de la política. Y a este esquema de
funcionamiento se han sumado la inmensa mayoría de alcaldes y concejales (con
honrosas excepciones). La ética quedó para otro día y es frecuente encontrar en
los periódicos casos confirmados de corrupción municipal donde pretendidos
“comunistas” participan de las mismas prácticas mafiosas de los demás. ¿Como
explicar sino los numerosos acuerdos municipales entre partidos favorables y
contrarios a la Reforma Laboral? ¿Cómo explicar que la inmensa mayoría del
espectro político andaluz haya participado como uno más de las redes
clientelares y las prebendas como forma de sostenerse en el poder?
En ambos casos subyace una realidad que ya pronosticó Blas Infante
certeramente. El subdesarrollo. El subdesarrollo que facilita la corrupción en
aquellos que no están armados con la mayor y más letal arma revolucionaria del
militante comunista, la ética. El subdesarrollo podríamos definirlo, de forma
simple y limitada a una formación social, como ese estado continuo del ser
colectivo en el que las necesidades básicas no son satisfechas. Un estado que
se hereda de una generación a otra hasta penetrar y formar parte de la memoria
colectiva. El subdesarrollo moldea conciencias y transforma comportamientos en
aquellos que lo sufren. La sabiduría popular lo ha llamado el “hambre
atrasada”, que hace de las más firmes convicciones algo tan blando como la
mantequilla ante un cuchillo caliente cuando se contraponen a las prebendas. El
“Che” se encontró con una realidad similar en la Cuba de principios de los años
60. El si conocía la teoría, pero el análisis fue similar al de Infante 40 años
antes. No es otra la razón por la que Infante coincide en algunos de sus
análisis con Lenin en los años 20. Y esa es la razón que explica que Ernesto
Guevara de la Serna llegara a las mismas conclusiones cuarenta años después y
con un océano de por medio.
Por ello concluyo en el convencimiento de lo imprescindible de la
dimensión ética del pensamiento infantista en la Andalucía actual. Esta
aportación de Blas Infante lo confirma como un autor fundamental en la teoría y
práctica de la liberación andaluza. La izquierda del régimen, españolista y
domesticada, olvidó la ética revolucionaria como un elemento a considerar en la
práctica cotidiana. Los resultados están a la vista. Tres décadas de retrocesos
y pérdidas de capacidad de movilización y lucha, de pérdida de contrapoder en
definitiva de las clases populares andaluzas ven cada vez más claro la traición
que han sufrido. La izquierda independentista andaluza tiene la tarea de volver
a situar como elemento central de las luchas y los procesos populares la ética
revolucionaria. Y de denunciar aquellos que se dejen pudrir por el interés
personal. Una Andalucía Libre será ante todo una Andalucía de conciencias
despiertas, de militantes “en constante proceso de mejoramiento”. ¿Por qué no?
Donde todos seamos permanentemente, como dijeran Blas Infante y “Che” Guevara, aspirantes
a comunistas.