Terminamos el mes de octubre con un texto inédito que nos envía a este blog del Pueblo Trabajador Andaluz el camarada Francisco Campos López, titulado "De la inexistencia de España y contra los hispanismos de izquierdas". El trabajo es una interesante disección de las imposturas de los nacionalismos españoles y una apuesta por un marxismo-leninismo andaluz antiimperialista. Apuesta que muchos y muchas militantes marxistas-leninistas andaluces/zas estamos sosteniendo desde hace décadas y de la que este blog forma parte.
La oportunidad del trabajo de Francisco Campos López es indiscutible. Un documento propicio en unos momentos en los que el grado de deformación chovinista en la izquierda estatal llega a los delirios de G. Bueno y su izquierda hispánica, como correlato lógico de la cobardía de la izquierda española que agota sus análisis con sentencias como: "lo social es la contradicción principal".
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DE LA
INEXISTENCIA DE ESPAÑA Y CONTRA LOS “HISPANISMOS” DE IZQUIERDAS
Uno
de los errores analíticos fundamentales en que caen las izquierdas estatalistas
es el considerar al Estado Español como Estado-nación al uso. De ahí que se
planteen la repetición mimética de recetas aplicadas en supuestas
circunstancias similares. Pero en el caso español nos encontramos ante una
tipología de Estado suigéneris, que no parte de una realidad nacional o se
fundamenta en ella, ni en su origen histórico ni en su desarrollo posterior.
Resulta imprescindible clarificar lo que es España y analizar el sinsentido de
ese nuevo “hispanismo” de las izquierdas estatalistas. Esa defensa a ultranza
de unidades hispánicas peninsulares “internacionalistas”, a partir de futuras
repúblicas, españolas por supuesto, eso sí, federales o confederales y
socialistas.
De la inexistencia de España y del
pueblo español
España
fue en primer lugar una mera denominación geográfica, el nombre dado por los
romanos a la Península. Cuando en el Medievo la nobleza castellano-aragonesa
comienza la forja de un Imperio, a partir de la anexión forzada de otros países
como Andalucía, y culminado posteriormente por los Austria, ésta nomenclatura
será usada para designar y delimitar las fronteras de ese Imperio. A partir de
entonces, el término paso a poseer dos significados, uno como adjetivación
geográfica peninsular, en cuyo caso permanecerá siendo utilizado el singular,
“España”, pero también pasará a ser la resultante político-administrativa de la
suma de los pueblos bajo el dominio imperial, siendo entonces utilizado el
plural, “las Españas”. Ésta simultaneidad y diferenciación semántica comenzará
a ser modificada por los Borbones en el XVIII, siendo éste uno de los
antecedentes del españolismo que se desarrollará a partir del XIX, pero, no
obstante, esta duplicidad de significados de lo español permanecerá hasta
entonces. Prueba de ello es que todavía en 1812, para la Constitución de Cádiz
tan “España” era considerada Andalucía o Castilla como Colombia o Filipinas, y
el adjetivo “españoles” no sólo señalaba a los habitantes de la Península,
Baleares y Canarias, sino a todos los súbditos del Imperio. Tan españoles eran
aragoneses como cubanos o argentinos. Políticamente hablando, España seguía
siendo el nombre de un Imperio colonial. Esa suma de naciones y pueblos
englobable dentro de ese genérico: “las Españas”.
Pero
unos años después de aprobada “la Pepa” ese Imperio se desmorona, quedando
reducido sus límites fronterizos a sus territorios peninsulares, más “islas
adyacentes” y unas pocas “posesiones ultramarinas”. Además, tras el
fallecimiento de Frenando VII, los Borbones se verán inmersos en una disputa
sucesoria, y una de las facciones, los partidarios de la futura Isabel II,
establecerán una alianza con la gran burguesía mercantil e industrial para
asegurar su victoria. Fruto tanto de aquel pacto como del triunfo isabelino
sobrevendrá el consiguiente predominio burgués sobre los restos del Imperio y
la reconversión de éste y los territorios aún retenidos, según sus criterios y
necesidades de control económico y social, unificación de mercados,
centralización de la administración, etc. Nace así, durante la segunda mitad
del XIX, ese nuevo neo-imperialismo españolista embozado en Estado-nación y con
las características propias de un imperialismo capitalista. Por eso no hubo
“revolución burguesa”. Además de por otras circunstancias, porque no les fue
necesaria. El acuerdo de compartición del poder con la aristocracia les dio no
sólo el acceso al mismo, sino que conllevó su preeminencia socio-económica
estatal. Fue por tanto con la reconversión de los restos de un imperio del
antiguo régimen en imperialismo capitalista y su pervivencia bajo las formas de
un fabulado Estado-nación, con lo que nace la actual conceptuación de España y
sobre las que se asientan las bases del nacionalismo español, tanto político
como socio-cultural. Las peculiaridades de los estados españoles y del propio
españolismo se originan en este hecho esencial. La idea de España y de lo español
son creaciones recientes del siglo XIX, frutos del proceso de adecuación de los
restos del Imperio a esas necesidades expansionistas y hegemónicas
socio-económicas del Capital. El reciclado de un imperialismo aristocrático
como imperialismo burgués.
De España y sus estados como
imperialismo capitalista
España,
tanto su concepción teórica como su concretización en entidad política única
estatal, surge, por tanto, de esa utilización y adaptación de los restos de los
dominios imperiales del antiguo régimen, por parte de la burguesía, apropiados
y adaptados por el capitalismo como base de una estructura estatal zonal, afín
a sus intereses. La “nación española” es la elaboración artificial y forzada de
una nacionalidad única que amparase y justificase la existencia del esa entidad
estatal. De aquí se deduce que no sólo el concepto mismo de España sino de la
necesidad de la unidad estatal es una creación del Capital. No es que ésta
España y éste Estado Español sean capitalistas, es que España y los estados españoles
son, en sí, creaciones capitalistas. Además, y dado que proceden de la
continuidad de los restos del imperio colonial, toda España o Estado Español no
es más una mera pervivencia de éste, reconvertido en imperialismo capitalista.
Consecuentemente, la idea de España como nación o estructura estatal, es una
creación burguesa cuya razón de ser es defender y legitimar un imperialismo
capitalista. Toda España y todo Estado Español son imperialistas y capitalistas
como consecuencia de su propia naturaleza, no por causa de un régimen
específico. España y los estados españoles oprimen y explotan porque con ese
fin se idean y mantienen.
Todo
ello conlleva, además de que España y Estado Español sean dos sinónimos de
imperialismo y capitalismo, también el que España no sea una realidad
preexistente que en manos de la burguesía es convertida en típico
Estado-nación, sino que España sea una realidad inventada a posteriori por un
Estado. La fábula elaborada por una superestructura burguesa para justificarla
y legitimar el mantener bajo el control del imperialismo capitalista a los
pueblos y naciones, anteriormente sometidas a un típico Imperio del antiguo
régimen, atendiendo a sus necesidades de amplitud de mercados, monopolios sobre
materias primas, acceso a cantidades suficientes éstas, así como de mano de
obra para transformarlas en mercancía y plusvalía. España y Estado Español son
dos denominaciones de una misma concretización geográfica del imperialismo
capitalista. Consecuentemente, toda idea de España; ya sea política, histórica,
cultural o idiomática, cualquier defensa de una unidad y “destino común”, sólo
son distintos artificios creados y potenciados por el Capital, a través de sus
estados españoles, como mitología amparadora de la negación y opresión de los
pueblos, la ocupación de sus naciones, el expolio de sus riquezas y la
explotación de sus clases trabajadoras.
Igualmente
habrá que tener en cuenta que, dado que toda estructura estatal española no se
asienta sobre la base de una nacionalidad preexistente, sino que la “nación” es
una envoltura de la misma, creada con posterioridad y a su servicio, esa realidad conlleva el que la
“nación” sea el propio Estado. Esta es la razón de que la unidad administrativa
y de fronteras sea lo que realmente define y distingue todo españolismo. Todo nacionalismo español es, ante todo y
sobre todo, mero estatalismo. La existencia del Estado, la preservación de una
estructura administrativa única y de sus límites fronterizos es lo realmente importante e
indiscutible. Por eso a los sectores más inteligentes del nacionalismo español
les es indiferente reconocer nacionalidades, descentralizaciones autonómicas o apostar
por “estados federales”. Incluso explica el que no les resulte tampoco
trascendente la forma de Estado que se adopte, sea ésta monárquica o
republicana. Lo que es primordial, incuestionable e innegociable para ellos es
el mantenimiento de la estructura única y la salvaguarda de sus fronteras.
En
el caso español, por tanto, no nos encontramos ante un caso asimilable al de
otros pueblos y territorios que han evolucionado hacia la constitución de
estados nacionales tras el acceso al poder y la hegemonía de sus respectivas
burguesías, sino ante la transformación de los restos pervivientes de un
Imperio colonial del antiguo régimen en
imperialismo regional capitalista. Sus estados españoles, se han conformado
sobre la base del continuismo de la opresión de naciones y pueblos conquistados
por aquel Imperio anterior, y obligados a permanecer ocupados, subordinados y dependientes,
con unas identidades negadas y perseguidas, como medio de asegurar una “unidad”
favorecedora de los intereses del Capital. Esa es su “patria” y la razón de su
“unidad”.
En
este sentido, el Estado Español se asemeja a otros como el británico, otro
antiguo imperio colonial que abarcaba grandes extensiones, a lo largo de varios
continentes, y que ha quedado reducido a una estructura estatal imperialista
zonal, el “Reino Unido”. Al igual que las élites dominantes inglesas crearon un
Imperio Británico, cuyos restos perviven hoy como la “Gran Bretaña”, las
castellano-aragonesas crearon el español, cuyos restos perviven hoy como Estado
Español. Lo británico, como lo español, sólo son el fruto de entramados
socio-culturales, económicos y administrativos, herederos y continuadores de
sus respectivos imperios, siempre al exclusivo servicio y beneficio de
capitalismos regionales. Lo británico y lo español son intrínsecamente
capitalistas.
De los
pueblos y las naciones bajo yugo español
Dada la inexistencia de España y de que en la actualidad con tal
denominación sólo cabe designar al resultado de una adaptación de un antiguo
imperio colonialista del antiguo régimen como superestructura imperialista
burguesa al servicio del Capital, y siendo los estados españoles no el
resultado de la constitución de un Estado-nación sino del camuflaje
administrativo de dicho imperialismo capitalista mediante apariencia y
formalismos de estado-nación, no sólo cabe deducir el carácter exclusivamente
reaccionario y opresor de cualquier idea de España y de Estado Español, sino,
por contraposición, la catalogación como progresistas y transformadoras de la
defensa de la existencia de los pueblos y las naciones bajo su yugo, de sus
derechos y libertades.
No hay la más mínima posibilidad de compatibilidad ni coexistencia entre
por un lado la idea de cualquier tipología de España o la de pueblo español, y
la defensa de estos pueblos y sus respectivas naciones. Afirmar o aceptar la
realidad de España y/o la de un pueblo español, supone negar la de los diversos
pueblos y la de sus respectivas naciones. Y viceversa. Por ejemplo, si hay
pueblo español no puede haber pueblo andaluz. Si hay nación española no puede
haber nación andaluza. No existen pueblos de pueblos ni naciones de naciones,
por la misma razón que no hay individuos formados, a su vez, por otros
individuos. Las personalidades múltiples no son hechos naturales a defender
sino artificialidades a combatir. En el caso de un individuo con diversas
personalidades estaríamos ante una enfermedad, una esquizofrenia o un síndrome
de bipolaridad, si es un pueblo ante la negación de sus derechos y el ataque a
su identidad. En ambos casos frente a negatividades a erradicar, no a mantener.
El reconocimiento de los pueblos no sólo lleva implícito, por tanto, la
negación de un pueblo español, y con ello de España como realidad nacional,
sino la caracterización de toda España y cualquier estructura estatal española
como realidades imperialistas impuestas y opresivas. Como consecuencia, y continuando
con el ejemplo británico, tan irracional
será defender una nación británica como otra española, tan imperialista
propugnar un Estado único británico como uno español. Todo lo español, de igual
manera que todo lo británico, es mera apoyatura ideológica, política y
administrativa de un imperialismo regional. Postulados, por tanto,
pro-imperialistas y pro-capitalistas. Por contraposición, todo reconocimiento
de los pueblos bajo yugo británico o español, así como la defensa de sus
respectivos derechos nacionales y libertades colectivas, soberanías, serán
actitudes anti-imperialistas y anti-capitalistas. Y por esas mismas razones,
mientras que cualquier propuesta de meta estatalista británica o española es en
sí contrarrevolucionaria, toda oposición contra dichos estatlismos y en pro de
la liberación de los pueblos trabajadores bajo yugo estatal británico o
español, toda lucha soberanista, es en sí revolucionaria, porque mientras que
unas conllevan perpetuación del instrumento administrativo en que se apoya la
explotación, las otras suponen su destrucción. Las luchas de liberación
nacional han sido siempre la lógica respuesta de los pueblos a la invasión,
ocupación y colonización de su nación, y han constituido una herramienta
esencial en el combate antiimperialista y anticapitalista para todas las
fuerzas revolucionarias de los pueblos inmersos en dichas circunstancias.
De los
derechos de los pueblos y el carácter de sus naciones
Al igual que al hombre le pertenece el derecho inalienable a la posesión
y ejercicio de su libertad, los pueblos, como conjuntos humanos, los poseen
igualmente. Existe, por tanto, un equivalente colectivo a las libertades
individuales. Esas libertades colectivas, esos derechos de los pueblos, se
denominan soberanía. La soberanía popular. Por su parte, los derechos
nacionales no son más que una consecuencia, prolongación y derivación de esas
libertades colectivas de los pueblos, ya que las naciones sólo son la suma de
esos pueblos, más sus territorios, particularidades y circunstancias.
El
reconocimiento de la existencia de un pueblo conlleva por tanto implícito el
del territorio que ocupa ancestralmente como su nación. Porque una nación no es
más que eso: un pueblo, sus singularidades históricas, étnico-culturales,
sociológicas, etc., más el territorio que habita y sus peculiaridades
geográficas, ecológicas, etc., además de las consecuentes circunstancias
socio-económicas que de ese conjunto, suma de población, territorialidad y
particularidades, se derivan. La nación, por tanto, no es el Estado ni su
origen se encuentra en los estados-nación decimonónicos, no habiendo tampoco
una relación causa efecto entre éstas y las revoluciones burguesas. Las
naciones no constituyen un invento burgués para alcanzar y asegurar el logro de
sus intereses de clase. La herramienta
ideada por el capitalismo para defender y asentar socialmente la primacía de
sus intereses políticos, sociales y económicos es el Estado. La nación es un
hecho natural y preexistente, instrumentalizándolo por la burguesía, mediante
su tergiversación y manipulación, para justificar y posibilitar la creación de
los estados, bajo la forma de los Estado-nación. Es el Estado, y su derivación
como estados-nación, no las naciones en sí, el instrumento que instituye el
Capital y del que se sirve para obtener y asegurar su poder mediante el
imprescindible control social.
Esa
correcta diferenciación entre por un lado los pueblos y las naciones, y por
otro los estados y estados-nación, es la razón de que, a lo largo de la
historia contemporánea, los pensadores revolucionarios hayan llamado a defender
los unos y destruir los otros. Si
analizamos sus escritos en su integralidad, sin descontextualizar,
comprobaremos que siempre han negado y atacado a las naciones en tanto que
estados y estados-nación. Más aún, allí donde ha habido un pueblo oprimido o
una nación ocupada, los revolucionarios de esas tierras siempre han constituido
y encabezado movimientos de liberación nacional y popular de las mismas. En
éstas circunstancias, la lucha por los derechos nacionales han formado parte
del proceso trasformador social global.
La
visión diferenciadora entre estados y naciones, así como la actitud favorable hacia los pueblos oprimidos
y las naciones ocupadas, quedó
magníficamente sintetizada en aquel conocido texto de M. Bakunin, donde
declaraba: “El Estado no es la patria, es la abstracción, la ficción
metafísica, mística, política, jurídica de la patria. Las masas populares de
todos los países aman profundamente a su patria, pero es éste un amar real,
natural. No se trata de una idea, se trata de un hecho. Por eso me siento
franca y constantemente el patriota de todas la patrias oprimidas”. También
V.I. Lenin fue explicito señalando la inexistencia de contradicción entre lucha
de liberación nacional y lucha de clases para los trabajadores de esas “patrias
oprimidas”, así como entre la independencia nacional y el internacionalismo
proletario. En su enfrentamiento con
Rosa Luxemburgo, por la oposición de ésta al hecho nacional, afirmó: “En su afán de practicismo, Rosa Luxemburgo ha
perdido de vista la tarea práctica principal, tanto del proletariado ruso como
del proletariado de toda otra nacionalidad: la tarea de la agitación y
propaganda cotidianas contra toda clase de privilegios nacional-estatales, por
el derecho, derecho igual de todas las naciones, a su estado nacional, porque
solo así defendemos los intereses de la democracia y la unión basada en la
igualdad de derechos de todos los proletarios y de todas las naciones”.
Del estatalismo español como
nacionalismo burgués
Hemos
analizado como tanto la idea de España como la de pueblo español no son más que
artificios creados y potenciados por los estados españoles para amparar y
justificar su propia existencia. Así mismo como dichos estados no son más que
la adaptación de las estructuras de los restos del antiguo imperio colonial
español a las necesidades de la burguesía, a una nueva tipología de dominio y
esquilmación imperialista de los pueblos, la del capitalismo. Consecuentemente,
concluíamos que el nacionalismo español era ante todo estatalismo español, ya
que cualquier idea de España o de lo español, no son más que otras tantas
envolturas justificativas de la defensa de los límites fronterizos de un
latifundio peninsular. Por tanto, cualquier estatalismo español, fuera aparte
sus intenciones, sólo es españolismo, ya que todo nacionalismo español es
defensa de una estatalidad, y apoyatura de un imperialismo regional
capitalista. En definitiva un típico caso de nacionalismo estatal burgués.
Lógicamente
y por contraposición, todo aquellos proyectos que pretendan acabar con dicha superestructura,
que partiendo de un correcto análisis de la realidad, rechacen cualquier
fórmula estatalista española, que partan del reconocimiento de las distintas
naciones subyugadas y tengan como meta la liberación global de los diversos
pueblos trabajadores oprimidos, son intrínsecamente revolucionarias, ya que
atentan contra la raíz misma de la fórmula política que encubre la explotación
de la clase trabajadora en dichos territorios y destruye las bases
administrativas de sustentación de la misma.
No
obstante, hay múltiples colectivos teóricamente englobables dentro de la
izquierda transformadora y anticapitalista que, desde la asunción como real o
“útil” del concepto de España o de Estado Español, se constituyen, de
facto y de forma inconsciente, en instrumentos ciegos del Sistema. En elementos
contrarrevolucionarios que contribuyen a propagar el confusionismo en los
pueblos y la alienación entre la clases populares. Aunque adquieran diversidad
de aspectos, los estatalismos españolistas “de izquierda” se semejan en
defensores de una versión actualizada de esa “unidad de destino en lo
universal” propugnada por el fascismo. En difusores de un “hispanismo” progre,
de un españolismo tan reaccionario como el franquista. No es casual, ya que
permanecen condicionados por el trabajo de aculturización y desarraigo de la
Dictadura.
Si
analizamos la situación en los años treinta, comprenderemos que el 18 de Julio
no fue un simple Golpe de Estado al uso, incluible en la tradición de los
pronunciamientos militares decimonónicos peninsulares, sino la respuesta a una
situación límite para el Sistema. Así mismo, que la Dictadura fue un
tratamiento de choque, un premeditado proyecto de “solución final” ideado para
“normalizar” la situación. Las circunstancias sociales de aquella época eran
excepcionales e incomparables a la de su entorno. El amplio y generalizado
grado de concienciación de la clase obrera, la existencia de un sindicalismo
mayoritariamente revolucionario, el imparable despertar de sentimientos
identitarios en los pueblos y, además, el nacimiento de teorizaciones y
movimientos revolucionarios que aunaban aspiraciones nacionales y sociales en
un mismo conjunto nítidamente transformador, libertador y anticapitalista,
conllevaba para el Sistema un serio peligro contra sus intereses peninsulares.
Se requería una solución extrema: exterminar a toda aquella generación, a la
que consideraba irrecuperable, y educar otra moldeada según sus necesidades.
Esa fue la verdadera razón de la prolongación del conflicto, de que a éste le
siguiese una primera etapa dictatorial de extrema represión y después otra
“desarrollista”. La una logró acabar física o psicológicamente con los padres y
la otra amamantó ideológicamente a sus hijos. Fue un gran éxito, y el resultado
ha sido este “maduro pueblo español” cuya domesticación hizo posible la
“transición”, y su actual adormecimiento y desmovilización, así como una
izquierda político-social, mayoritariamente estatalista y reformista, mera
apoyatura del Sistema.
Pero,
como decíamos, el condicionamiento franquista también ha afectado a aquellos
que, teóricamente, son enemigos del capitalismo, convirtiéndolos en
apuntaladores de un Sistema al que supuestamente se enfrentan, dado que la
defensa del estatalismo español mantiene el status quo territorial y
administrativo sobre el que se sustenta. Con independencia de que dicho
estatalismo se adjetive de “republicano”, “federal”, “confederal” o “socialista”,
lo cierto es que mantiene incólume el Imperio español.
De un futuro que no será de la
República, sino de las repúblicas
A
comienzos del pasado siglo, hubo otros imperios que, como el español, también
se asentaban sobre un artificial nacional-estatalismo, político y cultural,
ideado por las élites dominantes para justificar la conquista y negación de las
naciones ocupadas, así como la esquilmación y explotación de los pueblos
trabajadores. Uno de ellos era el Imperio Ruso. Aquel otro tan siquiera se camuflaba
mediante la creación de una nomenclatura nueva, adjetivándose al Imperio con el
nombre de la nación de donde había partido el expansionismo aristocrático que
lo había fundado. Algo así como si aquí, en lugar de hablar de un Imperio
Español o de un Estado Español, se hiciese de un Imperio Castellano o de un
Estado Castellano. En aquel otro imperio, como en éste, se simultaneaban e
interrelacionaban luchas de clase y de liberación nacional.
La
revolución soviética fue la consecuencia y la respuesta dada, tanto a la lucha
de los pueblos por su soberanía como a la de los trabajadores por su
emancipación. Si aquellos
revolucionarios hubiesen poseído unas estrategias semejantes a las de las
izquierdas estatalistas españolistas, los bolcheviques tendrían que haber
propugnado, como alternativa, la constitución de una República Rusa, federal o
confederal, y por supuesto socialista, que admitiese el derecho de
autodeterminación de los pueblos. Pero, en cambio, lo que Lenin y sus
correligionarios idearon y levantaron fue otra cosa. En lógica coherencia con
aquella proclamación que hizo del “derecho igual de todas las naciones, a su estado nacional, porque solo
así defendemos los intereses de la democracia y la unión basada en la igualdad
de derechos de todos los proletarios y de todas las naciones”, lo que fundaron
no fue una república sino múltiples repúblicas. Unas repúblicas soberanas que,
posteriormente, se unieron libremente conformado la URSS, la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas. Una unión cuyos límites no eran geográficos,
y mucho menos miméticos con respecto al antiguo Imperio y su Estado, sino
ideológicos, sin correspondía con fronteras rusas ni aspiración a su
conservación. Sus lindes eran internacionalistas. Abarcaban a todas aquellas
naciones y pueblos que lo quisiesen y estuviesen regidos sobre bases políticas
anticapitalistas (socialista) y conforme a una gestión horizontal consejista
(soviética). Esas eran las “fronteras”. Una unidad que, además, no conllevaba
“superación” o anulación de las soberanías de los pueblos, sino su
mantenimiento. La prueba es que la constitución soviética recogía el derecho a
la secesión, derecho impracticable sin la pervivencia de la plena soberanía
nacional de cada una de las repúblicas soviéticas y de sus pueblos
trabajadores.
Como ocurre con otras muchas aportaciones realizadas al marxismo, las
alternativas leninistas de defensa del “derecho igual de todas las naciones a
su estado nacional” y de “la unión basada en la igualdad de derechos de todos
los proletarios y de todas las naciones”, siguen siendo universal y
atemporalmente válidas. Ser marxista-leninista, aquí y ahora, en esta
Andalucía, es abanderar la lucha por la descolonización e independencia de esta
tierra. Por romper las cadenas del Pueblo Trabajador Andaluz siendo vanguardia
en el combate por la recuperación de su libertad colectiva, de su soberanía. Y
dentro del ámbito de este estado impuesto, supone apoyar al resto de las luchas de liberación nacional
de los pueblos oprimidos por el yugo imperialista español. Hacerle frente u
oponerse a cualquier España y batallar por la constitución de las repúblicas de
trabajadores de cada uno de ellos, apostando, con posterioridad, por una unión
libre entre las repúblicas constituidas, según sus características, afinidades
y circunstancias. Ese es el proyecto revolucionario, transformador y de clase
acertado, tanto a nivel andaluz como dentro del marco peninsular o el
internacional. Esa es la praxis revolucionaria que exige la realidad
político-social, y ese es el significado de la aplicación del internacionalismo
proletario a la misma. Además, ese es también el posible lugar de encuentro
entre las izquierdas nacionales y las supranacionales, así como el nexo de
confluencia factible entre los intereses de cada uno de los pueblos.
El futuro deseable y previsible, no debería ser, ni con toda seguridad
será, el de una III República Española, sea cuales fuesen sus características,
por ser una propuesta continuista que ya nace muerta, presa de sus propias e
irresolubles contradicciones, sino el de las respectivas primeras repúblicas
nacionales de cada uno de los pueblos hoy negados y oprimidos por el
españolismo. Las unidades entre los pueblos no puede ser la forzada
consecuencia de un matrimonio concertado y de por vida, sino el resultado de un
libre pacto aceptado entre iguales y asentado sobre la posibilidad real y la
plena capacidad de elección. Una posibilidad y una capacidad que, para serlo,
deben preexistir a la oportunidad de su utilización. Consecuentemente, estas
uniones no pueden preceder temporalmente a la propia existencia independiente
de los elementos llamados a unirse. No puede haber unidad de repúblicas sin la
previa y soberana existencia de estas. No se puede partir de la unidad obligada
y después la posible concesión de la posibilidad de la separación, del
reconocimiento del derecho a la autodeterminación, sino de una previa posesión
de la soberanía y la consiguiente constitución de las repúblicas de cada
pueblo, que hagan factible el que cada uno, en el ejercicio de su libertad,
pueda tomar la decisión con respecto a libres uniones entre ellas, como fórmula
internacionalista de apoyo mutuo e interrelación socialista.
Una “unidad” de pueblos que no es escogida, sino impuesta, y que se
construye sobre la negación o la eliminación de sus libertades, de sus
respectivas soberanías, no es ni democrática ni progresista, sino dictatorial y
reaccionaria. Los estados fundados sobre estos principios son estructuras
exclusivamente imperialistas y totalitarias. Y allí donde hay imperialismo y
totalitarismo no hay ni podrá haber nunca socialismo, solo hay y solo puede
haber fascismo, sea cual sea su auto-calificación, su auto-justificación o las
banderas en las que se envuelvan o tras las que se amparen para esclavizar y
oprimir. Los revolucionarios lo son, no por que apoyen o contribuyan al
establecimiento y/o mantenimiento de estos tipos de estructuras, sino por
combatirlas. Ser revolucionario en Andalucía es levantarse por su libertad y
contra lo que se la ha arrebatado: España.
Francisco
Campos López